Especial

por Americo Domingos Nunes Filho

Hablando de reencarnación

Aunque las creencias dogmáticas no acepten la doctrina de la reencarnación, su conocimiento es antiquísimo. Mucho antes del cristianismo primitivo, hace milenios, ya era enfáticamente apuntada. Los Vedas, escrituras sagradas de varias religiones de la India, ya contenían referencias a la reencarnación y su origen se remonta a 3.102 años a.C., mas, en la forma escrita, no debe ser anterior a 2.500 anos a. C., en sus trechos más antiguos; los más recientes son de cerca de 500 años a.C.

“Se encuentra en los Vedas:”. “Hay una parte inmortal del hombre que es aquella, el Agni, que cumple calentar con tus rayos, inflamar con tus fuegos. – ¿De dónde nació el alma? Unos vienen para nosotros y de aquí parten, otros parten y vuelven a volver” (Léon Denis – “Después de la Muerte”).

Del Bhagavad Gita: “Yo tuve muchos nacimientos y tú también”. De los Upanichades: “Dentro del útero el hombre obtiene el cuerpo, sea él bueno o malo”. “El alma es la siemiente de todos los seres y por el alma es que las criaturas existen. Tal como el hierro es fundido para ser moldeado, es hecha la entrada del alma en el feto. Todo cuanto fue hecho en un cuerpo anterior debe, sin duda, ser gozado o sufrido”. Nuevamente el Bhagavad Gita: “Así como una criatura se desnuda de viejas ropas para vestir nuevas, así también el alma rechaza ese cuerpo para tomar otro. Del Budismo: Lo que llegó al fin de los nacimientos es dueño de la sabidoría”. Dice Buda (600 años a.C.): “¿Qué juzgáis ser mayor, el agua del vasto océano o las lágrimas que vertiste cuando, en la larga caminata, erraste de renacimiento en renacimiento?

“Zaratustra” o “Zoroastro” (700 ou 600 años a.C.), en Persia, admite las pruebas expiatorias buscando la redención: “Si alguien expia, y no hace justicia a eso en esta vida, lo hizo en la anterior”.

En el Egipto Antiguo, la reencarnación era aceptada y fue documentada. Un texto, escrito hace 3 mil años antes de Cristo, decía: “Antes de nacer el niño vivió y la muerte no es el fin. La vida es un evento que pasa como el día solar que renace”. Aun en la tierra de los faraones, en 1320 a.C., incluido en el papiro Anana: “El hombre vuelve a la vida varias veces, de eso se acuerda en sueño o por algún acontecimiento relacionado a otra vida”.

La reencarnación fue enseñada por los filósofos griegos Sócrates y Platón, en el siglo V, a.C. En la Grecia antigua, la tesis reencarnacionista (palingenesia) era fomentada, relatándose inclusive que Pitágoras se acordó de varias de sus existencias anteriores, distinguiendo un escudo que decía haber utilizado en la guerra de Troya, cuando su nombre era Euforbus.

La Cabala, doctrina secreta de los hebreos, contiene la palingenesia como uno de sus postulados y surgió cerca de 200 años a.C., aunque tradicionalmente se cree en su aparición en los tiempos de Moisés. Al tiempo de Cristo, la Cabala era del conocimiento de aquellos que tenían la voluntad y el deseo de profundizar en las cosas espirituales, no dogmatizadas por el sacerdocio organizado de entonces. En esa doctrina secreta se cree en la existencia del ser evolucionando delante de la Eternidad bajo formas diversas.

En cuanto a la doctrina de las vidas sucesivas ser reconocida y enseñada por Jesús, no hay dudas. Por testimonios del evangelista Mateo, sabemos que el Maestro reafirmó la reencarnación, confirmando la vuelta del Espíritu de Elías al mundo físico como Juan Bautista: “Yo, sin embargo, os declaro que Elías ya vino, y no lo recononocieron, antes hicieron con él todo cuanto quisieron”. “Entonces los discípulos entendieron que les hablaba al respecto de Juan Bautista” (Mateo XVII: 12-13).

En la época en que Jesús vivía, los judíos creían en la vuelta del espíritu a la materia. Daban a esa posibilidad el nombre de resurrección. Allan Kardec, en El Evangelio Según el Espiritismo, dice: “Creían los judíos que un hombre que viviera podría reviver, sin saber precisamente de qué manera el hecho podría darse.” Completa el maestro lionés: “En efecto, la resurrección da la idea de volver a la vida el cuerpo que ya está muerto, lo que la Ciencia demuestra ser materialmente imposible, sobre todo cuando los elementos de ese cuerpo ya se encuentran desde mucho tiempo dispersos y absorvidos”.

