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Año 2 - N° 86 - 14 de Diciembre del 2008


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

Los talentos congenitos en la visión espírita 

 
Para los que creen que los angeles ya fueron hechos así – inteligentes, virtuosos, inaccesibles a las dolencias que alcanza al hombre – no es difícil pensar como el matemático francés Henri Poincaré, fallecido en 1912, el cual creía en el talento congénito. “Los matemáticos nacen; ellos no se hacen”, aseveraba Poincaré.

Sabemos, con todo, en lo que dice respecto a nosotros humanos, que nada en la vida se conquista de gracia. Aprender una disciplina y volverse en ella un especialista respetado exige dedicación, estudio y, sobre todo, mucho tiempo.

¿Cómo explicar entonces los talentos precoces, los niños prodigios? Habran sido esas criaturas creadas así, recibiendo de Dios un privilegio que no es concedido a la mayoría de sus criaturas?

Algun tiempo atrás, la revista Vea focalizó el caso del joven Carlos Matheus Silva Santos, que a los 19 años de edad, se graduó doctor por el Instituto Nacional de Matemática Pura y Aplicada, de Rio de Janeiro, repitiendo así los pasos de Pascal, Leibnitz, Gauss y Evariste Galois, que se destacaron precozmente en el difícil campo de las matemáticas.

La Doctrina Espírita es muy clara en lo tocante al asunto. No existen privilegios en la obra de la creacion. Los niños y los jóvenes prodigios no son nada más que Espíritu reencarnados que consiguen acceder con facilidad, por un mecanismo que no es facultado a la mayoría de los niños y de los adolescentes, las conquistas intelectuales que hicieron en vidas pasadas y que les exigieron esfuerzo, dedicación y mucho estudio.

Los niños prodigios, lejos de reprersentar indicios de un privilegio inadmisible por parte del Creador, son una de las pruebas más evidentes de la palingenesia, doctrina enseñada por Pitágoras, Sócrates, Platón, Jesús y revigorizada en los tiempos modernos, por el Espiritismo.

Kardec pregunto cierta vez a los inmortales cómo puede un Espíritu, dada las limitaciones de una existencia corpórea, alcanzar la meta que Dios le asignó: la perfección. Al final, fue Jesús quien dijo a los que lo oían: “Vosotros soís dioses. Todo lo que hago podréis hacerlo también, y mucho más.

Los inmortales le respondieron: “Soportando la prueba de una nueva encarnación”, o sea, reencarnando, ya que en cada existencia puede él subir un escalón más en la escalera de la evolución, algo que, obviamente, ya ocurre con los llamados niños prodigios.

 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita