Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Honestidad


La semilla de la verdad


Érase una vez un niño que le gustaba mucho las plantas. Era muy dedicado y había aprendido con su abuelo a cuidar de ellas. Ellos acostumbraban a trabajar juntos en el jardín, que era grande, bonito y con plantas de todo tipo.

Vivían en un reino gobernado por un rey justo y bueno, que no tenía hijos ni otros herederos y estaba preocupado por encontrar una buena persona para ser su sucesor.

Un día el rey mandó llamar a los niños del reino que tuvieran edad suficiente para realizar la tarea que irían a recibir. El niño jardinero fue uno de los niños que se presentaron en el palacio en la fecha marcada.

El rey, recibiéndolos, atento, explicó:

- Necesito escoger un heredero para el trono. Decidí que mi sucesor será aquel entre ustedes que mejor realice la tarea que les voy a proponer.

Entonces, cada uno de los niños entusiasmados, recibió una semilla que debería ser cultivada por un año. Después de ese plazo, los niños deberían presentarse nuevamente en el palacio y presentar al rey el resultado de sus cuidados y las lecciones aprendidas durante la ejecución de la tarea.

El corazoncito del niño se hinchó de esperanza, pues él sabía que era un excelente jardinero y que tenía buenas oportunidades de salir bien.

Al llegar a casa preparó una maceta con buena tierra, plantó la semilla, le puso abono, no dejó que le faltara agua ni sol y pasó a cuidar de ella todos los días. Pero, a pesar de su dedicación, el tiempo pasó y la semilla no brotó.

El niño hizo todo lo que pudo durante un año entero. No dejó de cuidar la semilla durante todo el tiempo, pero no obtuvo el resultado que le hubiera gustado.

El día de presentarse ante el rey, el niño se sentía avergonzado y no quería ir. Pero su abuelo lo animó diciendo:

- Nieto mío, te dedicaste mucho. Cuéntale al rey la verdad. Lleva la maceta con la semilla que no brotó y cuéntale todo lo que hiciste por ella. No debes sentir vergüenza si diste lo mejor de ti.

El abuelo acompañó al nieto hasta el palacio, donde ya se encontraban muchos niños con sus macetas. Todos ellos con lindas plantas de hojas vistosas y flores de exótica belleza.

Una enorme fila se formó para conversar con el rey. El niño, entristecido, se colocó al final de la fila.

El rey fue llamando a los niños y conversando con ellos. Él no sonreía ni parecía contento. El niño pensaba: “Imagina cuando él vea mi maceta”.  

Cuando llegó tu turno, el niño estaba nervioso. Con dificultad, habló:

- Señor, yo soy un buen jardinero y me dediqué bastante. Hice todo lo que pude y perseveré hasta el último día. A pesar de eso, como usted puede ver, mi semilla no brotó. No tengo nada para entregarle, solo la verdad de lo que pasó. Estoy avergonzado y pido su perdón.

El rey sonrió fue hacia el niño y lo abrazó diciendo:

- No te avergüences ni pidas perdón, mi niño. Lo que cultivaste fue la semilla de la verdad. Y fue solo a ella a quien vi brotar hoy aquí. Todas las semillas que fueron distribuidas fueron quemadas antes. No podrían haberse transformado en las lindas flores que los otros niños trajeron. A veces la verdad no es tan bonita como una flor, pero necesitamos encararla con valentía, como tú lo hiciste. ¡Tú serás mi heredero!

El niño pasó a frecuentar el palacio y cuando se volvió rey gobernó con mucha sabiduría. Él y todo el reino nunca olvidaron esa lección de honestidad y valentía que recibieron con la semilla de la verdad.


(Adaptación del texto de Patricia Engel Secco.)


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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