Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Providencia Divina


La florcita insatisfecha


Érase una vez una linda flor que vivía en un jardín con muchas otras flores.

A pesar de ser linda, ella no estaba satisfecha con su apariencia. Sus pétalos eran grandes, pero no le gustaba su color. Su amiga mariposa la visitaba con frecuencia y siempre le decía:

- ¡Deja eso, florecita! ¡Eres muy bonita! ¿Qué tiene de malo ser blanca? Dicen que es el color que representa la paz. Deberías agradecer a Dios, que te hizo muy linda. Solo que tú no lo ves.

- Dices eso porque eres colorida. Yo soy pálida y sin gracia – decía la florcita casi marchitándose.

A veces, alguien pasaba por el jardín y elogiaba a la florcita. Pero ni así creía que era bonita. Ya se había acostumbrado a quejarse y sentirse infeliz. Pensaba que Dios no había sido bueno con ella, por haberla hecho así.

Un día, la mariposa tuvo una idea. Llamó a su amigo escarabajo y le pidió ayuda. El escarabajo era pintor y, gentilmente, aceptó pintar la florcita del color que ella quisiera. El escarabajo llevó varias pinturas para que la florcita escogiera a su voluntad.

¡Fue una alegría! La florcita no cabía en sí de felicidad.

- ¡La roja, la roja! – dijo ella, emocionada.

No tardó mucho y la florcita estaba completamente roja. Le sorprendió un poco la transformación radical, pero estaba contenta. Hasta que miró hacia los costados y vio flores rojas por todas partes.

“Casi todas las flores de aquí son rojas... Por eso pensaba que era un color muy bonito. Pero ahora que soy solo una más, va a ser difícil que me miren” – pensó la florcita.

El escarabajo ya estaba guardando sus cosas cuando ella dijo:

- Escarabajo, me equivoqué, el rojo no queda bien en mí. ¿Podrías pintarme de amarillo?

El escarabajo sabía cuánto le importaba el color a la florcita. Por eso rehízo la pintura con buena voluntad, dejándola amarilla.

Pero el nuevo color tampoco era el correcto. El centro de la flor ya era amarillo y no resaltaba en lo absoluto.

Nuevamente, la florcita pidió otro color y el escarabajo obedeció. La pintó de verde. Pero su tallo y sus hojas ya eran verdes, y sus pétalos se quedaban apagados.

La florcita insatisfecha quiso cambiar de color de nuevo, y el escarabajo la coloreó de marrón. Terminado su trabajo, ella reclamó de nuevo. “¡Estoy muy oscura! Parece que cayó tierra encima de mí. Así no puedo quedar.”

El escarabajo, ya impaciente, la dejó entonces de color rosa, para que quede más clara. Pero a ella tampoco le gustó. Lo halló un color débil, no quería sentirse pálida como antes.

Por último, el escarabajo la pintó de azul. Ni preguntó si le gustaba. Dijo que era el último color que tenía. Juntó sus cosas y se fue.

La florecita, sin embargo, no estaba satisfecha. Aun después de tantas tentativas, no se hallaba más bonita que antes y pensaba: “El azul queda bien en el cielo. Pocas flores son azules, ¡no es de extrañar! Dios sabe lo que hace.”

Arrepentida, miraba sus pétalos y se acordaban de cuando eran blancos, con aspecto delicado y destacaban entre los otros del jardín.

Ahora, ya no había qué hacer. No tenía el coraje de quejarse, pues fue ella misma quien había escogido esa situación.

La florcita pasó tres días pensando en lo que pasó e intentando acostumbrarse a ser azul. Al cuarto día, el cielo amaneció oscuro, y no demoró en comenzar a llover fuertemente.

Llovió todo el día. El viento soplaba fuerte. Las plantas del jardín se balanceaban e intentaban resistir las gotas que caían con fuerza sobre ellas.

Solo al final de la tarde, la lluvia paró. Las nubes dieron lugar a los rayos del sol que ya estaban casi poniéndose. Un lindo arcoíris apareció en el cielo.

La naturaleza se calmó y las flores volvieron a sonreír en el jardín.

Fue entonces que la florcita reparó que estaba blanca de nuevo. El agua de la lluvia había lavado toda la pintura. La luz delicada del sol iluminó las gotitas de agua que estaban en sus pétalos blancos, y el brillo de ellos hizo que la florcita se viera linda como nunca.

- ¡Qué alivio! ¡Qué bueno que mi color blanco volvió! ¡Qué linda que estoy! – dijo ella.

Al día siguiente, la mariposa visitó el jardín. Encontró a la florcita blanca con su apariencia de siempre, pero ahora mucho más feliz y agradecida a Dios por haber escogido desde siempre lo que era mejor para ella.


(Adaptado de texto La Florecita Exigente, publicado en el blog Do conto ao encanto.)


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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