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Año 2 – 95 – 22 de Febrero del 2009


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

La hostilidad a los extranjeros y su causa

 
En el 2004, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (Ecri) alertó a las autoridades suizas para el peligro de los hechos de actos racistas en Suiza, especialmente contra personas de origen africano y otras minorías étnicas que no dominan el idioma alemán. El documento pidió al gobierno del país que reprimiese “con firmeza” las manifestaciones de racismo y de xenofobia tanto en partidos políticos como en actos individuales

No es pues de extrañar lo que habría ocurrido con la joven brasileña Paula Oliveira en la noche del 9 de febrero en Dübendorf, en Suiza, pequeña ciudad próxima a Zurich. Según los periódicos, Paula hablaba al móvil con su madre, que vive en Brasil, cuando fue asediada y enseguida, agredida, hecho que habría acarreado la interrupción de un embarazo de tres meses. No hubo violencia sexual ni robo. La agresión habría sido motivada por mera intolerancia con los inmigrantes, que en Suiza forman un contingente considerable.

El día 13 de febrero la policía suiza declaró que Paula no estaba embarazada el día de los hechos y añadió que consideraba la hipótesis de que la propia joven hubiera simulado la agresión. El día 20, los periódicos brasileños divulgaron que Paula habría confesado que mintió con relación al embarazo inexistente y a la agresión, que jamás existió.

Cuando la noticia fue divulgada en Brasil, la sorpresa mayor no fue la agresión en sí, sino el lugar en que había ocurrido, porque la idea que tenemos de Suiza es de un país adelantado y comprometido con la paz y la justicia. Con todo, la verdad sea dicha, el episodio, sí comprobado, apenas se suma al que ya ocurrió con inmigrantes en Portugal, en el Reino Unido, en Francia, en Italia, en España y en Rusia, o sea, en varios países de Europa, el llamado Viejo Mundo, que es una especie de hermano más mayor de las naciones cuyos hijos han sido ahí hostilizados.

Los motivos invocados por los agresores no tienen importancia ninguna, porque no existe razón justa para que alguien agreda a una persona, especialmente si tal hecho tiene motivaciones económicas.

Xenofobia y racismo no podrían existir más en el mundo en que vivimos, pero infelizmente, ellos existen, lo que prueba como la sociedad terrestre es atrasada y cuan distante nos encontramos de los ideales proclamados por los revolucionarios franceses: Libertad-igualdad-fraternidad.

Kardec hizo un minucioso estudio al respecto del asunto. “Estas tres palabras – dijo el Codificador del Espiritismo – constituyen por sí solas, el programa de todo un orden social que realizaría el más absoluto progreso de la Humanidad, si los principios que ellas expresan pudiesen recibir una integral aplicación.” (Obras Póstumas, FEB, 26ª ed., pág. 233.)

En su artículo, el Codificador define, inicialmente, el concepto de fraternidad que, en la rigurosa acepción del término, resume todos los deberes de los hombres, unos para con otros. Fraternidad significa: dedicación, abnegación, tolerancia, benevolencia, indulgencia. Es, por excelencia, la caridad evangélica y la aplicación de la máxima: <<Proceder para con los otros, como querríamos que los otros procediesen para con nosotros>>.

La fraternidad es, como se ve, lo opuesto del egoísmo, que dice: <<Cada uno para sí>>, en cuanto que ella propone: <<Uno para todos y todos para uno>>. Como tales valores son la negación uno del otro, tan imposible es que un egoísta proceda fraternalmente para con sus semejantes, como a un avariento ser generoso.

Hechas estas consideraciones y centrando directamente el lema de los revolucionarios franceses, Kardec concluyó: “Considerada del punto de vista de su importancia para la realización de la felicidad social, la fraternidad está en la primera línea: es la base. Sin ella, no podrían existir la igualdad, ni la libertad seria”. La igualdad deriva de la fraternidad y la libertad es consecuencia de las otras dos.”

Obviamente, en cuanto ese sentimiento no estuviera enraizado en el corazón de los hombres – sea aquí, en Brasil, sea allí, en Europa y en los demás continentes – nadie será realmente libre y no existirá igualdad de oportunidades para todos, independientemente del color de la piel o del grupo étnico a que pertenezcan. Y más: continuarán existiendo en nuestro mundo individuos que se consideran superiores y en el derecho de intimidad, con el uso de la fuerza, a aquellos que en su punto de vista no merecen su amistad y su respeto.

¿Las religiones tienen alguna parcela de culpa en eso? Evidentemente que sí.

Está claro que ninguna religión seria propondrá la violencia o la maldad para con el prójimo, pero las disputas religiosas, el ansia de dominación del pensamiento ajeno, la búsqueda de una primacía injustificable acaban haciendo que la convivencia fraternal, pacífica, respetuosa sea cosa rara hasta incluso entre los cristianos, especialmente cuando son vinculados a denominaciones religiosas diferentes, en una repetición contemporánea de aquello que marcó la triste historia de las persecuciones movidas por los católicos a los hugonotes.

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita