Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Mentira


El niño y el lobo


Érase una vez un hombre que tenía un rebaño de ovejas y todos los días las llevaba a pastar.

Una vez, necesitó salir de viaje por unos días. Por ello, decidió encomendar a su hijo, que ya era un niño grande, la tarea de pastorear las ovejas.

El hombre le explicó a su hijo lo que debía hacer. Todos los días tendría que llevar las ovejas a los campos de hierba para que comieran en abundancia y se convirtieran en ovejas fuertes y con buena lana. El niño tendría que cuidarlas para que ninguna se perdiera y debía vigilar los alrededores. Si algún lobo se acercara queriendo atacarlas, debía gritar fuerte para pedir ayuda.

El niño prestó atención y al día siguiente inició su nueva actividad, llevando las ovejas a pastar. Todo iba bien, pero el chico quiso probar si lo escucharían en el caso que lo necesitase, y así, sin que hiciera falta, comenzó a gritar:

- ¡Lobo! ¡Lobo!

Sus gritos pronto se escucharon y varios hombres del pueblo llegaron corriendo con armas y piedras para ahuyentar al lobo antes de que se comiera alguna oveja. Cuando se dieron cuenta de que no había lobo, se enojaron y regresaron al pueblo refunfuñando, porque el niño les había dado un buen susto.

Al chico, sin embargo, ni siquiera le importó las quejas. Incluso le pareció muy divertido ver sus reacciones. Por eso, al día siguiente, el niño llevó las ovejas a pastar, esperó un rato y comenzó a gritar fuerte otra vez:

- ¡Lobo! ¡Lobo!

No tomó casi nada de tiempo y allí estaban los aldeanos otra vez. Vinieron corriendo, alarmados, pero no encontraron ningún lobo.

El niño trató de disimular, diciendo que el lobo se había ido solo. Pero estaba tan tranquilo, riéndose del revuelo causado, que nadie le creyó, ya que el lobo nunca se habría ido antes de comerse al menos una oveja.

Al tercer día, el muchacho volvió a salir con sus ovejas. De repente, mientras subía una pequeña colina, vislumbró a un lobo.

Gritó tan fuerte como pudo:

- ¡Lobo! ¡Lobo! ¡Lobo!

El niño estaba asustado y más aún cuando se dio cuenta de que nadie venía a ayudarlo. Temiendo no solo por la vida de sus ovejas, sino también por la suya, se dio cuenta de lo tonto que había sido al haber mentido y disfrutado al engañar a las personas que estaban dispuestas a protegerlo.

Los aldeanos, aun escuchando su llamada, pensaron que estaba mintiendo de nuevo y por eso esta vez no fueron a ayudar. Solo cuando el niño entró corriendo al pueblo, con una mirada aterrorizada, creyeron que esta vez no estaba mintiendo.

Los hombres corrieron al campo para tratar de salvar a las ovejas, pero cuando llegaron allá, encontraron a los animales pastando tranquilamente y ningún rastro de un lobo.

De repente, en una ráfaga de viento, uno de ellos vio algo que se movía a cierta distancia. Le pareció extraño y se acercó. El viento seguía meciendo el objeto y el hombre se dio cuenta de que era una capa, de color oscuro y material liviano. Uno de los aldeanos debía haberla perdido el día anterior cuando corrieron hacia allí a toda prisa.

Pronto comprendieron que el chico se había confundido. Trajeron a las ovejas de regreso y todo terminó bien, no solo para las ovejas, que no sufrieron daño, sino también para el niño, que aprendió una buena lección.

Nunca más volvió a mentir, ni le hizo gracia divertirse a costa de los demás. Creció para ser una persona en la que todos podían confiar.


Adaptación de la historia del sitio web Mãe Pop

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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