La reencarnación es la vuelta del alma o espíritu a la vida corporea, mas en otro cuerpo especialmente formado para él y que nada tiene de común con el antiguo. La palabra resurrección podría así aplicarse a Lázaro, pero no a Elías, ni a los otros profetas. Si, por tanto, según la creencia de ellos, Juan Bautista era Elías, el cuerpo de Juan no podría ser el de Elías, pues que Juan fue visto niño y sus padres eran conocidos. Juan, pues, podría ser Elías reencarnado, aunque, no resucitado.

Un sabio judío, miembro del tribunal supremo que deliberaba sobre la vida y costumbres de Judea (Sanedrín), buscó a Jesús en el silencio de la noche, por cierto para escapar a la observación de los que constantemente asediaban al Maestro. El Cristo aprovechó la ocasión, por cuanto estaba delante de un erudito, para hablarle al respecto de algo más profundo, de asunto conocido hace milenios por los iniciáticos, por aquellos que ya tenían “oídos para oír”, listos en la evolución para aprender aquello que es oculto a las masas, ya que están preparados para recibir las cosas santas y coger “las perlas lanzadas” (Mateo, VII:6).

Nicodemos estaba impresionado con todo lo que Jesús realizaba y le dice: “Rabi, sabemos que eres Maestro venido de parte de Dios: porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si Dios no estuviera con él” (Juan, III:2). Conviene observar que Nicodemos, oficialmente maestro de los judíos, llamaba maestro al carpintero Jesús de Nazarét. El Señor le respondió: “En verdad, en verdad te digo que si alguien no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan, III:3).

Si el diálogo hubiese terminado aquí, muchas interpretaciones o deducciones serían comentadas: Jesús podría estar hablando del renacimiento moral, de la nueva vida que la persona experimenta cuando sigue sus ensenseñanzas. ¿No hay posibilidad que las personas se modificaran cuando encuentran en verdad al Cristo? No oímos a menudo las comunicaciones dadas por los espíritus, exhortándonos a la renovación espiritual con el nacimiento del “hombre nuevo y la muerte del hombre viejo”, que cargamos dentro de nosotros. Pablo, en “Carta a los Colosenses”, dice: “No mintáis unos a los otros, una vez que os despedisteis del viejo hombre con sus hechos y os revestisteis del nuevo hombre que se rehace para el pleno conocimiento...” (Galatas, III: 9-10). “... Si alguien está en Cristo, es una nueva criatura: las cosas antiguas ya pasaron; he que se hicieron nuevas” (2 Coríntios, V:17).

Todavía, si Jesús estuviese hablando con Nicodemos al respecto del renacimiento de la nueva criatura, que lo encuentra profundamente, él completaría la afirmación, diciendo: “En verdad, en verdad te digo que si alguien no nace de nuevo ‘a través de mí ejemplo o a través de mis palabras’ no puede ver el reino de Dios”.

Al respecto de la necesidad del “nacer de nuevo”, que entendemos sea la reencarnación, traemos la palabra de la espiritualidad: “El pasaje de los espíritus por la vida corpórea es necesario, para que ellos puedan realizar, con la ayuda del elemento material, los propósitos cuya ejecución Dios le confia”. Jesús dice: “En la casa de mi padre hay muchas moradas” (Juan, XIV:12). Por tanto, el Universo, conteniendo una miríada de astros, cada cual en su evolución propia, proporciona a los espíritus los lugares seguros, donde la reencarnación se verificará, a fin de que el conocimiento ilimitado de las artes, de la ciencia y de la moral se haga presente.

La Tierra es un planeta de pruebas y expiaciones, pudiendo permitir a sus habitantes — seres aun atrasados espiritualmente — la felicidad, propia de mundos regeneradores, donde están encarnados espíritus más adelantados.

Nuestro orbe, siendo habitáculo de criaturas aun situadas en faja evolutiva inferior, presenta anomalias de la distribución de la felicidad y de la desgracia, por cuanto a cada uno es dado lo que merece. De ahí la explicación, racional y lógica para todas las vicisitudes de la vida, excepto aquellas que son provocadas en el presente por el propio hombre.

Solamente el nacer de nuevo explica por qué unos sufren más que otros, la riqueza y la pobreza; por qué vemos tantas personas venir al mundo ciegas, sordas, mudas o afectadas de molestias incurables cuando otras nacen normales; el nacimiento de seres con malformaciones congénitas; las dolencias incurables, principalmente las neoplasias malignas; las paralisis en general; los paralíticos; la perdida prematura de entes queridos; los accidentes y flagelos naturales, que no pueden ser evitados; por qué unos son tan bonitos, otros increiblemente feos; la existencia de huérfanos desde tierna infancia, de mendigos, de viejos abandonados en asilos; las diferencias culturales; los desequilibrados mentales y muchas otras diversidades en el paisaje terreno, que no son explicados por las religiones tradicionales.

Conviene resaltar que cuando hacemos mención a espíritus reencarnados, unos en la miseria, otros en la opulencia, no es nuestro objetivo presentar la reencarnación como pretexto para encubrir las llagas sociales. Ya que, por egoísmo, los hombres crearon la extrema riqueza y, consecuentemente, la extrema pobreza. La Ley aprovecha esos factores ambientales como aprovechar la esclavitud negra, aun aprovecha la guerra, al lado de otros flagelos, para rescate o reeducación de aquellos que lo necesitan. No nos olvidemos, sin embargo, de que la propia opresión lleva a los oprimidos a superarla. Sin ese proceso dialéctico no habría crecimiento espiritual.

Entre tanto, debemos resaltar que nacer de nuevo en la carne no busca solamente la regeneración para los espíritus endeudados en el pasado desentonante. Muchos reencarnan siguiendo el camino de la evolución natural. Seres que agrandaron conocimientos científicos, agigantados en el saber y en la inteligencia, vuelven a la arena física para conquistar, en la vibración que les es propia, las virtudes de que están aun necesitados y proseguir en su jornada evolutiva, que abarcarán el conocimiento profundo de todas las cosas. Caminamos en renacimientos múltiples en la búsqueda de nuestro perfeccionamiento, obtenido a costas de nosotros mismos, asimilando y aprendiendo toda la obra del Creador.

Volvámonos perfectos, como Perfecto es el Padre, que nos creó sin el conocimiento, para que este fuese conquistado por nosotros mismos, por medio de las diversas oportunidades de aprendizaje en la carne y mundo espiritual. En la dimensión física, hay más ocasión de corrección y transformación, por cuanto los espíritus, en su gran mayoría, aun se encuentran ligados a la raza, ideología, patria, religión y al ámbito familiar en que reencarnaron. También en la Tierra, tenemos la bendición del olvido temporal del pasado. Es como un ser que sale de prisión, listo para una nueva vida, habiendo sido su pasado apagado de su recuerdo y de todos sus conocidos, lo que le proporcionará la oportunidad de una nueva existencia, incluso intercalada de gran sufrimiento, sin la presencia constante de la pesadilla del remordimiento que lo oprimía en la prisión, plasmando en torno de él las escenas horribles y degradantes, que arruinaba su vida íntima, frutos de su propio pensamiento — desgobernado y tiranizado por los malos y obsesantes recuerdos.

La reencarnación da la oportunidad del reajuste, reencontrándose los acreedores y deudores en el palco de la vida física — “la oportunidad de reconciliación con el adversario mientras está con él a camino” (Mateo, V:25) — habiendo, entonces, en una o en diversas experimentaciones la remisión de las deudas delante de la Ley Divina y delante de sí mismo, quitandose consciente consigo mismo.

“Necesario os es nacer de nuevo”, enseñanza profunda de la reencarnación, que refleja la justicia de Dios, dada a un sabio judío que no la conocía profundamente.

¡Sin embargo, en pleno siglo XX, casi dos mil años ya pasados, cuantas personas, religiosas o no, aun la desconocen! Y Jesús dice que todas las cosas serían conocidas con el advenimiento del Consolador (Juan, XIV: 26).

Cuantas personas en la orfandad de conocimientos espirituale, y el Maestro enseña que no nos dejaría huérfanos, por cuanto enviaría el Consolador, a quien esas personas aun “no pueden recibir porque no lo ven, ni lo conocen” (Juan, XIV:17-18).

El Creador, permitiéndonos volver a la vida física y rescatar a través de pruebas y expiaciones, nuestro pasado desarmonizado; como también, emprender reparaciones, realizaciones edificantes, ennobleciendo nuestra alma e impulsándola para la felicidad mayor, ya gozándolo los que conscienciados la divinidad inmanente en su espíritu.

El hombre, en la actual existencia, es heredero de sí mismo, restaurando su pasado y construyendo con su propia voluntad el mañana.

Dice el “poeta del Espiritismo”, Léon Denis, que el alma inmortal, siendo responsable por su porvenir, tiene que luchar por todo lo que sembró y cogió. Con todo, después que manchó sobremanera su conciencia, convirtiéndola en “una cueva del mal” tendrá que erguirse y transfigurarla en “templo de luz”.

De ahí la importancia de la existencia de la doctrina reencarnacionista. 


 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita