Especial

por Rogério Miguez

La preparación de los padres para ser padres

La forma como la Humanidad se conduce actualmente representa la prueba cabal, inequívoca: las sociedades están enfermas. Hambre, violencia, guerras son características marcantes y comunes de muchas civilizaciones y culturas actuales, y eso se debe en función de las células básicas, formadoras de las sociedades, las familias, en su generalidad, haber enfermado.

¿Y por qué razón las familias enferman?

Una de las más importantes razones, no hay duda, se debe al desconocimiento por parte de sus integrantes de que la concepción sobre la formación de la familia es divina. Fue Dios que, sabiamente, determinó que todos sus hijos pudiesen evolucionar agrupándose, con regularidad, en cada existencia, con un conjunto de otros Espíritus – la familia -, para auxiliarse mutuamente, promoviendo, de esa forma, el progreso individual de cada uno y del grupo.

Siendo así, a cada nueva existencia en el plano material, deberíamos tener mucha atención a ese compromiso establecido con el Creador, antes de para aquí volver, honrando todas las posiciones ocupadas, sean ellas cuales fueran, en nuestras nuevas familias.

Hay otra ley de Dios – de la Reproducción -, también de suma importancia a ser observada en las organizaciones familiares, pues, sin el buen funcionamento de esta posibilidad divina, la vida humana desaparecería de la faz de la Tierra, permanecerían apenas los irracionales, pues estos no cuestionan la ley de reproducción de las especies, muy por el contrario, viven este principio de manera instintiva y sin interrupciones, sin obstáculos.

Por eso, para la perpetuación de la especie humana, debemos recordar el creced y multiplicaos, y, lógico, en los tiempos modernos, esta máxima bíblica no es para ser ejercida sin responsabilidad, pues la visión espírita difiere significativamente de la forma como se interpretaba, en el pasado, este principio de Moisés.

Los hijos no deben ser generados de forma similar a una línea de producción - el ochenta es fuera de cuestión, con todo el otro extremo - el ocho - es siempre preocupante, o sea, ni hijos en gran cantidad, inviabilizando las condiciones de bien educarlos como se espera, ni familias sin hijos, por motivos muchas veces destituidos de cualquier justificación moral.

Con todo, en estos tiempos modernos, ha sido observada una tendencia preocupante, del punto de vista de la manutención de este mecanismo divino de perpetuación de la especie, pues los matrimonios están retardando, o incluso literalmente impidiendo la llegada de nuevos Espíritus a la Tierra, bajo diversas justificaciones. Y más, la opinión materialista sugiere no tener hijos, pues el mundo no presta y es preciso aprovechar la propia vida; al final, dicen, los hijos crean muchos problemas y dan mucho gasto.

Es de notar que cuando el matrimonio recela la natalidad, y expresa por palabras o por los pensamientos sus preocupaciones y contrariedades en asumir la educación de un hijo, en gran parte de los casos, programado en el plano espiritual antes de la venida de los futuros pais, se inicia un proceso de alejamiento del futuro hijo, pues él, aun del lado de allá, percibe ese descontento, iniciando una situación de conflicto, antes incluso de haber renacido.

Solo la Doctrina de los Espíritus puede explicar esta grave coyuntura, una vez que, cuando el hijo consigue venir al mundo, ya llega receloso, tal vez hasta amargado, con la indisposición demostrada por los padres. Por eso, la preparación de los padres para ser padres se inicia bien pronto de que el hijo nazca, a través de los sentimientos de alegría y de amor, que deberían ser expresados en relación al futuro hijo, cuando la concepción aun ni siquiera ocurrió.

Otra situación indeseable ocurre cuando el matrimonio, después de la llegada de más de un integrante de la familia, no percibe que es preciso cambiar la forma como vivía, pues no reflexionó adecuadamente sobre la llegada de un integrante más a la familia. No será más posible continuar con una rutina de vida de soltero, o de matrimonio sin hijos. Cuando un niño nace, será preciso realizar algunos sacrificios, de ambos, para ajustar el nuevo escenario a las luchas rutinas domésticas.

El Espíritu recién nacido pide una serie de especiales atenciones que, muchas veces, los padres no están preparados aun para observar, considerando que no soperarán bien la dimensión de la nueva condición, pues muchas veces cederan a la presión de los deseosos y futuros abuelos, tal vez de ambas partes, o incluso de la sociedad y de los amigos, y se vuelven padres sin la madurez adecuada para lidiar con el binómio paternidad-maternidad, o sea, no se prepararán.

El Espiritismo es rico de conceptos y explicaciones ayudando, de manera significativa, en la comprensión de la importancia de la familia, orientando que el hijo, más allá de las alegrías proporcionadas, viene para progresar, siendo esta evolución proporcionada por medio de capitales leyes, como ejemplo, la de la reencarnación.

Muchos creen haber sido el alma del hijo generada durante la gestación, sin percibir que, en realidad, el Espíritu ya existía y está apenas cambiando de cuerpo en relación al de la existencia anterior, que se deshizo volviendo a la Naturaleza. Este entendimiento es absolutamente fundamental, ya que el niño de ahora ya vivió otras vidas, y no perdió el aprendizaje, manteniendo las conquistas morales e intelectuales, otra ley de Dios. Desconociendo este principio, los padres se impactan cuando el niño, o más adelante, el joven, comienza a obrar y pensar de modo diverso de aquel que los padres gustarían que pensase y obrase, pues el ideal para ellos es que el hijo viviese estrictamente según los patrones educacionales paternos. Ese desconocimiento es motivo de grave conflicto, con posibilidades de crear desentendimientos y fricciones innecesarias, enfermando a la familia.

La inmortalidad de los Espíritus es otro concepto a ser bien entendido, y, más allá de eso, aceptar que los hijos no son verdaderamente nuestros, pues pertenecen a Dios, el Creador de todos y de todo.

Otro factor de fricciones en la familia es que los hijos traen tendencias innatas para pensar de ese y no de aquel modo, siendo así, cuando llega la hora de escoger la profesión o el encaminamiento en una actividad material, el matrimonio debe tener la justa comprensión de que sus hijos, en muchos casos, no desearán seguir las profesiones de los padres, pues no poseen índole para tanto.

La maternidad y la paternidad fueron creadas para conducir a los hijos - préstamos de Dios -, para una jornada evolutiva necesaria a los hijos, siendo útil a ellos y no obligatoriamente a los padres.

Además de eso, este pasado implica, muchas veces, afinidades y antagonismos natos entre padres e hijos. Sin esta importante información, que podría haber sido aprendida previamente, los padres viven esas particulares relaciones sin percibir que pueden estar privilegiando a un hijo en detrimento de otro, por cuenta de la simpatia instintiva con este, y no con aquel otro, conducta generadora de incontables fricciones familiares, con posibles repercusiones negativas para toda la vida adulta del hijo pasado.

Los padres precisan estudiar y leer bastante, de esta forma, preparándose, antes de asumir compromisos con Espíritus que, propiamente dicho, no les pertenecen. Aquellos imposibilitados en costear programas de estudios en áreas de interés deben buscar organizaciones que gratuitamente ofrezcan nociones de educación, puericultura, sanas conductas psicológicas, como administrar una casa. Son varias las opciones, basta encontrar la oferta apropriada y disporse a frecuentar los cursos, mejor organizándose para el futuro desafio.

Por el hecho de citar el creced y multiplicaos, no significa que sea prohibido no tener hijos, pero es siempre oportuno informar sobre la mecánica de la vida, de modo que se alcance el equilibrio, entre no asumir la paternidad o tener hijos por razones y motivaciones equivocadas o livianas.

Si los futuros padres, a su vez, no recibieron ejemplos de vida más apropiados, deben ahora empeñarse en criar buenos modelos de vida, en vez de continuar en la línea de la inmoralidad en que, tal vez, hayan sido educados, manteniendo conductas indecorosas, mal educando ahora a sus descendientes. La prole imita, repite patrones recibidos, de ahí surge la responsabilidad de los padres en bien prepararse para dar lo mejor, no apenas del punto de vista material, pues no basta solamente alimentar y agasajar, sino, principalmente, promover una saludable educación bajo la óptica moral y ética. Esta es la nutrición espiritual, formada por los ejemplos, avisos y necesarias correcciones. Mañana, el hijo será el fiel retrato de los padres.

Hay padres juzgando que deben apenas trabajar, este sería su único papel dentro del organismo familiar, buscando dar todo a sus hijos, exactamente lo que no poseyeron durante sus “infelices” infancias. No hay duda de que esta conducta tiene sus beneficios, su valor, con todo, más de lo que comprar objetos y proporcionar diversiones materiales de toda suerte, es preciso dar el ejemplo del ejercicio del trabajo digno a la prole, enseñándo como se obtiene noblemente el dinero y mostrando que hay un coste para todo en la vida. Dando indiscriminadamente todo lo que el niño pide, estaremos creando adultos temperamentales, inquietos, insaciables, destinados a enfrentar serios problemas en el futuro al verse obligados a conviver con una sociedad competitiva y egoísta.

Paciencia, renuncia y buena voluntad – fragmentos del amor – son las virtudes necesarias para bien conducir a los hijos y deben ser consideradas y cultivadas como preparación buscando a la futura paternidad y maternidad, para, enseguida, poder bien aplicar este aprendizaje moral a los hijos de Dios.

Consideremos aun: la tarea de bien educar a los hijos es una preparación para desempeñar misiones más significativas en el futuro, y quien no tiene condiciones de auxiliar a pocos jamás estará habilitado para conducir a muchos.

 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita