Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Auxilio


¡También quiero ayudar!


Juquinha estaba muy triste. Su abuela estaba enferma. Ella había ingresado al hospital unos días atrás. Ahora ya estaba de regreso, pero todavía necesitaba muchos cuidados.

La abuela vivía en casa de Juquinha desde que él era un bebé. Ella siempre había ayudado a cuidarlo. Hacía las comidas que le gustaba, oraba con él, le contaba historias, le enseñaba canciones antiguas y mucho más. Era siempre cariñosa, tanto en los momentos alegres como en los tristes. Él amaba mucho a su abuela.

Cuando ella volvió del hospital, Juquinha se puso muy contento, pero después vio que ella todavía estaba muy delicada y que sus padres estaban muy preocupados por ella.

- No hagas nada malo – pensó el niño – por lo menos la abuela ya está en casa y voy a cuidarla tanto, ¡que muy pronto va a estar mejor!

Pero no pasó mucho tiempo para que Juquinha percibiera que no era tan fácil cuidar a la abuela. Él todavía era pequeño. No podía remover el fogón. No sabía cocinar nada, mucho menos la comida que su abuela necesitaba.

Juquinha observaba a su mamá preparando, con cariño, la sopa y los jugos y después ayudando a la abuela a tomar. Él quería también hacer eso, pero no podía.

Él observaba también a su papá. El papá de Juquinha tenía bastante fuerza y era él quien cargaba a la abuela para ponerla en la silla de ruedas, cuando necesitaban llevarla a algún lugar. La abuela estaba tan débil que no podía ni caminar. Solo se quedaba echada, con los ojos cerrados, descansando o durmiendo.

Juquinha quería mucho poder hacer algo, pero no veía cómo podría ayudar a su querida abuela. Eso comenzó a dejarlo muy fastidiado.

Una tarde, la mamá de Juquinha, pasando frente a su cuarto, lo escuchó llorando. El niño estaba cansado de esa situación. Se sentía inútil. Estaba preocupado por su abuela, quería que mejore, pero no se sentía capaz de hacer nada por ella.

Su mamá, lo abrazó y, con calma, explicó:

- Hijito, no estés así. Todavía eres un niño. No podrías hacer las tareas que yo y tu papá estamos haciendo. Un día vas a crecer, habrás aprendido muchas cosas y vas a poder ayudar a muchas personas. Lo más importante es que tengas buena voluntad y eso vale mucho. Mientras tanto, lo que puedes hacer para ayudar son las actividades que los niños hacen.

- ¡O sea: nada! – dijo Juquinha, cayendo en llanto nuevamente.

- No, querido, claro que no. Cualquier persona puede hacer algo bueno para los demás. Mientras tú aún no puedes hacer todas las tareas que tu abuela necesita, puedes ayudarla con tus oraciones, con tu cariño. Ven, te voy a mostrar.

Los dos fueron, entonces, al cuarto de la abuela. Ella parecía estar durmiendo, pero la mamá de Juquinha le habló de todos modos.

- ¡Mamá, mira quién está aquí! ¡Juquinha!

Junquinha no sabía qué decir, pues no sabía si su abuela estaba escuchando. Aún así comenzó a hablar:

- ¡Hola, abuela! ¡Recupérate pronto, abuela! ¿Está bien?

La abuela no dijo nada, ni abrió los ojos, pero levantó un poco la mano en dirección a él. Juquinha pensó que ella quería tocarlo. Él se acercó a su cama y le dio la mano.

Ella continuó como estaba, pero Juquinha se dio cuenta de que ella estaba sonriendo. Eso llenó su corazón de alegría. La abuela estaba feliz de tomar su mano. Finalmente él había podido hacer algo por ella.

Después de eso, todos los días, siempre que podía, Juquinha iba al cuarto de su abuela a tomar su mano y conversar un poco con ella. Después, además de conversar, pasó a cantar también las canciones y hacer las oraciones que ella le había enseñado.

En pocos días, la abuela comenzó a mejorar bastante. Pasó a quedarse con los ojos abiertos. A veces sonreía y hablaba algunas palabras bien bajito.

Un día Juquinha se acercó bastante y consiguió escuchar.

- ¡Te amo, Juquinha! – dijo ella.

- También te amo, abuela – respondió él, abrazándola.

La abuela fue mejorando cada vez más. Comenzó a cantar y a hacer las oraciones con su nieto. Después comenzó a conversar. Un bello día incluso logró ponerse de pie y dar algunos pasos.

Por fin, ella se recuperó y finalmente volvió a ser como antes.

Juquinha celebraba cada una de sus conquistas. Y el cariño entre ellos parece que también había crecido. Empezó a ayudarla de otras formas también, buscando sus lentes, poniéndole sus zapatos…

Cuando ella pedía algo Juquinha nunca se quejaba y actuaba rápido, pues se sentía feliz por todo lo que él ya podía hacer.

Con su mamá él había aprendido que cualquier persona puede ser útil cuando quiere de verdad. Y con la enfermedad de su abuela se dio cuenta de que quería aprender a hacer muchas cosa, pues es muy gratificante poder ayudar a alguien.

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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