Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Que no sepa la mano izquierda lo que da la derecha


La 
caridad de André


 

El señor André vivía en una pequeña ciudad y era dueño de un almacén donde vendía alimentos. Era un hombre muy bueno, atento con las personas y, por eso, su comercio tenía buena clientela.

Él acostumbraba a ofrecer dulces a los niños, que lo llamaban Tío André, y quedaba feliz con sus sonrisas.

Muchas personas pasaban por su tienda, pero eran pocas las que sabían de las buenas acciones que André hacía.

De vez en cuando, André atendía a las personas pobres, que no tenían dinero para comprar toda la comida que necesitaban. Pero él siempre encontraba la manera de ayudarlas. Y para que no se avergüencen, disimulaba su ayuda.

André se equivocaba en la cuenta a propósito para cobrar menos. Si, aún así, la persona no tenía dinero suficiente para pagar, decía:

- Otro día, cuando vuelvas, traes el dinero y me pagas. Así, no voy a perder a mi cliente, ¿está bien?

Pero él nunca cobraba la deuda después.

A la hora de envolver la mercadería, era común que André colocara golosinas en el paquete, pues sabía que ciertos clientes nunca podrían comprar dulces, aún si quisieran comer uno.

Muchas veces, André preparaba bolsas con diversos víveres y las llevaba, de noche, hacia el barrio más pobre de la ciudad. Sin que nadie lo viera, dejaba las bolsas en la puerta de las casas de familias necesitadas.

André vivía ayudando a los necesitados. Si dependiera de él, nadie pasaría hambre.

El tiempo pasó y André se volvió viejo. Una mañana se sintió mal y pidió ayuda a su vecino por teléfono. El vecino vino rápido, pero solo encontró el cuerpo de André echado en su cama.

El fin de su encarnación había llegado y su Espíritu, liberado de la materia, fue recibido en el plano espiritual por sus seres queridos.

André, ahora en espíritu, pronto se recuperó de la desencarnación y se puso muy feliz al ver que estaba entre Espíritus iluminados y buenos. Muy amorosos, ellos le explicaron que había vencido las pruebas de la vida, pues había sido un verdadero cristiano y aliviado el hambre de innumerables hermanos.

André, humilde como era, agradeció conmovido, sin hallarse merecedor de tanta felicidad y reconocimiento. Sentía que apenas había hecho lo que su conciencia pedía.

André nunca fue rico, ni tuvo un cargo importante. En la Tierra, era una persona común. Pero, para Dios, tenía mucho valor.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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O Consolador
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