Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Merecimiento, comprensión, ayuda


Uma clase especial


Doña Valeria era una profesora de una escuela sencilla en una ciudad pequeña del interior.

Ella era una educadora estricta que siempre exigía de sus alumnos disciplina y dedicación. Pero también era bastante afectuosa. Se preocupaba por cada niño, daba consejos, los animaba a ser personas de bien.

Uno de los mejores alumnos de Doña Valeria era William, un niño estudioso y trabajador. Su familia vivía en un lugar muy lejos de la escuela.

Para estudiar, William tenía que salir muy temprano de su casa y, con su bicicleta, recorría unos kilómetros hasta llegar a la escuela.

De regreso, pedaleaba nuevamente, a veces bajo el fuerte sol, a veces bajo la lluvia. Pero no le importaba. Le gustaba estudiar y aprender.

Un día, durante la clase, mientras explicaba la materia, Doña Valeria se dio cuenta de que William no estaba prestando atención. Recostado sobre su mesa, con la cabeza apoyada en su mano, tenía la mirada perdida y los párpados caídos.

- ¡Niños, vamos a prestar atención! Estoy explicando algo importante – dijo la profesora.

William se acomodó en la silla y miró fijamente a Doña Valeria, que volvió a hablar. Pero no tardó mucho y el niño estaba nuevamente en la misma situación.

Doña Valeria lo llamó por su nombre y le pidió que mejorara su postura y su atención y William se esforzó durante algunos minutos en conseguirlo. Sin embargo, tan pronto como la profesora se dio la vuelta para escribir en la pizarra, William recostó su cabeza sobre los brazos apoyado en la mesa y se quedó dormido.

Doña Valeria, al voltear hacia el grupo, vio al niño dormido en su clase y lo llamó nuevamente:

- ¡William! ¡Levanta la cabeza! ¡Estamos en mitad de clase!

El niño ni se movió. Ni siquiera la escuchó llamarlo. Estaba profundamente dormido.

- Pero ¿qué es esto, William? Este no es un lugar para dormir – dijo la profesora con firmeza, dispuesta a despertarlo.

- ¡Espere, Doña Vale! – dijo Octavio de repente, impidiendo que la profesora continuara. - ¡William está muy cansado! ¡No puede soportarlo!

Octavio era uno de los mejores amigos de William y le contó a la profesora que el padre del niño estaba enfermo y, por eso, William estaba haciendo todo el trabajo de la granja solo durante toda la semana. William se levantaba de madrugada para ordeñar las vacas, antes de ir a la escuela. Cuando volvía a casa, hasta la noche, trabajaba bastante y además hacía las tareas de la escuela, antes de dormir. Por eso estaba tan cansado.

La profesora escuchó, pensó un poco y después dijo a sus alumnos:

- El momento adecuado para ayudar a alguien es cuando lo necesita. William no está durmiendo por pereza o indisciplina, al contrario, está cansado porque trabaja mucho, ayudando a su padre. No ha faltado a clases ningún día. Está esforzándose y merece nuestra ayuda. Vamos a dejar que nuestro amigo descanse y continuemos la clase. Escribiré la historia de hoy en la pizarra. Quiero que copien y volveremos a la explicación en la próxima clase.

La profesora llenó la pizarra de anotaciones y los niños, en silencio, copiaron.

Doña Valeria cogió, de la mochila de William, su cuaderno y ella misma copió también el tema de la pizarra.

Cuando sonó la campana, al final de la clase, William despertó avergonzado y se acomodó en la silla. Uno de los compañeros comenzó a reírse y se preparaba para burlarse de él, cuando recibió una mirada de reprobación de Doña Valeria y se cayó.

La profesora no comentó nada, ni sus compañeros. Todos fingieron que no se habían dado cuenta de nada para no avergonzar al niño.

Doña Valeria terminó la clase diciendo que felicitaba a todo el grupo, pues eran grandes alumnos y como estaban adelantado en la materia ella no les dejaría tareas para la casa ese el fin de semana.

- ¡Descansen, jueguen y aprovechen el tiempo en cosas útiles! ¡Buen fin de semana para todos! ¡Hasta el lunes! – dijo ella.

Los niños contentos recogieron sus cosas y salieron.

William se quedó hasta el final. Guardó sus cosas, se levantó y, cabizbajo, pidió disculpas a Doña Valeria, pensando que le iban a llamar la atención.

- Ven aquí, hijo mío – dijo ella, abrazándolo. – Octavio me contó que estás ayudando a tu papá, que está enfermo. ¡Quien ayuda merece ser ayudado también! Todo está bien.

Los dos no se dieron cuenta, pero los niños no se habían ido. Se habían quedado espiando desde la puerta del salón y desde la ventana.

Ese día, los niños aprendieron más que la materia escolar. Habían tenido una clase especial, una práctica sobre merecimiento, comprensión y ayuda.  
 

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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