WEB

BUSCA NO SITE

Página Inicial
Capa desta edição
Edições Anteriores
Quem somos
Estudos Espíritas
Biblioteca Virtual
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English Livres Spirites en Français  
Jornal O Imortal
Vocabulário Espírita
Biografias
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English Livres Spirites en Français Spiritisma Libroj en Esperanto 
Mensagens de Voz
Filmes Espiritualistas
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Efemérides
Esperanto sem mestre
Links
Fale Conosco
Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 - N° 56 - 18 de Mayo del 2008

 
                                                            
Traducción
MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net


¡Nuevo hijo, nuevo hermano!

 

Carlos estaba en la preadolescencia, edad en que la rebeldía y la irritación eran constantes. Se quejaba de todo y nunca estaba contento con nada. Reclamaba  de la familia, de la escuela, de la comida, de las ropas, de la casa, de los amigos.  

En razón de eso, las personas comenzaron a apartarse de el, pues no hay a quien le guste  alguien  siempre malhumorado. 

Cierto día, el estaba particularmente desagradable. Había peleado  con su hermanita, roto un saltador de ella a propósito y pegado al cachorro. 

La madre lo reprendió con cariño, diciendo: 

– Hijo mio, para vivir bien con las personas, es preciso que aprendamos a amar y a respetar a todos los que conviven con nosotros y a todo lo que nos

rodea. Todos nosotros  lo amamos, pero nadie está obligado a aguantar su mal humor constante. ¿Qué es lo que le está pasando? 

¡Usted  tiene de todo  y esta siempre asqueado! Deje de ser tan egoísta. Tiene gente  que tienen  menos que usted y no reclaman. ¡Piense en eso! 

Carlos rojo de rabia, y más irritado aun con las palabras de la madre, se aparto refunfuñando:

– ¡Nadie me entiende en esta casa! ¡Todo es por culpa mía! 

Atravesó el jardín para salir; al abrir el portón, paró, viendo a un chaval en la calle. 

En otra ocasión, el habría acorralado al niño.

Contra su voluntad, sin embargo, quedo pensativo. Las palabras de la madre continuaban vibrando en sus oídos. Sabía que tenía razón. Sentía a sus amigos distantes, evitando aproximarse a el; la hermanita que siempre lo, lo estimaba, ahora lo miraba recelosa.  

– Tengo hambre. ¿Tiene pan duro? – preguntó el chaval con la mirada triste. 

Las palabras del niño lo tocaron hondo. Debe ser muy duro sentir hambre – pensó. 

Con el corazón más calmado, Carlos entró corriendo y volvió enseguida con un poco de leche y un bocadillo que el mismo había preparado. 

Mientras el niño comía, se sentó cerca de el en la calzada, y se puso a conversar. 

   – Mi nombre es Carlos. ¿Y el suyo? – pregunto. 

– Pedro. 

– ¿Y donde vives, Pedro?- pregunto. 

– Moro en un barrio bien apartado, con unas personas que me acogieron. No tengo familia – dijo el chavalillo, bajando la cabeza, tristoncillo. 

Al ver Pedro lamentar no tener familia, Carlos replico, sin pensar: 

– ¡Lo envidio a usted; Pedro. Tener familia es muy chungo! Especialmente madre, que regaña  mucho con motivo según la gente.  ¡Asimismo me gustaría vivir solito!  

El chaval irguió la cabeza y Carlos percibió que sus ojos estaban llenos de lágrimas. 

– Usted no sabe lo que es vivir solito, Carlos. No tener una casa, no tener familia, no tener padre, ni madre; no tener a alguien que le haga un cariño, que lo oriente, hasta que riña con usted. Alguien con quien usted pueda conversar hablar de sus problemas, de sus dudas. Alguien que, cuando usted este enfermo, le de el remedio y se quede a su lado. Usted no sabe lo que es estar solo. Especialmente, sin tener una madre. 

Carlos percibió que dio una patada, y, constreñido  concordó: 

– Tiene razón, Pedro. Hablé sin pensar. ¿Más, y  la familia  que lo acogió? ¿No es buena? 

– Es muy buena. Mira, no conocí a mi padre, y cuando mi madre quedo enferma y murió, esa familia  me socorrió. Entonces,  no quiero ser ingrato, debo mucho a ella. A pesar de extremadamente pobre, me ayudo cuando  más lo precise. Más no es la misma cosa. Siento falta  de “mi madre”, ¿entiende? 

– Entiendo. 

En aquel momento es cuando Carlos sintió la importancia de tener una familia, de tener una madre. Su corazón se llenó de un sentimiento nuevo que brotaba en su interior y del cual es se diera cuenta, preocupado consigo mismo: EL AMOR. 

Los dos niños no percibieron que, allí mismo, abrazándolos con amor, estaba la madrecita de Pedro, desencarnada. 

En la mente de Carlos brotaba una idea. Una inmensa  compasión por Pedro  que hizo que lo invitase a entrar. 

– Venga.  Quiero que conozca a mi madre. 

Entraron. Carlos presentó a Pedro a la madrecita. El estaba tan diferente, emocionado, que ella percibió luego que algo había acontecido con el hijo. 

– Sea bienvenido, Pedro. ¿Más, que oigo, de mi hijo?  

– ¿Mama! Se que el día de las Madres se aproxima y acostumbro a darle un presente. ¿a señora aceptará cualquier presente que yo le desee? 

– ¡Claro, hijo mio! Sin embargo, no preciso de regalos. ¡Los tengo a ustedes! 

– Más yo quiero darle un presente, madre. 

– Sea lo que sea, acepto con placer, hijo mio. 

Aproximándose a Pedro, que lo oía la conversación sin entender nada, Carlos coloco el brazo en sus hombros, y, con los ojos llenos de agua, hablo: 

– ¿Aceptas un nuevo hijo, mama? ¡De castigo, tendré otro hermano! 

– ¿Más… y la familia de Pedro, hijo mio? 

Carlos contó a la madre la situación del nuevo amigo, más ella, aun con duda, cuestiono: 

– ¿Pedro, y esa familia con la cual usted mora? ¡Son sus amigos! ¿No  quedaran tristes sin usted? 

Sorprendido y encantado con la idea de Carlos, sin poder ni acreditar en esa felicidad, el respondió: 

– No, señora. Son mis amigos si, me gusta mucho ellos y estare siempre agradecido. Me ayudaron en una hora de necesidad, cuando mi madre murió y quede solo. Más acredito que para ellos seria un alivio no tener una boca más que alimentar. Sabe como es, la vida esta tan difícil… 

– ¿Y a usted le gustaría morar con nosotros? ¡Bien, parece que Carlitos no pidió su opinión y precisamos saber lo que usted realmente desea! 

El niño sonrió, emocionado: 

– ¡Yo seria muy feliz de tener una nueva familia! 

También conmovida con la situación de Pedro, la madre no tuvo más dudas. Corrió para ellos, abrazándolos, emocionada diciendo al hijo: 

– Carlos, su padre y yo siempre quisimos adoptar un hijo más, sin embargo teníamos miedo por su reacción. Su padre y su hermanita también quedaran muy felices.  

Después, dirigiéndose a Pedro, completo: 

– Sea bien venido, hijo mio, a su nuevo hogar.  

Y aquel día, la alegría voltio a aquella casa, con las bendiciones de Dios. 

Carlos se torno un muchacho más comprensivo, con buen humor y feliz, porque dejó de pensar apenas en si mismo, extendiendo amor a otro más necesitado. 

Algunos días después, reunidos para almorzar, la familia actual y aquella que ayudó a Pedro, conmemoraron el Día de las Madres juntos, como si todos fuesen  parte de una única familia. 

Allí, junto a ellos, radiante de alegría estaba la madrecita de Pedro, que envolvió a todos con infinito amor y gratitud.  

                                                                        Tía Celia
 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita