Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Perseverancia


La lección del caracol


Marquito era un niño sano y activo. Tenía mucha energía, le gustaba jugar y encontrarse con amigos. Hacía mil cosas al mismo tiempo.

Pero tenía un problema. Muchas veces, dejaba las cosas sin terminar. Si estaba haciendo algo y de repente otra cosa le interesaba más, no pensaba dos veces en dejar todo a la mitad. Se olvidaba de guardar los juguetes después de que terminaba de jugar. Dejaba el plato de lado en el almuerzo diciendo ya que no tenía hambre, pero poco tiempo después sentía que su estómago rugía.

Su mamá siempre le advertía que debía terminar las cosas y hacerlas bien hechas.

Un día, Marquito estaba haciendo sus deberes en la mesa de la sala. Pero, como a él no le gustaba dedicarse a eso, cualquier cosa lo distraía.

Primero, se levantó y fue a buscar su teléfono para escuchar música, mientras escribía. Después, se dio cuenta de que tenía hambre, entonces fue a la cocina para tomar un lonche.

Su mamá, que estaba lavando los servicios preguntó:

- ¿Terminaste la tarea, hijo?

- ¡No! ¡Es mucho! ¡No puedo hacer todo! Creo que de nada sirve que me esfuerce tanto tiempo porque probablemente volveré a entregarla incompleta – respondió el niño, desanimado. 

La mamá, entonces, lo miró y dijo con firmeza:

- Marquito, tienes que dedicarte. Ya fui a conversar con tu profesora sobre esto y me mostró que los deberes para la casa son solo un complemento de las clases que ya tuviste. Vamos, hijo, si te concentras podrás terminar pronto.

El niño, aún molesto con la obligación que tenía que hacer, de repente vio en el piso de la cocina un pequeño animalito. Se aproximó para verlo de cerca y dijo:

- ¡Mamá! ¡Hay un caracol aquí!

La cocina tenía una puerta que daba hacia el patio de la casa, donde había un gran pasto y muchas plantas. El caracolito debía haber venido de ahí.

- Estoy lavando los servicios. Recógelo con un palito y llévalo de vuelta al patio – pidió la mamá.

- Ya voy... – dijo el niño, sin ganas de hacer eso también.

Marquito se quedó observando al caracol. Era muy pequeño y andaba muy lento. Se arrastraba un poquito para delante a cada movimiento.

“Pobrecito este animalito. Cuánto tiempo tardará en desplazarse de esa manera. No podrá ir lejos así. Debe haber caminado durante días para haber logrado llegar hasta aquí, en medio de la cocina”, pensó el niño.

Marquito dejó el caracol ahí mismo donde estaba y salió a jugar al patio, pensando que pronto volvería para retirarlo de ahí.

Algún tiempo después, su mamá lo llamó:

- Marquito, ¿terminaste la tarea escolar?

El niño entró corriendo a la casa, pues no lo había terminado. Al pasar por la cocina, se acordó del caracol.

- Mamá, ¿dónde está el caracol?

- ¡No lo sé, hijo! Pensé que tú lo habías llevado al pasto.

Buscaron al animalito por toda la cocina, pero no lo encontraron.

Cuando desistieron de buscar, Marquito fue a la sala y vio el caracolito ahí en el piso.

- ¡Mamá! – la llamó. - ¡Mira dónde vino a parar! ¿Cómo consiguió andar tanto en tan poco tiempo?

La mamá se acercó a verlo y dijo:

- Pues sí, Marquito... El caracol llegó hasta la sala porque no desistió. No se desvió. Por algún motivo, se puso a andar hasta aquí y estaba alcanzando un objetivo. Ahora llévalo de regreso al patio. Ponlo debajo de una planta, para que esté protegido y en la sombra. Si se siente bien ahí, no va a querer entrar aquí.

El niño hizo lo que la mamá le mandó. Y se quedó pensando en lo que había pasado.

Después volvió, se sentó y se dedicó a sus deberes hasta terminar. Y, para su sorpresa, no demoró tanto como esperaba.

Se sintió bien por haber terminado sus deberes. Guardó sus materiales y fue a jugar.

Marquito no pudo cambiar su comportamiento de un día para el otro. Pero, a veces, cuando tenía dificultad para realizar algo, se acordaba de ese pequeño caracol y pensaba, “si yo continúo avanzando, voy a conseguirlo.”


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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