Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Ley de Sociedad


El joven y el anciano


En un pequeño poblado distante, vivía un joven muy bueno que ansiaba adquirir más conocimientos espirituales.

Un día, decidió subir a una montaña que no quedaba muy lejos de ahí y buscar a un hombre de quien había escuchado hablar desde pequeño.

Ese hombre, cuando todavía era joven, también había demostrado interés por acercarse a Dios. Hacía muchos años, en su búsqueda de espiritualidad, había dejado el poblado y había subido a la montaña. Pasó a vivir ahí, aislado, en profundo contacto con la naturaleza, cultivando la paz y la sabiduría.

El joven, deseando seguir el mismo camino, fue a su encuentro.

Después de una larga caminata, el joven buscó por algún tiempo y encontró al hombre, que ahora ya era un anciano.

Con mucha humildad, el joven explicó al viejo señor sus intenciones y le pidió gentilmente que aceptara su compañía por algún tiempo, para poder entrar en contacto, por lo menos, con una muestra pequeñita de los grandes conocimientos que él había adquirido en toda su experiencia.

El viejo, halagado, aceptó la propuesta. Así, ellos pasaron a convivir por algunos días, en los cuales el joven conoció el modo de vida que el anciano llevaba.

Durante ese período, los dos meditaban, contemplaban la naturaleza y recolectaban alimentos. De vez en cuando, el anciano parecía pensativo, con la mirada distante. Otras veces, parecía contrariado. Casi no hablaba. Aun así, el joven se daba cuenta de cuánto conocía el viejo sobre las estrellas, la luna, los sonidos de los animales y muchas otras cosas y lo admiraba por eso.

Después de unos días, el joven anunció su partida.

A la hora de la despedida, el joven abrazó al señor que lo había recibido y le entregó frutas que había recogido, en agradecimiento por la oportunidad de conocerlo.

El anciano cogió las frutas, las colocó en una canasta, cogió algunas cosas más y dijo:

- Podemos ir. Voy contigo. Espero que también puedas aceptar mi compañía, por algún tiempo, de regreso a nuestro poblado.

El joven se quedó muy sorprendido y preguntó al señor por qué había tomado esa decisión, abandonando su modo de vida tan especial con el cual había alcanzado tanta paz.

El hombre respondió:

- Porque la paz que yo conseguí fue muy frágil. Cuando llegaste, creí que podría enseñarte a vivir en paz y armonía como yo pensé vivía. Pero, después, me sentí incómodo y algunas veces hasta enojado con tu presencia, aunque no había ningún problema. Me di cuenta de que no sabría cómo perdonarte si hubieras hecho algo mal. También te escuché hablar sobre tus familiares con amor y conmoverte porque los extrañabas. Aquí, aislado, yo no amo ni soy amado por nadie. No desarrollé paciencia ni la tolerancia, ni siquiera contigo, que fuiste amable y humilde.

Él continuó:

- La paz que yo deseo alcanzar no puede ser alterada tan fácilmente. Voy a irme también. Ya perdí demasiado tempo aquí -concluyó.

El joven se sorprendió con esas palabras, pero comprendió que eran sinceras y verdaderas.

Los dos volvieron al poblado. El anciano tuvo que readaptarse para vivir entre las personas, pero lo hizo con mucho empeño. Con el pasar del tiempo, se volvió querido y admirado por mucha gente. En vez de evitar a sus hermanos, pasó a vivir con ellos para ayudarlos.

Cuando estuvo ya muy viejito, aconsejaba a las personas según lo que había aprendido con la vida: que la paz verdadera venía del cumplimiento de las leyes de Dios y que el amor, la caridad y el trabajo en el bien son la manera de conquistarlas.

Y así el anciano pudo auxiliar al joven. Él siguió sus pasos en el poblado y se volvió también un hombre espiritualizado y feliz.

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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