Especial

por Marcelo Teixeira

Ni pera, ni uva, ni manzana

 

Salviano, amigo de una tía mía, es conductor de autobús jubilado. Incluso así, aun trabaja. Adélia, esposa de él, es cocinera de calidad. Para reforzar el sueldo doméstico y ayudar a pagar la facultad del hijo menor, ella ya hizo sorbete, empanada y afines. Actualmente, cocina y entrega comidas rápidas. Todos los días, cuatro opciones de platos, además de guarniciones y bebidas.

Cierta vez, Salviano, en conversación con mí tía, declaró, de forma no pretensiosa y sonrriente: “Aquí en casa hay siempre plátano y naranja. “¡Las otras frutas, no da para comprar, mas plátano y naranja no faltan!”Ya hace un tiempo que esa tía me contó eso. En la época, Adélia aun no entregaba comida a domicilio y en el país no estaba el horror que está hoy. Puede ser que la situación de la familia haya mejorado, no sé. Incluso así, considerando el hecho de que Salviano aun conduce autobuses y Adélia continua desdoblándose en el fogón, todo lleva a creer que la frutera continua poco diversificada. Si fuera así, concluyo que si el hecho de solamente conseguir comprar dos tipos de frutas me incomodaba hace algunos años, hoy, cuando me acuerdo de esa historia, la incomodidad retorna. Y aumenta porque Salviano no tenía conciencia de la gravedad de lo que decía, en la época.

Nuestro país es tierra generosa. Tenemos una inmensa biodiversidad, que va de la Amazona al cerrado, pasando por la caatinga, las pampas, Mata Atlântica... Aquí, “plantándose, todo va”, como dice la carta de Pero Vaz Caminha, escrita en 1500, cuando los portugueses aquí arribaron. Es inmenso, por tanto, la profusión de productores de frutas, legumbres y verduras. ¿Por qué, en un país tan rico de suelo fértil y agua abundante, hay tanta gente como Adélia y Salviano?

Thiago Lima, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Federal de Paraíba (UFPB) y coordinador del grupo de investigación sobre hambre y relaciones internacionales de la misma institución, es espírita, para nuestra suerte. El 20 de mayo de 2021, él concedió, al Colectivo Espíritas a la Izquierda, una entrevista en que aborda temas graves relacionados al hambre.

Con vastos datos disponibles, ya que es estudioso de la cuestión (y a la luz de la doctrina espírita), Thiago muestra que nuestro país tiene su historia fundamentada en el hambre, y bajo varios aspectos. Uno de ellos evidencia: Brasil produce más alimentos para exportar que para alimentar a la población nativa. De esa forma, cuanto menos el brasileño coma, más productos disponibles habrá para exportación. Así, los grandes hacendados y latifundistas se lucran más. En contrapartida, llenarán menos los cofres si la comida quedara por aquí, ya que los beneficios oriundos del mercado interno no son tan abundantes si son comparados con lo que ganan cuando venden comida para otros países. Por eso, muchas veces, pagamos caro por los alimentos que compramos en el supermercado. Ahí, frutas que podrían estar en la mesa de gente como Adélia y Salviano se vuelven inaccessibles. Sobran plátanos y naranjas; si bien que, en la actual conyuntura, creo que, para mucha gente, está difícil garantizar las dos en la frutería.

Hay un agravante en la historia del matrimonio: Salviano es gordito y Adélia, obesa. A ojo vista, jamás vemos en ellos personas con problemas nutricionales. Al final, parecen bien alimentados. Puede parecer extraño para muchos, mas hubo una época, en el país, en que ser gordo era sinónimo de opulencia, salud y ostentación. Señal de que la persona tenía dinero para tener una mesa abundante y encantada en magníficos cafés de la mañana, almuerzos y cenas. Al mismo tiempo, ser delgado era sinónimo de miseria, principalmente cuando el emigrante nordestino era retratado en pinturas de artistas como Cândido Portinari y en romances como “El Quince”, de Rachel de Queiróz, y “Vidas Secas”, de Graciliano Ramos. La situación se invirtió. Hoy en día, quien tiene dinero demuestra eso por medio de un cuerpo en forma – sea a través de ejercicios físicos, alimentación bien hecha e intervenciones como lipoaspiración, cirugías plásticas y afines. Al final, mantener todo eso cuesta caro. Por otro lado, quien tiene poco dinero para sustentarse irá a optar por alimentos más baratos, más saturados de grasa, azúcar, sal, sódio etc. y parcos en nutrientes. Estamos hablando de bizcochos, harina blanca, frituras, arroz branco, dulces variados... Es un exceso de peso debido a una alimentación pobre en zinc, hierro, betacaroteno, yodo, cálcio, vitaminas... El resultado es la obesidad y dolencias como hipertensión, insuficiencia respiratoria, más allá de variaciones de humor, contracciones musculares y otros tantos disturbios.

Una alimentación desprovista de los nutrientes como los ya citados provoca un hambre intermitente que los pasteles y fritos de la vida no consiguen saciar, por más que sean consumidos. Se da a ese fenómeno el nombre de síndrome del hambre oculto. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), ella es una carencia “desenvuelta en personas que no hacen alimentaciones variadas en relación a los grupos alimentarios. De esa forma, una persona puede hasta consumir una cantidad determinada de calorías por día, mas si en la alimentación no hubiera diversos nutrientes, ella no provocará saciedad y desencadenará el hambre oculta”, conforme explica el sit Mundo Educación en un texto titulado “Hambre oculta”. Personas que comen de esa forma corren el riesgo, aun según el sit, volverse obesas desnutridas, por más paradoja que pueda ser. Es el hambre y sus más variadas facetas, desencadenadas por el egoísmo de los hombres poderosos.

En El Evangelio según el Espiritismo, Allan Kardec, en el capítulo XIX, ítem 8, transcribe la Parábola de la Higuera que se Secó. Ella está contenida en el Nuevo Testamento. Más precisamente, en el Evangelio de Marcos, 11: 12 al 14, 20 al 23. Dice la parábola que Jesús, al salir de la ciudad de Betania junto con los discípulos, tuvo hambre y se dirigió a una higuera. Como no era tiempo de higos, solo había hojas. Jesús, entonces, dice al árbol: “Que nadie coma de ti fruto alguno”. Al día siguiente, al pasar nuevamente por el lugar, la higuera estaba seca.

Jesús, por ser un espíritu de elite, no íba a maldecir a un pobre árbol porque el no le sació el hambre. Además, él nada maldecía. Estamos hablando de un Espíritu muy elevado que pasó por la Tierra. Él aprovechó el hecho de no ser época de higos (y tal vez de la higuera ya estar en proceso de secarse) para mostrar que toda y cualquier persona, institución o similar que viven solo de brillo y no tienen solidez están vaticinadas a perecer. Eso dice respecto también, a mi ver, a un sistema político-económico que empuja para las personas a una alimentación profusa en embalajes coloridos, nombres atrayentes y millonarias campañas publicitarias; pobres, sin embargo, de contenido. En suma: una alimentación bastarda que en nada contribuye para la salud física. Al mismo tiempo, ese mismo sistema privilegia al mercado externo en detrimento de los hijos de la propia tierra. Es como si las estanterías repletas de supérfluos y productos pobres en nutrientes fuesen huertos de higueras secas para producir hambrientos ocultos y potenciales detentores de enfermedades ocasionadas por mala alimentación. El tiempo se encargará de secarlas y de hacer brotar árboles con higos carnosos, o sea, alimentación rica en nutrientes y accesible a todos.

Y la higuera seca, por increible que parezca, también está presente en el colorido de la clase de frutas. ¿Por cuál motivo? Porque, aunque tiernas y atrayentes, se muestran inaccesibles a la gran parte de la población, que no tiene condiciones de financiar una mesa abundante. Una higuera que seca por estar tan cerca y, al mismo tiempo, distante de las manos hambrientas por una alimentación saludable. ¿Alguien aquí ya paró para pensar cómo debe ser duro a una persona entrar en el supermercado, mirar los puestos de frutas y resentirse por no tener condiciones de llevar para casa una buena cantidad de lo que está a su frente? ¿Ya imaginaron cómo debe ser duro sentir el olor de la piña y no tener dinero para comprarla? Día vendrá en que esas higueras estarán al alcance de todas las manos. Al final, quien tiene hambre y sed de justicia (social, inclusive) será saciado.

Cuando yo era niña, jugaba a “Pera, uva o manzana”. Dependiendo de la elección, recibía un apretón de mano, un abrazo o un beso de quien había escogido de forma aleatoria, ya que quedamos de espaldas para los demás participantes. Quedo imaginando a Salviano y Adélia entrando en el mercado para hacer compras y teniendo que coger apenas lo esencial. En la sección de frutas, a pesar de la abundancia de espécimes que hay, solo irán a llevar plátano y naranja. Garantizo a ustedes que la visión, el olfato, el tacto y el paladar de ambos se agudizan ante la profusión de colores y sabores ofrecida por las demás frutas. Para ellos, no obstante, apenas plátano y naranja. Ni pera, ni uva, ni manzana. Tampoco papayas, fresa, melocotón, piña, melón, aguacate, caqui, mango, sandia, higo, mandarina...

Este asunto no se agotó para mí. Volveré a él en breve.

 

Bibliografia:

1- Espíritas à esquerda – Espiritismo e combate à fome. Para acessar o vídeo, clique neste link-1

2- Kardec, Allan – O Evangelho segundo o Espiritismo, 2ª edição, 2018, Federação Espírita Brasileira, Brasília, DF.

3- Mundo Educação – Fome oculta. Para acessar, clique neste link-2

 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita