Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Felicidad


La princesa triste


 

Érase una vez, una princesa que vivía en un gran castillo, en un reino muy rico y festivo. Sin embargo, ella no era feliz. Era una niña buena, pero tenía un problema: veía las cosas que eran preciosas como si
no tuvieran valor.

La princesa tenía vestidos magníficos, de telas finas y bordados a mano con piedras preciosas. Pero para ella, su ropa no tenía nada especial. No le gustaba nada y pensaba que estaba mal vestida y fea. De vez en cuando, lloraba por eso, lo que dejaba a todos preocupados por ella.

El rey, intentando alegrar a su hija, la llamó para ver las riquezas del palacio y mostrarle como era privilegiada.

Llevó a la princesa al salón del tesoro, que era un lugar secreto, protegido por muchos guardias. Ahí, estaban guardados varios baúles llenos de joyas, oro, obras de arte de valor incalculable y mucho dinero.

El rey, sonriendo al ver su enorme riqueza, volteó hacia su hija, esperando encontrar en ella admiración y alegría. Sin embargo, la niña no mostraba ninguna reacción positiva. Era como si ella viera una sala vacía.

El rey, indignado, entonces habló:

- ¿Cómo no ves que somos muy ricos, que puedes tener las mejores cosas del mundo? Solo vives triste, pensando que no tienes lo suficiente.

- Discúlpame, papá, no quiero molestarte. Pero estas cosas son lo que yo esperaba que ya tuviéramos. Por eso no me sorprendí.

El padre llevó a su hija de vuelta y, decepcionado, le contó a la reina lo que había pasado. Ella, entonces, también quiso intentarlo.

- Tal vez nuestra hija no le importa los bienes materiales. Voy a llevarla a conocer mejor nuestros jardines – dijo ella.

Y así fue. Llevó a la princesa por senderos maravillosos formados por vegetación. Juntas, fueron por jardines con árboles frondosos donde vivían varios pajaritos. Había también macetas de flores y una glorieta con una cascada al frente.

- Mira, querida, qué agradable es el ruido del agua. Muchas veces, vengo aquí a observar la naturaleza y reponer mi energía. Si quieres, puedes venir siempre conmigo, para aprovechar juntas de esta maravilla.

- Ah, no, gracias, mamá. Prefiero quedarme en mi cuarto.

La madre percibió que su hija tampoco valoraba los encantadores jardines del palacio.

El tiempo pasaba, y la princesa continuaba siempre triste, desmotivada, hallando que no tenía nada especial.

Un día, un reino vecino atacó el reino de su padre. Hubo mucha confusión tanto en las calles como en el palacio. La familia real tuvo que huir, de prisa, para salvarse.

El rey, la reina y la princesa fueron a una casita simple, en una montaña, para estar escondidos de los enemigos.

La princesa, que antes tenía todo, de repente pasó a tener una vida muy simple: sin vestidos, sin riquezas, sin sirvientes para hacer los servicios. Ella pasó a tener que ayudar en la limpieza de la casa y preparar la comida.

Y también tenía que salir y recolectar frutos y semillas, aunque con miedo de ser descubierta, para ayudar en la supervivencia de la familia. Fueron tiempos difíciles, no solo materialmente, sino emocionalmente también, pues la incertidumbre de cómo sería el futuro les causaba un gran sufrimiento.

Pero la familia se mantenía unida, dándose fuerza uno al otro.

Un bello día, vieron caballeros acercándose a la montaña, yendo en dirección a su casita. Se quedaron asustados, pensando que habían sido descubiertos, pero se dieron cuenta de que eran soldados de su propio reino que llegaban con la gran noticia de que los invasores habían sido vencidos.

Ahora, la familia real podría volver al palacio segura. El rey y la reina se abrazaron conmovidos. La princesa saltaba y gritaba de alegría.

En ese mismo día, volvieron al palacio. Muchas cosas eran diferentes. Los jardines estaban descuidados, y los objetos de valor habían sido saqueados. La princesa, sin embargo, halló el palacio enorme y lindo. Se sintió inmensamente feliz por ir por el camino del jardín hacia el palacio. Casi lloró de la emoción al volver a ver su cuarto, al hallar todo maravilloso.

Ella no lo notó en ese momento, pero estaba curada. Desde ese día en adelante, pasó a valorar todo lo que tenía, agradeciendo a sus padres y a Dios, y pasó a ser muy feliz.
 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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