Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Oración


Un pedazo de pan


 

Era una linda mañana llena de sol. Los pajaritos cantaban alegremente saltando entre las ramas de los frondosos árboles. Mariposas
coloridas cruzaban los aires en graciosos vuelos como si danzaran al son maravilloso del piar de los pájaros. ¡Todo era alegría!

Pero en la casa de la pequeñita Alda había tristeza, aunque los niños jugaran despreocupados.

Es que la familia estaba pasando por momentos difíciles. El papá estaba desempleado, no tenía trabajo y ya se habían comido toda la compra de ese mes que hicieron en el supermercado.

¡Mamá Laura estaba abatida! Sus ojos rojos e hinchados mostraban las lágrimas silenciosas que habían caído por su rostro cansado. No sabía de dónde conseguir alimentos para darle a sus cuatro hijos. Y, mientras arreglaba la casa, pensaba afligida:

- ¿Qué debo hacer? ¿Papá habrá conseguido trabajo? ¿Traerá algún dinero? ¿Demorará en volver?

Y llena de angustia, miraba el reloj. Pero las horas iban pasando, pasando…

De repente, la menor de 5 años, la pequeña Alda, habló:

- Mamá, tengo hambre.

- No tengo nada para darte, hija mía – respondió doña Laura, con voz temblorosa.

Alda levanto la cabeza asustada y volvió a decir despacio.

- ¡Pero tengo hambre, mamá!

Entonces, la mamá, en la necesidad de hacer algo, fuera lo que fuera, se sentó al lado de su hija, que la miraba sorprendida, y dijo con tristeza:

- Vamos a orar, hija. Vamos a pedir al Padre del cielo un pedazo de pan.

Y doña Laura, abrazando a la menor, oró a Dios suplicando la ayuda.

Cuando terminó, Alda levanto los ojos hacia su mamá y, pasando su manita por el rostro mojado de lágrimas, habló sonriendo:

- Tal vez el Papá del cielo está cortando el pan para nosotros.

Doña Laura sonrió y, más animada, buscó distraer a sus hijos.

Mientras tanto, el señor Gustavo, el padre, caminaba por las calles de la ciudad buscando trabajo. Estuvo en varios lugares y en todos recibió la misma respuesta:

- No tenemos lugar. No estamos admitiendo a nadie.

Y el señor Gustavo iba adelante, siempre adelante. Hasta que, desanimado, volvió a casa. Pero, cuando estaba casi llegando, escuchó una voz:

- ¡Hola! ¡Cuánto tiempo sin verte!

Era un gran amigo del señor Gustavo, que acababa de llegar de un largo viaje. Los dos se abrazaron y, al notar la fisonomía abatida y afligida de Gustavo, el amigo quiso saber lo que le pasaba.

El señor Gustavo le contó. ¡No tenía trabajo! ¡No tenía dinero! No tenía nada que dar para alimentar a su familia. El amigo era dueño de un mercado y le dio un empleo en la caja, autorizándolo a retirar inmediatamente los suministros necesarios, que serían descontado de su salario.

Poco después, un joven repartidor del mercado llamaba a la puerta de doña Laura. Traía una cesta llena de paquetes: arroz, papa, frijoles, aceite, azúcar, etc. Y un gran pan encima. ¡Fue lo primero que Alda vio!

- ¡Mamá! – gritó ella. - ¡Mira eso! ¡Dios no cortó el pan! ¡Lo mandó entero para nosotros! Y, muy feliz, agregó:

- Muchas gracias, Papá del cielo, ¡muchas gracias!


(Historia extraída del programa de Evangelización, Primaria A, de la Editorial Alianza.)

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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