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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 – Nº 77 12 de Octubre del 2008

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org


Las nubes

 

Caminando desolado por las calles, Alberto encontró a un viejo amigo de su padre, el señor Juan.

El niño estaba triste y angustiado. El anciano, andando a su lado, le preguntó la razón de su tristeza.

- ¡Nada va bien! – respondió Alberto. – ¡Parece que el mundo va a desmoronarse sobre mi cabeza! Estoy de vuelta del hospital donde fui a visitar a mi madre y el estado de ella necesita cuidados. Mi padre esta desempleado y los gastos con el hospital  aumentan

cada día causándonos preocupación. Si no fuese bastante eso, aun fui mal en un examen en la escuela y no sé si voy a pasar de curso.

Hizo una pausa y, con la voz embargada por la emoción, conteniendo a toda costa las lágrimas, concluyó:

- Como el señor puede ver, tengo motivos de sobra para estar desesperado.

El bondadoso hombre oyó sin interrumpir el desánimo del niño. Enseguida miró para el cielo y dijo:

- Observa. Las nubes pesadas son anuncios de una lluvia breve. Debemos apresurarnos. Alberto miró para lo alto sin gran interés. Oscuras y pesadas nubes habían tomado todo el cielo. Indicando que no tardaría en llover.

- Las nubes se van acumulando, acumulando hasta que la tempestad termina limpiando la atmósfera. Así también ocurre con  nosotros,  Alberto. Muchas  veces  la  tormenta  nos  agita

nuestro interior y es preciso que “limpiemos” nuestro interior también. Sé que tú eres un chico valiente y decidido, pero no temas llorar. Las lágrimas hacen bien y alivian la tensión.


Alberto miró para el compañero y, no resistiendo más, dejó que las lágrimas corriesen por su rostro, lavándole el alma.

El anciano lo abrazó y permanecieron así por algún tiempo viendo la lluvia caer.


Media hora después paró de llover. Las nubes, tocadas por el viento, se fueron y el sol volvió a surgir, aclarando todo.

- ¿Estás viendo, Alberto? – comentó el generoso anciano. – El sol brilla nuevamente, cuando hace pocos minutos atrás

estaba todo oscuro y lluvioso. Mira como el aire está limpio y claro. ¡Parece un milagro! ¡Las hojas y flores ganaron nueva vida y hasta un lindo arco-iris surgió en el cielo! Por eso, hay que tener esperanza, hijo mío. Confiar en Dios y tener fe. Las cosas cambian y lo que en un momento nos parece sin solución, en el momento siguiente podrá ser resuelto.

Alberto miró al amigo con gratitud.

- Muchas gracias, señor Juan. El señor me ayudó mucho. Ya estoy bastante mejor y más optimista.

Se separaron amistosamente. El hombre estaba a camino de su trabajo y el niño tenía que ir a la escuela para saber el resultado del examen.

Más confiado, Alberto se dirigió al colegio y tuvo una grata sorpresa: ¡Fue aprobado!

Lleno de alegría, corrió para casa y contó al padre la novedad. El padre, que también andaba preocupado, se mostraba más alegre porque tenía la promesa de un empleo.

- ¡Qué bueno, hijo mío! También tengo buenas noticias. Un amigo mío está necesitando a un ayudante y me invitó para trabajar en su taller. No sé mucho de mecánica, pero tengo buena voluntad y voy a aprender, hijo mío.

Más tarde, ellos fueron al hospital a llevar las buenas noticias para la madre que, ciertamente, quedaría muy feliz.

Otra sorpresa agradable. El médico estaba bastante optimista y les aseguró que, si todo continuaba bien, después la paciente recibiría el alta del hospital.

Para felicidad del chico, el señor Juan fue también a visitar a su madre y le contaron las novedades. Y Alberto concluyó:

- El señor tenía razón. ¡Las cosas cambian y es preciso tener fe en Dios! Ahora está todo bien. ¡La tempestad pasó!

                                                                  Tía Célia 

 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita