Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Caridad y felicidad


El tren para la Felicidad


En la misma calle donde vivía Fabio, también vivía un señor muy anciano y simpático llamado cariñosamente por todos como Abuelo Milton.

Se sentaba en una silla frente a su casa y le encantaba conversar con los vecinos y contarles historias a los niños de la calle.

Un día le contó a Fabio y a sus amigos esta historia:

– Existe un pueblito, con muchas flores, con un cielo muy azul, lleno de sol y de color, o si no, con esa lluvia deliciosa, que refresca y da vida y tras ella aparece el arcoíris. En esta ciudad, los pájaros viven libres y cantan a todas horas. La gente se saluda en las calles diciendo “buenos días” y “buenas tardes”, siempre con una sonrisa en la cara.

Ahí hay mucho respeto. Nadie ofende a nadie. La gente dice "disculpe" y "por favor". Se dicen “gracias” sinceras. Todos trabajan con satisfacción y siempre están dispuestos a ayudar.

Al caer la tarde los vecinos se reúnen en los hermosos jardines coloridos, en las calles y plazas muy limpias o bajo los árboles bien cuidados, para conversar, cantar y reír un poco. No existen mentiras, ni falsedades, ni falta de coraje, ni miedos, ni violencia, ni agresiones, y los niños están bien cuidados y pueden jugar en todas partes.

Los niños, sentados alrededor del Abuelo Milton, imaginaban la ciudad que les narraba, cuando él preguntó:

– Muchachos, esta ciudad se llama Felicidad. ¿Saben dónde queda?

Los chicos dijeron que no, pero curiosos siguieron atentos a las palabras del Abuelo Milton:

– Bueno, para llegar a Felicidad debemos tomar un tren en una estación que se llama Corazón.

El tren es un Ferrocarril de esos que hace ruido cuando llega a su destino. Es grande y pesado y tiene el nombre “Esperanza” grabado en letras doradas muy grandes. Esperanza tiene muchos vagones y llega todos los días cargado de amor, fraternidad, fe y paz.

Este tren pasa por la estación Corazón a cualquier hora y en cualquier minuto, son muchas las oportunidades para tomarlo.

El maquinista es inteligente y no deja a nadie atrás, rápidamente prende el fuego en el horno y pone a funcionar el tren. El vendedor de boletos casi siempre pregunta sin demora:

– ¿Quién va a Felicidad?

Los muchachos permanecían atentos, cautivados por la forma de hablar del Abuelo Milton.

Queriendo completar la imaginación de la escena que se había formado en su mente, Fabio preguntó:

– ¿Tienes que pagar para tomar este tren, Abuelo Milton?

– ¡Claro que sí, hijo mío! - respondió el buen anciano - El billete de este tren cuesta caridad.

- ¿Caridad? ¿Pero no hay otra manera? ¿No acepta dinero? - insistió Fabio.

- ¡Lo siento, muchacho, pero sin caridad no hay salvación! En este tren que va a Felicidad, ¡nadie sube solo con dinero!

– ¡Pero entonces, es difícil tomar este tren! Quien no tiene caridad, no sabe hacerla o no puede hacerla, no llega a Felicidad.

- ¡No es no! Todos pueden subir a bordo, porque todos pueden hacer algún tipo de caridad. Es solo prestar atención y tener buena voluntad. Ustedes aprenderán a viajar en este tren, muchachos. ¡Ustedes son inteligentes y buenos muchachos! – dijo el Abuelo Milton, sonriendo y finalizando la pequeña historia que había creado para hablar a los niños sobre cómo alcanzar la felicidad.

Los chicos se levantaron para abrazar al amable señor, que tanto los quería. Le dieron las gracias y se fueron a la cancha a jugar al fútbol. Pronto se distrajeron con otras conversaciones, pero se llevaron esa importante lección de alguien, que ya había vivido mucho tiempo y sabía las cosas importantes de la vida: Sin caridad no hay salvación.


(Adaptación del cuento La Pequeña Felicidad)


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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