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Año 2 – 89 11 de Enero del 2009


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

El fin del mundo que acabó
no ocurriendo
 

 
Cada vez que comienza un nuevo año nos viene a la mente el episodio provocado en la ciudad de Maringá, al Norte del Paraná, por un conocido líder evangélico que anunció durante meses seguidos que el mundo se acabaría entre los días 24 y 31 de Diciembre de aquel año, sería entonces cuando Jesús se llevaría consigo a sus fieles seguidores. El año en curso era 1999 y el tercer milenio se anunciaba para después.

Cuando el asunto se hizo público por todo el Estado, los órganos de comunicación espíritas alertaron a la sociedad de los peligros y los prejuicios relacionados con este tipo de predicación. Claro que aquel no fue la primera vez que actos semejantes ocurrían en el mundo, y ciertamente no sería la última, por que las personas ingenuas y sin cultura son engañadas por los que tienen la palabra envolvente. Innumerables fieles de esta o aquella religión, no saben leer, y si saben, no cultivan el hábito de la lectura y se vuelven, así, presas fáciles de los líderes que buscan, en verdad, otra cosa y no aquello que sus seguidores ingenuamente piensan.

Jesús advirtió, en el llamado sermón profético, que muchos falsos profetas se harían oír en el mundo, y fue de hecho, lo que ocurrió.

Llegado el mes de Diciembre de 1999, el pastor, evidentemente, no esperó el día fatídico anunciado con tanta pompa, atribuyéndolo a una revelación recibida del propio Espíritu Santo. Al el principio del mes, semanas antes del “fin del mundo” por él predicho, el pastor desapareció, llevándose consigo a su esposa y dejando sin timón a los fieles de su iglesia, de la cual era el líder máximo.

Días después, envió desde Londres una carta de renuncia al cargo de presidente de la institución que ocupara durante 25 años. Divulgada la noticia, millares de fieles se movieron para recibir informaciones sobre el pastor, cuya actitud dejó atónitos hasta a sus mismos compañeros de dirección, que no sabían, en el primer momento, si las finanzas de su iglesia habían sido afectadas.

Muchos afiliados, sobre todo después de que fueran conscientes de que el dinero de la institución también desapareciera, los sucesores del pastor procuraron excluir a la institución de la responsabilidad sobre la infeliz predicción. “Por lo menos tenemos que pedir disculpas a los fieles por haber caído en una actitud desastrosa, de lo que decía ser una profecía”, declaró uno de ellos en la época.

La Orden de los Pastores Evangélicos de Maringá igualmente condenó la actitud del líder que huyó. “Nuestra indignación es para la manera en que las personas fueron usadas”, dijo Nilton Tuller, uno de los fundadores de la Orden. “La Biblia dice que al fin de los tiempos habría falsos profetas y él es uno de ellos”.

Al año siguiente el pastor volvió de Inglaterra e intentó reasumir el mando de su iglesia, pero sus padres se lo impidieron. Él no se conformó y fue a los tribunales, sin solución. Fundó entonces una nueva iglesia, que, como si nada hubiera ocurrido, ya se expandió en la misma región en la que tantos fueran engañados. No hubo petición de disculpas y nadie resarció los perjuicios ocasionados a aquellos que vendieron casas, campos y coches, preparándose para el “fin del mundo” que acabó no ocurriendo.
 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita