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Año 2 - N° 82 - 16 de Noviembre del 2008

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org


El castor ambicioso

 

Cierta vez un castor encontró un agujero existente en el tronco de un árbol grande y fuerte.

Era el cobijo ideal para el pequeño castor vivir. Muy satisfecho de la vida, se mudó para allá.

El árbol pasó a protegerlo del viento, de la lluvia, del frío y de los animales salvajes, que siempre representaban un peligro.

Contento, el castor pasó a pensar en arreglar su casa. Como la consideraba muy pequeña, deseó aumentarla.

Con sus dientes fuertes y afilados, comenzó a roer las paredes para aumentar su casa. Soñaba en tener una familia y necesitaba de espacio para la esposa y los hijitos de vinieran.

Así el aumentó el agujero haciendo un cuarto más, una sala donde pudiesen comer y un depósito para guardar las nueces que encontrase. El invierno acostumbraba a ser riguroso y era preciso almacenar el alimento de modo a no pasar hambre.

El castor arregló su casa con mucho amor, adornando y limpiando para esperar la llegada de la familia.

Como no estaba satisfecho con lo que tenía, deseando siempre más, fue aumentando la casa y haciendo nuevas habitaciones.

Los otros moradores del árbol, pajaritos, insectos y pequeños animales, protestaban:

- ¡Castor, tú estás destruyendo nuestra casa! Nuestro amigo el árbol está débil.

A lo que el replicaba, indiferente:

-- Vosotros estáis engañados. El árbol es fuerte y tiene raíces robustas.

Cierto día, ya en el inicio del invierno, él había salido para buscar comida y tardó algunas horas. A la vuelta, tuvo una gran sorpresa. Miró de lejos para admirar su linda casa y se extrañó:

-- ¿Dónde está mi casa, el árbol frondoso y amigo?...

Asustado no podía creer lo que sus ojos  veían: ¡el  árbol,  que

era tan fuerte, tan firme, estaba caído en el suelo!

¿Cómo se desmoronó de aquel modo?

Intentando encontrar la razón  de  aquel desastre,  el

castor llegó más cerca para ver lo que había pasado, y notó que el, sin darse cuenta, le había roído las raíces, haciendo que ellas perdiesen la fuerza, con el inmenso agujero que se hizo dentro del tronco del árbol.

El castor notó entonces, demasiado tarde, que él mismo había sido el responsable por la caída del árbol. Que, en su ambición desmedida, había destruido las condiciones de la morada que el Señor le concedió, no sólo a el, sino también a todos los otros seres que la habitaban.

Bastaría que se hubiese contentado con lo poco que le había sido dado, para que el pudiese vivir allí largos años en paz y seguridad. Con todo, él deseo de tener siempre más, hizo que destruyese su hogar y el hogar de los pajaritos, de los pequeños animales y de los insectos que allí vivían.

Ahora, decepcionado y triste, el castor lamentaba el error que cometió. Estaba al inicio del invierno y era necesario buscar otro cobijo, si no quería quedar al relente y expuesto a la intemperie. 

Sin embargo el tenía confianza en Dios. Sabía que, como había encontrado aquel agujero, encontraría otro. Era necesario no desanimarse y aprender con los propios errores.

Entonces, humildemente, él se dirigió a los compañeros de infortunio que allí estaban tristes, y les dijo:

-- Os pido perdón. Cometí un gran error y ahora todos nosotros estamos sin hogar. Pero no podemos desanimarnos. Os prometo que encontraremos otro árbol para vivir. ¡Confiad en Dios!

Las aves, los animalitos y los insectos quedaron más animados, sintiendo una nueva esperanza brotar en sus corazones. 

El castor, de aquel día en adelante, nunca más cometería el mismo error, aceptando y adaptándose a las condiciones de vida que Dios le ofreciese.

                                                                  Tía Célia 

 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita