Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: No juzgar


Una gran lección


Había, en una ciudad de Arabia, un viejo sabio llamado Al-Besan. De todos los países vecinos y de todos los lugares de su patria venían hombres y mujeres buscándolo para consultar sobre diversos asuntos.

Él escuchaba a todos con paciencia y, al final, daba una opinión que era aceptada como si fuera una sentencia del juez.

Un día, llegaron hasta él dos hombres. Uno vestía lujosamente y su porte altivo inspiraba confianza y respeto. El otro, al contrario, con apariencia atolondrada y andrajosa, causaba inquietud y malestar.

- ¡Sabio Al-Besan! – dijo el de traje rico, después del saludo de costumbre. – Encontré a este hombre en el camino. Estaba gimiendo y me pareció herido. Lo llevé a mi casa y ahí estuvo durante sesenta días, teniendo la mejor atención posible.

El desconocido hizo una pausa y, notando la simpatía y el interés que sus palabras causaban en todos los que rodeaban al sabio, continuó:

- Ahora no quiere irse de mi casa sin que le dé un camello, treinta monedas y cien dátiles.

Al-Besan mantenía silencio mientras los concurrentes murmuraban, agitados.

- ¡Él es un ingrato y explotador! – decía alguien.

- ¡No hay un hombre tan injusto como ese! – comentaba otro.

- ¡Fue rescatado de la calle donde habría muerto de hambre y todavía tenía la intención de explotar a su benefactor! – consideraba un tercero.

Pero Al-Besan habló:

- ¡Silencio! Vamos a escuchar la explicación del huésped – y, ante el espanto de todos, agregó: - Te lo ordeno, ¡habla! ¡Ahora es tu turno!

El árabe tonto, haciendo una reverencia, dijo humildemente:

- ¡Plazca a los cielos que yo encuentre justicia! Mi nombre es Issar, el tonto, y, por eso, nunca tengo la razón. De hecho, este hombre me llevó a su casa y todo cuanto dice es verdad…

Nuevo murmullo de los presentes. ¡Era increíble la desfachatez del andrajoso! ¡¿Cómo Al-Besan podía admitir tal descaro?! Así pensaban los que miraban la escena, sin emocionarse.

- Sin embargo, yo tenía un camello y se quedó en su casa. En mi alforja había doscientos dátiles y sesenta monedas de plata.

En ese momento, se hizo un completo silencio en el lugar. El interés crecía en torno a la narración de Issar. Y este continuó, con una nueva reverencia:

- ¡Sabio Al-Besan! Estoy dispuesto a dejar treinta monedas de plata y cien dátiles por mi tratamiento, pero quiero llevarme otro tanto y mi camello.

Issar se calló y todos miraron al árabe de porte altivo. Estaba con la cabeza gacha, avergonzado. Entonces, se avergonzaron también por el juicio precipitado que habían hecho.

Y el sabio Al-Besan dio la sentencia:

- Este caso no tiene importancia ni dificultad – dijo. Issar se llevará el camello, las treinta monedas y los cien dátiles, y su benefactor quedará bien pagado por los servicios que realizó.

La audiencia había terminado. Al-Besan se retiró a sus aposentos y los que estaban ahí salieron meditando la gran lección recibida.  


Extraído del libro Cuenta Más, vol. 4, FERGS.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


Material de apoio para evangelizadores:

Clique para baixar: Atividades

marcelapradacontato@gmail.com




 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita