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Año 2 – 80 2 de Noviembre del 2008

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org


La muerte no existe

 

En este domingo que coincide con el Día de los Muertos, fecha en que se homenajea a los muertos, es preciso parar y reflexionar.

Jesús dejó bien claro que la muerte no existe. La muerte del cuerpo físico representa sólo el pasaje de un mundo para el otro. El Espíritu deja el mundo material y pasa a vivir en el mundo espiritual, que es su verdadera vida.

El Maestro no sólo habló sobre la importancia de la vida futura, ejemplificó sus enseñanzas volviendo después de su muerte en la cruz para mostrar a los discípulos la verdad que enseñó.

Por eso, amiguito mío, no sirve que busquemos a nuestros muertos queridos en el cementerio, porque ellos no están allí. Bajo la tierra permanecen sólo los restos mortales, que no importan más. Es como una ropa vieja que no sirve más para usar, de tan estropeada que está.

Y además de eso, ¿quién es al que le gusta los lugares tristes?

Si pudiésemos escoger, naturalmente iríamos a los mejores lugares, más agradables y alegres. Así también ocurre con el Espíritu que ya dejó la Tierra.

La realidad del mundo espiritual es muy bonita. La vida allá es mucho mejor que  la nuestra, que estamos aun aquí encarnados. Todo lo que vemos aquí en la Tierra, y que nos parece bello, es sólo una pálida e imperfecta copia de lo que existe en la Espiritualidad.

De esa forma, si tenemos algún ente querido que ya partió para la realidad mayor, nos acordemos de el con alegría, recordando los momentos felices que pasamos juntos o pasajes graciosos de nuestra vida en común, emitiendo pensamientos de cariño y de nostalgia, pero sin rebeldía o desesperación. Hagamos oraciones envolviéndolos en vibraciones afectuosas para que el se sienta amado y protegido. Si sentimos necesidad de ofrecerle alguna cosa, que no sea nuestra ida al cementerio, donde a el ciertamente no le gustará volver.

Coloquemos un jarrón de flores en nuestra casa igual, recordando su presencia querida. Podemos dar algo a alguien más necesitado, en su nombre, lo que lo dejará gratificado.

O entonces, mi amiguito, tú puedes enviarle un ramo de flores.

¿Cómo? Bien, piensa en las flores que a tu ente querido más le gustaba o, entonces, aquellas que a ti te parezcan más bonitas. Imagina un bonito ramo de flores, adórnalo con el papel y la cinta que desees, demostrando tu cariño. Después, escribe mentalmente una bella postal, con las palabras que te gustaría decirle. Enseguida, entrega tu ofrenda diciendo:

- ¡Estas flores son para ti!
 

Ten la seguridad de que tu ente querido recibirá tu presente. Así, el va realmente  a sentirse homenajeado y agradecerá el feliz recuerdo que tú tuviste.

¡Prueba!

                                                                  Tía Célia 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita