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Año 3 108 – 24 de Mayo del 2009

ABEL SIDNEY   
abelsidney@gmail.com      
Porto Velho, Rondônia (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org


La transitoria maldad humana

 Para la Doctrina de los Espíritus el mal es creación del propio hombre y no tiene sino existencia temporal, transitoria, una vez que forma parte del aprendizaje

(1ª Parte)

 “Y las pasiones hoy son casi las mismas de ayer, sino más agudizadas, más violentas y devastadoras en el hombre, que prosigue inquieto.”
Joanna de Ângelis

 

La maldad de los hombres siempre inquietó a los pensadores de los más variados campos del saber y de la acción humana: filosofía, ciencia, arte, religión.

Recientemente el Periódico de Brasil publicó en su cuaderno Ideas una reseña sobre una obra que trata de este tema. El libro en cuestión es El mal en el pensamiento moderno, de Susan Neiman y el título y subtítulo de la materia, firmada por Joel Macedo, es también expresivo: “El mal nuestro de cada día – Filosofa parte del terremoto de Lisboa para mostrar como el mal dejó de ser divino para volverse creación del hombre”.

Para la autora, el terremoto de Lisboa en 1755 es un divisor de aguas en las concepciones sobre el mal. Antes de este evento que abatió a Europa, prevalecía “la visión de males naturales como castigo para

males morales”.  

En las palabras del reseñista: 

Lisboa abolió las causas morales, absolviendo a Dios y los pecados colectivos, y los terremotos pasaron a ser vistos como desastres naturales, algo fuera de la intención divina o responsabilidad humana. Explicar el mal como procesos naturales, implicando más la naturaleza en sí, fue una forma de volver el mundo menos amenazador. 

Dios no es más el agente castigador, causa de males que vuelven a los hombres como forma de castigo. El mal después de Lisboa es reducido a su aspecto moral, aquel practicado por el hombre, por deliberación de su voluntad.

Dentro de ciertos patrones previsibles los males humanos parecían no ser más destinados a inquietar a los filósofos, pues el mal parecía tener límites… El Holocausto (exterminio de los judíos y otras víctimas durante la Segunda Grande Guerra), no obstante, reavivor la discusión sobre los límites de la barbarie, de la perversión humana, lanzando en la atmósfera intelectual europea y mundial una ola de pesimismo e incredulidad. 

A pesar de la credulidad en la Providencia Divina, que se acentúa en la pos-guerra, voces se levantaron para absorber a Dios, por su posible omisión delante de las atrocidades. (No se cree mucho en Él, pero cuando ocurre algo grave, Lo acusamos de no hacerse presente, en cuanto Él en verdad, ni incluso fuera invitado a participar de nuestras vidas, antes de las tragedias…) 

Nos estamos refiriendo particularmente a Hanna Arent. Filósofa judía, erradicada en los Estados Unidos, ella estudio profundamente las cuestiones del mal y sus discusiones están presentes en el libro Eichmann en Jerusalén, que trata del juicio del verdugo nazi, responsable por la muerte de millares de personas.

Partiendo del caso Eichmann ella pondera que el mal puede volverse banal y esparcirse por el mundo de los hombres como una infección, sin embargo sólo en su superficie. Las raíces del mal no están definitivamente instaladas en el corazón del hombre y por no conseguir penetrarlo profundamente al punto de hacer en el morada, pueden ser arrancadas.

En defensa de la Divinidad se encuentra en el trecho de una carta enviada a un amigo, en la cual afirma que “El Mundo como Dios lo creó me parece un mundo bueno.”

Con Dios absuelto (aunque parcialmente) por la creación del mal y sus consecuencias, veamos la visión espírita sobre esta cuestión. 

La visión espírita del mal 

Para la Doctrina de los Espíritus el mal es creación del propio hombre y no tiene existencia sino temporal, transitoria, pues en  gobierno mayor de la Vida no tiene sentido la permanencia del mal. El mal, des esta forma, forma parte del aprendizaje, sin embargo en la condición de residuos; por eso, el debe ser descartado en algún momento.

Conforme Kardec apunta en Obras Póstumas “Dios no creó el mal; fue el hombre que lo produjo por el abuso que hizo de los dones de Dios, en virtud de su libre albedrío.” Este pequeño trecho compone uno de los más bellos ensayos que Kardec dejó, no intencionadamente, para publicación posterior. Se trata de El egoísmo y el orgullo: sus causas, sus efectos y los medios de destruirlos.

El maestro lionés, al desarrollar el tema, parte del presupuesto de que el instinto de conservación, natural y necesario para la sobrevivencia del hombre está en el origen del egoísmo y del orgullo. Este y otros instintos tienen su razón de ser. No obstante, el hombre abusa de estos instintos, por cuenta del apego a las sensaciones que las impresiones de la materia les causa.

Vive entonces, (y aquí comienza nuestro análisis), su larga epopeya rumbo a la madurez, debiendo liberarse de todo lo que signifique retención a esta fase infantil, de madurez, de apego al ego, en que todo debe girar a nuestro alrededor.

En el mensaje “La ley de amor”, de Lázaro, presente en El Evangelio según el Espiritismo, el autor afirma que: 

En su origen, el hombre sólo tiene instintos; cuando es más avanzado y corrompido, sólo tiene sensaciones; cuando es instruido y depurado, tiene sentimientos. Y el punto delicado del sentimiento es el amor… 

Los instintos, las sensaciones y los sentimientos estarán presentes en la existencia humana en determinadas combinaciones, durante todo el proceso evolutivo, con la preponderancia de algunos sobre los otros.

En la fase inicial de su jornada – en la condición de simple e ignorante – es posible que el instinto le sea el mejor guía; a medida que desarrolla las potencias del alma – la inteligencia, la voluntad – el tiende a apegarse a las sensaciones, pues no desarrolló aun, en la misma proporción los sentimientos, que permanecen como presencia latente y promesa futura; como la inteligencia se desenvuelve más rápidamente, en la ausencia de sentimientos como la fe, la esperanza, la caridad, el hombre tiende a prenderse a las sensaciones materiales; por fin, aliando la inteligencia (instruido) y las experiencias de vida (depurado), el sentimientos comienzan a ocupar mayores espacios de manifestaciones anímicas en el hombre.

Podemos así, afirmar que los instintos y las sensaciones aun conviven con nosotros hoy, pues como Espíritus encarnados, inmersos en un cuerpo físico, estamos sujetos a las leyes y las atracciones de la materia, sin embargo los sentimientos tienden a dominarnos el alma, aliado a la inteligencia, que ya hemos desarrollado bajo sus diversas modalidades.

Retomando el ensayo de Kardec, esta va a insistir en el debate en torno del egoísmo y del orgullo, situándolos como causa de todos los males.

Otro concepto necesitamos analizar, no obstante, en este momento, antes de proseguir y profundizar en esta cuestión. Se trata del concepto de pasión

El concepto de pasión 

La definición de pasión encontrada en los diccionarios puede ayudarnos a comprender, anticipadamente, lo que desean expresar los Espíritus y Kardec cuando utilizan este término. Según el Aurelio pasión es un: “Sentimiento o emoción llevados a un alto grado de intensidad, sobreponiéndose a la lucidez y a la razón; Amor ardiente; Inclinación afectiva y sensual intensa; Entusiasmo muy vivo por alguna cosa; Actividad, hábito o vicio dominador”.

Leyendo un pequeño trecho de las páginas iniciales de El Libro de los Espíritus (Introducción al Estudio de la Doctrina Espírita), encontramos a Kardec expresarse en estos términos (p. 25): 

El Espíritu encarnado se encuentra bajo la influencia de la materia; el hombre que vence esta influencia, por la elevación y depuración de su alma, se aproxima a los buenos Espíritus, en cuya compañía un día estará. Aquel que se deja dominar por las malas pasiones, y pone todas sus alegrías en la satisfacción de los apetitos groseros, se aproxima a los Espíritus impuros, dando preponderancia a su naturaleza animal. (negritas nuestras) 

En la misma Introducción, cuando trata de la escala, de las clases en que podemos situar a los Espíritus en su trayectoria evolutiva, el codificador afirma (p. 24): 

Los [Espíritus] de las otras clases se encuentran cada vez más distanciados de esa perfección, mostrándose los de las categorías inferiores, en su mayoría contaminados de nuestras pasiones: el odio, la envidia, los celos, el orgullo, etc. Se complacen en el mal. (negrita nuestra) 

Nos cabe ahora, destacar que el egoísmo y el orgullo componen lo que Kardec designa como siendo las pasiones. Lo que podemos confirmar cuando leemos más adelante, aun en la Introducción (p. 27): 

Nos enseña que el egoísmo, el orgullo, la sensualidad son pasiones que nos aproximan a la naturaleza animal, prendiéndonos a la materia; que el hombre que, ya en este mundo, se desliga de la materia, despreciando las futilidades mundanas y amando al prójimo, se avecina a la naturaleza espiritual. (negrita nuestra) 

En el capítulo en que trata de la escala espírita, Kardec al situar a los Espíritus imperfectos en el tercer orden, traza como sus caracteres generales (p. 89): “Predominación de la materia sobre el Espíritu. Propensión para el mal. Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las pasiones que le son consecuentes.” (negrita nuestro)

Será necesario darnos ahora un salto y localizarnos en la parte tercera de El Libro de los Espíritus (De las Leyes Morales), en el capítulo XII, De la perfección moral, en el ítem denominado justamente Pasiones. Envolviendo seis preguntas (907 a 912), Kardec hace un estudio breve, aunque profundizado de este tema, en el diálogo que tiene con los Espíritus superiores que colaboran con la Codificación.

En resumen he esto lo que aprendemos: 

·        Las pasiones son constructivas, formando parte de lo que podemos denominar como naturaleza humana. Su principio no es originariamente malo, “el principio que le da origen fue puesto en el hombre para el bien”. Son los añadidos nuestros, de la voluntad humana, los excesos, pues el “abuso que de ellas se hace es lo que causa el mal”. (pregunta 907) 

La frontera entre el bien y el mal 

Como ya fue comentado por Kardec en líneas de atrás, ciertas pasiones “nos aproximan a la naturaleza animal”; desligándose, sin embargo, el hombre de la materia y sus atracciones, por medio de la acción de amor al prójimo, el se aproxima “ya en este mundo” de su naturaleza espiritual. (negrita nuestro)

Podemos deducir pues, que las pasiones, este “entusiasmo muy vivo por alguna cosa” o este “sentimiento o emoción llevados a un alto grado de intensidad” en la definición del Aurelio, transita en la visión espírita de la naturaleza animal a la naturaleza espiritual. Del instinto de conservación que nos impulsa a buscar todo para nosotros mismos, en el deseo de preservar nuestra vida a cualquier costa, en detrimento de la vida ajena (cuando estamos próximos de la naturaleza animal, en los principios de las experiencias humanas) transitamos para un extremo al otro, que es la abnegación, que también en la definición del Aurelio significa “renunciar a; sacrificarse, mortificarse, en beneficio de Dios, del prójimo, de sí mismo”. No sin reflexión, el propio sacrificio de Jesús, normalmente en la tradición católica (la muerte en la cruz) es denominado como Pasión (el propio Aurelio indica el uso de la mayúscula para designar así designarlo). 

·        El gobierno de la pasión es lo que determina el límite en que se sitúa la frontera entre el bien y el mal. La pasión se vuelve un peligro cuando perdemos el dominio sobre ella y causamos males a los otros o a nosotros mismos. Como alabanza que puede multiplicarse por diez nuestras fuerzas, si es mal accionada y dirigida puede volverse contra nosotros y afligirnos. (pregunta 908) 

En la respuesta de los Espíritus a Kardec es aun dicho que las pasiones se asemejan a un corcel, un caballo veloz, “que sólo tiene utilidad cuando es gobernado y que se vuelve peligroso desde que pase a gobernar”. La propia sabiduría popular nos enseña que la vanidad, o el egoísmo o el orgullo no causan mal desde que sea en dosis adecuadas. Frases como “un poco de vanidad hace bien a la persona” y otras de ese género (cuando son dichas con sinceridad) corresponden exactamente a lo que los Espíritus en otras palabras se refieren al dominio de las pasiones.

Es dicho también que las pasiones, además de ampliar las fuerzas humanas, “auxilian en la ejecución de los designios de la Providencia”.

La pasión, como define el Aurelio, es también un “entusiasmo muy vivo” y el término entusiasmo corresponde a “exaltación o arrebato extraordinario de aquellos que estaban bajo inspiración divina”, también significando “dedicación ardiente, ardor”. Pronto, el hombre cuando se vuelve entusiasmado, en el sentido más elevado del término, puede auxiliar en las tareas que la Providencia Divina le designa y de que el hombre es instrumento. 

·        El principio de las pasiones tiene por fundamento un “sentimiento” o una “necesidad natural”; luego, las pasiones no pueden ser concebidas como un mal en sí, pues ellas son “una de las condiciones providenciales de nuestra existencia”; el exceso en la utilización de esta herramienta es la que causa el mal; las pasiones que lo aproximan a la naturaleza animal lo apartan de la naturaleza espiritual; habrá por otro lado, “predominación del espíritu sobre la materia” cuando los hombres utilizaran las pasiones como instrumento al servicio de los buenos sentimientos, lo que los conducirá más rápidamente a la perfección que nos cabe alcanzar. (pregunta 908) 

·        Los esfuerzos, los intentos para alcanzar una meta, pueden conducir al hombre a “vencer sus malas inclinaciones”. Sin embargo, el hombre no acostumbra a ejercitarse en este sentido, lo que le exigirá, en verdad, “esfuerzos muy insignificantes”. (pregunta 909) 

La importancia de la voluntad 

Kardec y los Espíritus  relacionan en esta pregunta la mala utilización de las pasiones y las malas inclinaciones, tendencias, volviéndolas sinónimas. Los Espíritus entonces nos afirmarían, de otra forma, que el gobierno, el dominio que puede tener sobre las pasiones no exige, comúnmente, grandes esfuerzos, sólo dedicación, persistencia. 

·        El hombre puede contar con los Buenos Espíritus, cuya misión es ayudarnos, caso desee vencer sus malas pasiones o inclinaciones. (pregunta 910) 

Hay una inscripción en el pórtico de Delfos, en Grecia, diciendo que “invocado o no él estará siempre presente”; la divinidad o Dios siempre está presente en nuestras vidas, incluso que no lo solicitemos… Lo mismo ocurre con los buenos Espíritus, que nos asisten, auxiliándonos siempre. A despecho de nuestra rebeldía y, a veces, de nuestro sumergimiento deliberado en el mal, ellos esperan pacientemente una oportunidad para reargüirnos, colocándonos en condiciones de retomar el camino en el rumbo del Bien. Si es invocado (e invocar es solicitar ayuda o intercesión de alguien) o si son evocados (evocar es llamar para sí, reclamar la presencia de alguien) los Espíritus amigos habrán de auxiliarnos a vencer nuestras malas pasiones o malas tendencias, inclinaciones. 

·        La voluntad puede siempre triunfar sobre las malas pasiones, dominándolas. Los hombres, no obstante, que se complacen con el mal, que les proporciona placer, por la afinidad con todo lo que se aproxima a su transitoria, pero obstinada naturaleza animal, son aquellos cuya “voluntad sólo les está en los labios”. Aquellos que comprender “su naturaleza espiritual” luchan por reprimir las propias malas tendencias. “Vencerlas es, para ellos, una victoria del Espíritu sobre la materia.” (pregunta 911) 

Es más fácil, cómodo engañarse, excluirse que enfrentarse en las luchas sin cuartel que se tiene que trabar para la victoria sobre sí mismo, contra el mal existente dentro de nosotros mismos. La alabanza férrea de la voluntad, que nos puede ayudar a remover todos los obstáculos del camino, necesita ser forjada todos los días, retemplada por la oración y por la vigilancia.

Es necesario, por tanto, estar atentos y en comunión con lo Alto, para no ablandarnos, pues es común dejarnos arrastrar por los  de sirena de la pereza, de la acomodación y de los placeres que a esto conduce o implica. 

·        Por fin, el antídoto recomendado por los Espíritus en el combate que se debe trabar para vencerse el “predominio de la naturaleza corpórea” es la práctica de la abnegación. (pregunta 912) 

La propia definición de lo que es abnegación indica lo que nos cabe hacer: “renunciar a; sacrificarse, mortificarse, en beneficio de Dios, del prójimo, de sí mismo”. Los verbos de que el diccionario utiliza para definir abnegación nos sugiere dos tipos de actitud. La activa y la pasiva. 

La raíz de todos los males 

Renunciar a alguna cosa es, aparentemente, una actitud pasiva, de dejarse, abandonarse, apagarse o hasta de huir de alguna situación. No obstante, nadie puede renunciar a las cosas del mundo a favor de algo o alguien sin que movilice las fuerzas del pensamiento y del corazón, con “dedicación ardiente, ardor” propio de quien moviliza el entusiasmo en aquello en que se empeña. La abnegación es, en fin, un sentimiento de renuncia, de sacrificio, de anulación del ego para la vivencia activa del amor al prójimo.

Bien, después de términos examinado las preguntas 907 a 912, sobre las pasiones, nos cabe indicar que las preguntas que seguirán tratan del egoísmo. De la pregunta 913 a 917 Kardec y los Espíritus dialogan sobre esta “verdadera llaga de la sociedad”. Las malas pasiones o malas inclinaciones Kardec designará ahora como vicios como se ve en la pregunta 913: “De entre los vicios, ¿cuál es el que se puede considerar radical?

La respuesta es naturalmente el egoísmo, que está en la raíz de todos los males (de ahí el adjetivo radical utilizado en la pregunta). Y continúan los Espíritus: “Por más que les deis combate, no llegaréis a extirparlos, mientras no ataquéis el mal de raíz, mientras no le hubierais destruido la causa. Intentad pues, todos los esfuerzos para ese efecto…” (negrita nuestra) 

Y al final de la respuesta los Espíritus son claros: 

Quien quisiera de esta vida, ir aproximándose a la perfección moral, debe expurgar su corazón de todo sentimiento de egoísmo, ya que el egoísmo es incompatible con la justicia, el amor y la caridad. El neutraliza todas las otras cualidades.

La idea de que el egoísmo y el orgullo puedan ser situados como causa de todos los males humanos puede causar malestar a muchos que se proponen examinar estas cuestiones. Los Espíritus y Kardec, de modo simple y coherente, son muy felices en situar en el campo de las causas últimas, el papel de las pasiones o de los sentimientos del egoísmo, del orgullo y otros semejantes. Todo lo más estaría en el campo de los efectos. (que pueden volverse causa de otros efectos). La miseria socio-económica, por ejemplo, puede tener su origen en la extremada concentración de renta en determinado país o región. En la visión espírita, sin despreciar los análisis sociológicos, económicos o cualquier otros, la causa de este fenómeno está en el egoísmo y en el orgullo de los hombres, en última instancia. La extrema concentración de renta, alegada como causa, en verdad sería un efecto de la causa principal que son las malas pasiones. (Lea la conclusión de este artículo en la próxima edición de esta revista.)


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita