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Año 2 - N° 80 - 2 de Noviembre del 2008

AMÉRICO DOMINGOS NUNES FILHO   
americonunes@terra.com.br   
Rio de Janeiro, RJ (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org


Los muertos viven
 

El querido Maestro Jesús se reveló en el mayor ejemplo de la seguridad de la vida después de la vida, porque Él mismo demostró la inmortalidad, revelando la muerte de
la muerte, continuando vivos
 
 

En la fecha del 2 de noviembre, los cementerios están abarrotados de personas que allá van con la intuición  del homenaje a sus muertos. Muchos aprovechan el deseo para decorar las tumbas, otros encienden velas y, felizmente, muchos también se acuerdan de dirigir sus pensamientos a los desencarnados por la oración.

En El Libro de los Espíritus, en las cuestiones 230 a 329, la conmemoración del llamado “Día de los Muertos” es descrito, con mucha propiedad y felicidad, por los excelsos Benefactores Espirituales. Es digno de resaltar, principalmente, la enseñanza de que los Espíritus rememorados comparecen, concurriendo a las necrópolis, atraídos por los pensamientos de sus amigos y parientes encarnados. Con todo, la enseñanza doctrinaria destaca que la oración   que santifica el acto del recuerdo y “el respeto que, en todos los tiempos y entre todos los pueblos, el hombre consagró y consagra a los muertos es efecto de la intuición natural que  tiene  de la  vida futura”, esto es, de

que los muertos viven.

El querido Maestro Jesús se reveló en el mayor ejemplo de la seguridad de la vida después de la vida. Él mismo demostró la inmortalidad, revelando la muerte de la muerte, continuando viviendo. Aparece Magdalena, en pleno sepulcro, recién- materializado, ultra-electrizado, alertándola para que no lo tocase, lo que le acarrearía un vigoroso choque eléctrico. A través, igualmente, del fenómeno mediúmnico del ectoplasma, dialoga con algunos apóstoles, en el camino de Emaús y surge, en el recinto cerrado, comprobando por la mediumnidad de efectos físicos  la inmortalidad. Del mismo modo, no se niega al intercambio mediúmnico, comunicándose personalmente con el discípulo Tomás, inicialmente incrédulo, negando el retorno del Cristo a la convivencia con sus discípulos. 

El Cristo, en la vida física, mantuvo contacto con
 Espíritus desencarnados
 

La materialización del Maestro, resaltando la sobrevivencia del ser, se constituye en piedra básica del Cristianismo, conforme atestigua Pablo, diciendo que “si no hay resurrección de muertos, entonces el Cristo no resucitó. Y si el Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana vuestra fe” (1 Co. 15:14). El apóstol de los gentiles enfatiza que los muertos resucitan en cuerpo espiritual (1 Co. 15:44) y grita con gran convicción: “Tragada fue la muerte por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde esta, oh muerte, tu aguijón? (1 Co. 15:54-55).

Jesús, reencarnado entre nosotros, dialogó con los llamados muertos. En el llamado “Monte de la Transfiguración”, conversó con los Espíritus Elías y Moisés, utilizando a los médiums de efectos físicos, Pedro, Santiago y Juan, los cuales se encontraban dando la neblina ectoplasmica, responsable por el proceso mediúmnico de la materialización – “Pedro y sus compañeros se encontraban apremiados por el sueño” (Lc. 9:32). Solamente la hipótesis de estar mediumnizados explicaría el hecho de estar dormidos después de la transfiguración del Maestro.

El Cristo, en la vida física, mantuvo contacto también con Espíritus desencarnados ignorantes, apareciendo los mismos como sordos-mudos, una legión, etc.

El Maestro resaltó la inmortalidad, probando que los muertos continúan vivos y cada vez más vivos. Dijo Jesús: “En cuanto a la resurrección de los muertos, no habéis leído lo que Dios os declaro: ‘Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’. El no es Dios de muertos y, sí, de vivos” (Mt. 22:32). Están vivos y bien despiertos.

La muerte no existe, por cuanto la vida continúa después del fallecimiento corporal. Si no hubiese vida fuera de la tumba, no tendría sentido la vida antes de la muerte. 

Los muertos viven y tienen conciencia de sus individualidades 

El Espíritu preexiste al cuerpo de carne – “antes de nacer, yo ya te conocía…” (Jeremías 1:4) – y sobreviene más allá de la sepultura, como prueban numerosos pasajes bíblicos, a seguir enumerados: 1) Juan, el discípulo amado, nos alerta: “…No deis crédito a cualquier Espíritu, antes, probad si proceden de Dios” (1 Ju. 4:1); 2) “Los Espíritus saldrán del sepulcro y se aparecerán a muchos” (Mt. 28:3); 3) Cuando fueron a la tumba, Maria Magdalena y la otra María vieron a un Espíritu, ciertamente materializado: “Su aspecto era como un relámpago, y su vestidura blanca como la nieve” (Mt. 28:3); 4) El ser espiritual denominado Gabriel (“Hombre de Luz”) es descrito como varón por el profeta Daniel (Dn. 9:21), no siendo una entidad creada aparte de la creación, diferente de las demás. Inclusive, una entidad llamada Miguel se presentó como guerrero; 5) El apóstol Pedro, seguro de la existencia de la vida después de la muerte y de la posibilidad de la comunicación mediúmnica, afirmó que “después de su muerte, procuraría recordar a todos las cosas que predicó” (1 Pe. 1:15)

En el Antiguo Testamento hay un relato de una sesión mediúmnica, en la cual aparece el Espíritu Samuel, dejando un mensaje a Saúl, a través de la pitonisa de En-Dor (1-Sm. 28:1); 7) Job ve a un ser espiritual, relatando lo siguiente: “Un Espíritu pasó por delante de mí, me hizo estremecer los cabellos de mi cuerpo; pero a él pero no le vi bien la apariencia; una silueta estaba delante de mis ojos” (Jo 4:15_16) 8) En el libro de Isaías, denominado como “Quinto Evangelista”, los muertos hablan de las “zonas purgatoriales”, “sheol” o “umbral”, sorprendidos por ver en la misma situación de sufrimiento, al famoso y poderoso rey de Babilonia (Is. 14:10); 9) Jesús, muerto en la carne y liberado en Espíritu, fue a predicar, en esos mismos parajes inferiores, a los que se encontraban en un atroz sufrimiento (“prisión”) (1 Pe. 3:18-20).

Los muertos viven y tienen conciencia de sus individualidades, habiendo vida de relación en el más allá. Que tengamos la certeza de que, después del fenómeno de la muerte, continúa la vida. Dos astrónomos dejaron inscritos, en sus epitafios, el siguiente mensaje confortador: “Amamos tan apasionadamente a las estrellas que no tememos la noche”.

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita