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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 – 88 4 de Enero del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org


¡Año Nuevo, vida nueva!

 

Caminando por la calle, sin prisa, Roberta de ocho años, se encaminó para el parquecito próximo de su casa. Se sentó en el columpio preferido y allí se quedó quieta, pensando en la vida.

El año había sido bueno. A pesar de no haberse dedicado especialmente a los estudios, había sido aprobada en la escuela, y se sentía aliviada.

La fiesta de Navidad había sido muy buena, con comida abundante, frutas, dulces, chocolates y caramelos. Además de eso, le dieron varios regalos, inclusive una nueva bicicleta, exactamente la que deseaba.

No obstante, a pesar de estar todo bien, algo la incomodaba. Recordando la Navidad, cuya fecha representaba el aniversario de Jesús, llegó a la conclusión de que sólo pensó en sí misma. El año  estaba terminando y eso le daba cierta tristeza.

Como el año nuevo llegaría dentro de algunos días, Roberto pensó que le gustaría cambiar su vida para que ella fuese mejor aun.

¿Pero cambiar qué?

En relación a la escuela debería estudiar más, no sólo para pasar de curso, sino para aprender realmente.

Al pensar en la escuela, inmediatamente la imagen de Tereza surgió en su mente. Era una compañera con quien tuvo una pelea por un motivo cualquiera, y no se habían hablado más. Y ella sentía la falta de la amiga.

Acordándose de la fiesta de fin de curso, Roberta revivió el momento en que un grupo de alumnas presentó bonitos números de danza. ¡Ella se había emocionado porque el ballet era su sueño! ¡Siempre quiso aprender a bailar! ¿Quién sabe si la hora había llegado?

En ese momento, Roberta vio a una niña bien pobre que llegó al parquecito, tímida, sin saber qué hacer. Mientras la madre de ella, parada en la calzada, se entretenía hablando con una muchacha, la niña se quedó parada, indecisa.      

Íntimamente, Roberta tomó una decisión:

- ¡Eso mismo! ¡El año nuevo será diferente! Y voy a empezar ahora.

Entonces Roberta dejó el columpio y se acercó a la niña, invitándola:

- ¿Quieres ir al columpio? ¡Venga, yo te ayudo!

Se sentó la niña y se puso a balancearla, mientras la niña reía, feliz. Luego se hicieron amigas. Roberta supo que el nombre de ella era Carolina, tenía 4 años y vivía en un barrio muy distante. Cuando la madre de la niñita llegó, ellas hablaban y Roberta dijo:

- Tengo algunos juguetes y quiero dárselos para Carolina. Tengo también ropa y calzados que no me sirven más, además de dulces y caramelos que me dieron en Navidad. Vengan conmigo hasta mi casa. Es aquí cerquita.

La madre quedó toda contenta y agradecida:

- Tú no imaginas lo que eso significa para nosotros. Sin dinero, nada pude comprar para Carolina en Navidad. Ni comida tenemos nosotros en casa.

Apenada, Roberta llevó a la madre e hija hasta su casa, las presentó a su madre y, como el almuerzo estaba listo y su padre ya había llegado, se sentaron y almorzaron todos juntos.

Al despedirse, la mujer estaba emocionada. Se sentía agradecida por la ayuda y por el acogimiento que tuvo en aquel hogar. Carolina se tiró a los brazos de Roberta y dijo:

- Gracias, Roberta. ¡Tú eres ahora mi amiga del corazón!

Al recibir el abrazo la niña, Roberta sintió que jamás había experimentado tal sensación de bienestar, paz y felicidad.        

Más tarde, ella fue hasta la casa de Tereza. Tocó la campañilla y, para su sorpresa, fue la propia amiga la que le abrió la puerta. Al verla, la niña abrió los ojos, sorprendida.
 

- ¡Roberta! ¿Tú, aquí en casa?...

- Vine para pedirte disculpas, Tereza. Siento mucho lo que ocurrió aquel día.

- Roberta, soy yo quien debe pedirte disculpas. Dije cosas que no debía y acabamos peleando. ¿Tú me perdonas?

Las dos cambiaron una mirada y cayeron en la risa.

- Bien, creo que somos amigas de nuevo, ¿no es así?

Ellas se abrazaron con cariño, contentas por haber resuelto la cuestión.

Dejando la casa de Tereza, Roberta volvió para su casa y le contó a su madre lo que había pasado, que había hecho las paces con Tereza y concluyó:

- Mamá, gracias a Dios ahora está todo bien entre nosotras.

- Me siento feliz, hija mía, que tú y Tereza os hayáis acercado. Nunca estaremos bien si alguien tiene algo contra nosotros.

- Tienes razón, mamá. Estoy aliviada. ¡Ah! También decidí que el año nuevo sea diferente, por eso me gustaría pedirte: ¿puedo estudiar ballet el año que viene?

- Si tú realmente lo deseas, ¡está claro que puedes!

- ¡Gracias, mamá! Voy a telefonear a la profesora y a matricularme en el curso.

En los próximos días, Roberta hizo una programación de todo lo que le gustaría hacer para el próximo año, y aprovechó para realizar algunas cosas que estaban faltando antes de fin de año: hizo una visita a sus abuelos y a un amigo que estaba enfermo, dio un baño al perro; arregló su cuarto separando lo que iba a necesitar de aquello que podría disponer y muchas otras cosas.

El día 31 de diciembre, se sentía en paz consigo misma y con el mundo.

Cuando sonó la media noche y los festejos comenzaron, el cielo quedó todo iluminado con la quema de los fuegos artificiales. La ciudad ganó nueva vida, con las bocinas de los coches sonando, gritos de alegría y personas que dejaban sus casas para saludar a los vecinos, parientes y amigos.

Bajo el cielo iluminado, la madre miró para la hija y dijo con amor: 

- ¡Feliz Año Nuevo, hija mía!      

- ¡Feliz Año Nuevo, mamá!

Roberta ahora tenía la seguridad de lo que quería: ¡AÑO NUEVO, VIDA NUEVA!

                                                                  Tía Célia 

 



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