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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 – 100 – 29 de Marzo del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

El Conejito Barnabé

 
 

El Conejito Barnabé vivía en un lindo lugar cercado de árboles, de flores, y nada le faltaba. Tenía tiernas plantas y frescas hojas de lechuga que le daban para comer todos los días, cogidas de la huerta, y tenía agua fresca a voluntad.

En el lugar vivían muchos otros animales: vacas, bueyes, cabras, gallinas, gallos, patos, caballos, mulas y un perro que era muy amigo suyo, de nombre Tico.

Barnabé y sus padres ocupaban una confortable casita de madera, construida especialmente para ellos, dentro del terreno. Sin embargo el Conejito Barnabé quería mucho más.

Cierto   día  llegó   una   rata   grande    contando

maravillas de la ciudad de donde venía.  

Doña Rata hablaba del gran movimiento de coches en las calles, de la comida que era encontrada en cualquier lugar y nadie pasaba hambre. Contó que las personas pasaban y tiraban restos de comida y golosinas al suelo, y que ella tenía todos los días un banquete.

Los ojos de Barnabé quedaron brillantes de animación y su hocico se estremeció de deseo de conocer tal ciudad.

Comenzó a encontrar sin mucha gracia la vida en el campo, sin movimiento, sin personas. Y a partir de ese día, empezó a soñar en ir para la ciudad.

¿Cómo hacer eso? Sus padres no lo permitirían, con seguridad. Siempre le decían que el mejor lugar para quedarse era la casa donde vive la familia, esto es, el Hogar.

Pensó... pensó... pensó... y decidió. Saldría durante la noche, cuando sus padres estuviesen durmiendo.

Así decidió, así lo hizo.

Al día siguiente economizó algunas plantas, unas hojas de lechuga y, colocando todo en una mochila, se preparó para huir.

Cuando la noche llegó, fingió que estaba dormido, y espero que todo se aquietase. Después, cogió la pequeña mochila y salió a saltos, desapareciendo en la oscuridad.

Hizo un largo trayecto, siguiendo el rumbo que doña Rata le había indicado. Pero nada más llegar a la ciudad, Barnabé ya estaba cansado, sin fuerzas para proseguir y hambriento.

Decidió parar para descansar y alimentarse. Estaba tan cansado que durmió debajo de un arbusto. De repente, despertó asustado. Había oídos unos ruidos extraños y estaba con miedo. Se estremecía de la cabeza a los pies.

¡Yo quiero a mi madre! – gritó llorando.

Con la nostalgia de la casa, sollozó hasta coger el sueño de nuevo. Despertó con un día claro y, como el miedo hubiese desaparecido con la oscuridad, decidió proseguir el viaje.

No tardó mucho, comenzó a ver a lo lejos unas construcciones enormes, altas; deberían ser los edificios de la ciudad. Se sintió feliz. ¡Conseguiría llegar al final!

Aceleró el paso y pronto estaba andando por las calles de la ciudad. Se quedó sorprendido. Era todo muy bonito, las casas eran tan altas que parecían alcanzar

el cielo; las calles tenían bastante movimiento de coches y de personas.

Barnabé, que estaba un poco asustado con el ruido, y andaba escondiéndose, se sintió más valiente y confiado, saliendo para observar.

Notó que las personas, al verlo, quedaban sorprendidas; unas gritaban, otras reían, y otras intentaban cogerlo. Aterrorizado, se escondió. Con miedo, no podía salir de su escondrijo y conseguir más comida, pues la que llevó ya la había acabado, y el estaba hambriento.

Y Barnabé, triste en su rincón, pasó a ver otras cosas que no había notado antes. Vio pasar niños harapientos pidiendo pan, viejitos durmiendo en las aceras, perros siendo pateados por las personas, hombres enfermos arrastrándose en la canalizaciones de agua, pobres madres cargando a sus hijitos y suplicando algunas monedeas para comprar leche. Barnabé vio eso y mucho más. Y se sintió cada vez más triste.

No, ese no era un lugar bueno para vivir. Sentía nostalgia de su lugar, de su casa, de sus padres, de sus amigos. Allí, nunca había pasado hambre. Todos eran bien tratados.

Y decidido, resolvió: - Voy de vuelta.

Aprovechando la oscuridad de la noche, partió de vuelta a su casa.

Cuando se aproximó, los animales  lo oyeron y vinieron corriendo a su encuentro.

Sus padres, con los abrazos abiertos, lo acogieron con amor.

- ¿Por qué, hijo mío, huiste de casa sin decir nada, sin avisar?

- Perdóname, papá. Cometí un error, pero espero que tú me perdones.

Y contó que quedó tan seducido con las narraciones de doña Rata, y quiso conocer la ciudad.

El padre, colocando las manos en la cintura, preguntó:

- ¿Y si allá en la ciudad era tan bueno, hijo mío, doña Rata habría venido a vivir en este lugar?

Doña Rata, que oía la conversación, bajó la cabeza avergonzada.

Barnabé estuvo de acuerdo:

- Ahora sé eso, papá. Por eso volví. El mejor lugar para vivir es nuestro Hogar.

Aquel día, los animales hicieron una gran fiesta en el terreno para conmemorar la vuelta del conejito Barnabé.

                                                                  Tía Célia 

 
 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita