Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Controlar el miedo


El miedo


Era domingo. Rodrigo estaba en casa. Pero, en vez de estar descansando o divirtiéndose, el niño estaba preocupado. Desde temprano el cielo tenía muchas nubes. El pronóstico era de lluvias fuertes durante todo el día. Y Rodrigo no se sentía bien en días así. Sentía inseguridad y hasta tristeza. No veía la hora en que la lluvia acabara.  

Cuando Rodrigo era pequeño, un día de fuerte lluvia, en el que la familia no estaba en casa, Rex, su perro, asustado por los truenos, saltó la verja y escapó. Cuando llegaron, se dieron cuenta que el perro no estaba. Además de que llovía, soplaba el viento y hacía frío. Ese día Rodrigo se fue a dormir llorando y pensando en Rex. Cada rayo que veía por la ventana, o trueno que escuchaba, su mente le hacía imaginar cosas terribles que podrían estar pasando con su perrito.

Rex fue encontrado después de casi dos días. Estaba lastimado, pero fue cuidado y todo terminó bien. Pero no para Rodrigo que, incluso sin acordarse de los detalles del acontecimiento, guardó una impresión de tristeza asociada a la lluvia.

Su madre Tania, sabiendo lo que pasaba, intentando ayudar, llamó a su hijo y le dijo:

- Querido, quiero que vengas conmigo a la casa de nuestra vecina Angélica.

- ¡Está lloviendo, mamá! – dijo Rodrigo asustado. – No se puede salir.

- Sí se puede, ella vive aquí cerca, ¡vamos!

Rodrigo no quería, pero su mamá insistió, explicándole que el miedo paraliza a las personas, impide que hagamos cosas buenas e incluso nos hace sufrir. Por eso vale la pena encarar el miedo e intentar disminuir su fuerza sobre nosotros.

Rodrigo acabó aceptando y los dos fueron caminando abrazados bajo el paraguas. Así, bien juntito a su madre, Rodrigo no sentía tanto miedo.

Cuando tocaron la campanita de la casa de la vecina, ella los recibió con una gran sonrisa y dijo, abrazándolos:

- ¡Hola, Tania! ¡Hola, Rodrigo! ¡Qué bueno verlos! ¡Entren! ¡Temprano en la mañana ya sentía que hoy sería un gran día y lo es!

- ¡Sabía que estarías feliz, Angélica! No conozco a nadie a quien le guste tanto una lluvia como esta, como a ti – dijo Tania, sonriendo.

- Exacto, amiga mía. Hacía días que estaba angustiada. Nuestra cisterna, de donde recogemos agua de lluvia, ya estaba casi seca. Tengo miedo de que falte agua para la población, para la higiene, para producir alimentos, para beber… ¿Ya pensaste si pasáramos sed o hambre? ¡Dios nos libre! Cuando viene una buena lluvia como esta, me imagino a Dios, allá en el cielo, dejando caer esas gotas bendecidas de vida para nosotros. ¡No hay forma de no alegrarme!

- ¿Ya pasaste sed alguna vez, Angélica? - quiso saber Tania.

- ¡Gracias a Dos, en esta vida, al menos, no! – respondió Angélica sonriendo y levantando las manos hacia arriba. – Pero he visto muchos reportajes que muestran ríos secándose, animales muriendo, personas teniendo que huir de la sequía y dejando sus tierras… No sé, la mayoría de las personas no piensa que eso pueda pasar, pero yo tengo miedo. Es algo que me impresiona mucho.

Angélica no había terminado de hablar cuando entraron corriendo Gabi y Fátima por la puerta principal. Gabi era la hija de Angélica y Fátima, su mejor amiga.

Las dos niñas saludaron a Tania y Rodrigo y la madre preguntó a Gabi:

- ¿Cómo te fue, lo lograste Gabi?

Y volteándose hacia Tania explicó:

- A Gabi le da mucho miedo los perros. A ella no le gusta ir a jugar a casa de Fátima porque tiene un perrito, incluso siendo pequeño y muy bueno.

- Yo sé que es lindo – dijo Gabi – pero también tiene dientes y se me pone la piel de gallina con solo ver esa boquita abierta con la lengua afuera. Pero hoy me fue mejor, mamá. Fátima lo sostenía en su regazo y yo me quede sentada cerca de ellos por cinco minutos. Seguí concentrándome en los pensamientos que habíamos acordado de que solo quiere cariño y que le agrado. ¡También controlé mi respiración y lo conseguí!

- ¡Solo que después de cinco minutos Gabi salió corriendo y tuvimos que volver aquí! – dijo Fátima.

- Todo bien, ¡pero es genial, hija! Para quien no quería ni ver al perro, esta es una gran victoria. Hay que ir poco a poco. ¡Ahora pueden ir a jugar, entonces!

Las niñas llamaron a Rodrigo para jugar cartas con ellas. Tania y Angélica conversaron mucho e hicieron buñuelos de lluvia.

A Rodrigo le parecieron deliciosos los buñuelos y le pidió a Tania que le escribiera la receta y se lo preparara cada vez que lloviera. Afuera seguía lloviendo y el agua se escurría por la ventana. Pero Rodrigo pasó una tarde agradable, jugando, conversando y riendo.

Tania y su hijo volvieron a su casa, nuevamente abrazados bajo el paraguas. Rodrigo estaba sintiéndose mucho mejor. Él se había dado cuenta de que la misma lluvia que lo entristecía, alegraba a otra persona. Entonces el problema no era la lluvia sino lo que cada uno asocia con ella. Se dio cuenta también de que es normal sentir miedo. A él le gustaban los perros, pero Gabi les tenía miedo.

Ella estaba intentando vencer su miedo, modificando sus pensamientos y sentimientos y era lo que él estaba dispuesto a hacer también.

Después de todo, un día de lluvia como ese ya no parecía ser tan malo.

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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