WEB

BUSCA NO SITE

Página Inicial
Capa desta edição
Edições Anteriores
Quem somos
Estudos Espíritas
Biblioteca Virtual
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English Livres Spirites en Français   
Jornal O Imortal
Vocabulário Espírita
Biografias
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English Livres Spirites en Français Spiritisma Libroj en Esperanto 
Mensagens de Voz
Filmes Espiritualistas
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Efemérides
Esperanto sem mestre
Links
Fale Conosco
Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 - N° 93 - 8 de Febrero del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org


La experiencia de la raposa

 
 

   

Cierta vez una raposa de lindo rabo peludo y de una elegante nariz puntiaguda, aprovechando la noche que había llegado despacito, entró en un gallinero.

Se hizo un gran tumulto. Las aves corrían asustadas, chocando unas con las otras y cacareando de miedo.

Satisfecha con la confusión que se estableció entre las gallinas, la raposa corría de un lado para otro, arrancándoles las plumas y divirtiéndose mucho. Hasta

que notó que una gallina continuaba en el mismo lugar. Paró el juego y se aproximó, curiosa.

La gallina, con las alas abiertas, estremecida, protegía su nido donde siete pollitos, acababan de salir de la cáscara del huevo, piando. Al ver que la raposa se acercaba, temblando de pavor, la pobre madre suplicó:

- Por favor, doña Raposa, no destruya mi familia que amo tanto. Si quiere puede comerme a mí, pero no maté a mis hijitos y Dios la recompensará por su generosidad. ¡Ellos nada le hicieron! Son pobres criaturas indefensas. ¡Tenga

piedad!

Oyendo la suplica de la madrecita afligida, la pequeña raposa se apenó y se fue  del gallinero, para gran sorpresa de las aves que respiraron aliviadas.

Algún tiempo después, la raposa, ya crecida fue bendecida con dos lindas rapositas, que eran su mayor tesoro.

Cierto día notó, en las inmediaciones de su refugio, un perro adiestrado en la caza de las raposas, y procuró proteger a sus hijitos de la mejor manera posible.

Sin embargo el perro, que poseía un olfato muy delicado, encontró el escondrijo. Impidiendo que ellas huyeran, mostrando los dientes, gruñendo de la mejor manera posible.

En ese instante la raposa se acordó de la vez en que entró en el gallinero y de las palabras de la gallina.

Estremeciéndose de miedo ella tartamudeó:

- ¿Tú tienes hijos?

Sorprendido, el perro paró y respondió:

- Tengo.

Sintiendo valor, la raposa continuó:

- Entonces sabe lo que estoy sintiendo. Por piedad no mates a mis hijas que son todo lo que tengo. ¿Y si esto estuviese ocurriendo con tu familia? Perdónanos y Dios te recompensará por tu generosidad.

El valiente perro de caza pensó… pensó… y pensó que la raposa tenía razón. Lleno de piedad, se fue sin molestarlas.

La raposa abrazó a las hijas con amor, agradeciendo a Dios la ayuda y reconociendo el valor de la lección que manda a hacer al prójimo aquello que queremos que los otros nos hagan.

Como en aquel día en que ella había ayudado a una pobre gallina desesperada que suplicaba por la vida de sus pollitos, ahora a su vez, en un momento de peligro, había recibido la misma ayuda de un perro de caza, que se apiadó de su situación de madre, que defendía a sus hijitos.

                                                                  Tía Célia 

 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita