Especial

por Temi Mary Faccio Simionato

En los refugios del entendimiento

“El único medio de evitar o atenuar las consecuencias futuras de una falta está en repararla, deshaciendola en el presente. Cuantos más nos demoramos en la reparación de una falta, tanto más penosas y rigurosas serán, en el futuro, las consecuencias.” (1)


¡Orgullo, enemigo invisible! Donde se evidencia su influencia aparecen la rebeldia y la acritud, preparando la perturbación y la discordia. De esta manera, invigilantes e infelices, transformados en terribles fantasmas de incomprensión y de intransigencia, envolviéndonos en la propia sombra y, en lastimoso aislamiento de Espíritu, no sabemos entender y perdonar para también ser perdonados y entendidos. Nos responde la vida en todas las cosas y en todas las criaturas según la naturaleza de nuestro llamamiento. Podremos así entender que recogeremos del Padre los estímulos al futuro y padeceremos los reflejos del pasado a proyectarse sobre nuestra existencia.

Surgen delante de nosotros los errores cometidos, las ofensas inesperadas, las discordias y disgustos, del punto de vista humano, como siendo invitaciones a la inercia, mas, en la esencia semejantes luchas son pruebas justas e indispensables que equivalen a consultas del plano espiritual acerca de la capacidad de superación de nuestras flaquezas, a examinar nuestro grado de humildad, entendimiento y amor.

Sin embargo, llega el día en que somos intimidados al test de dignidad personal, sea por la crítica del insulto o por el espino de la desconsideración. Somos alcanzados en el amor propio y, si no disponemos suficientemente de humildad y compasión, he que el orgullo herido se asemejará en nosotros al fuego de la cólera que irrumpe produciendo pensamientos descontrolados, que aniquilan preciosas edificaciones espirituales del presente y del futuro. Estemos alertas contra semejante poder letal orando y bendiciendo, sirviendo y disculpando, olvidando el mal y restaurando el bien.

Es preciso no nos olvidemos de que la cólera a nada remedia en tiempo alguno, quedando claro que si erramos será necesario rectificar, reparando con sinceridad las consecuencias de nuestras faltas; entre tanto, si la obligación cumplida nos garantiza la conciencia tranquila, cuando la provocación de las tinieblas nos desafie, tengamos el coraje de no conceder al mal atención alguna, absteniéndonos de pasar recibo en cualquier cuenta perturbadora que la injuria o la maledicencia nos quieran presentar.

Seamos la lámpada encendida para los caídos en la ceguera de la negación; el apoyo a los que tropiezan en el camino; la buena palabra que reajuste el ánimo de los que yacen traumatizados por el asalto de las tinieblas. Dominémonos para que podamos controlar circunstancias, comandando nuestras emociones, alineándolas en el camino de equilibrio y del discernimiento, de modo que  nuestra frase no resbale en la intemperancia. El hombre prudente es lento para la ira y se honra en ignorar una ofensa. Por tanto, bien aventurados los pacificadores porque serán llamados hijos de Dios.

Procuremos, así precavernos contra semejante perseguidor, vistiendo el corazón con la túnica de la humildad porque ese extraño verdugo que nos estimula el egoísmo en todas parte, se llama orgullo. En vista de eso, cuando recibiéramos quejas amargas que nos hieran injustamente, sepamos oírlas con paciencia absteniéndonos de incitar a los hermanos del camino a las tramas de la sombra, trabajando sinceramente para deshacerlas.

Luego, delante de los que se desvarían en la crítica, observemos la facilidad con que nos entregamos a los juicios irreflexivos y ponderemos que seríamos igualmente impulsados al brasero de la crueldad si no fuese algún ligero límite de prudencia que conseguimos mentalizar.

Es importante colocarnos en el lugar de los que yerran para que nuestro raciocinio descanse en el abrigo del entendimiento. Si así procedemos, seremos clasificados, en verdad, entre los pacificadores bendecidos por el divino Maestro, comprendiendo, al final, que la criatura humana, aisladamente, no consigue garantizar la paz del mundo, no obstante, cada uno de nosotros puede y debe mantener la paz dentro de sí.

Esclarece el evangelista Lucas, en el capítulo 15, versículo 7: “Os digo que así habrá alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, más que noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. Toda falta que se comete, todo mal practicado es una deuda contraída y que precisa ser reparada. Como no existe injusticia, el despertar de una conciencia correcta y la moral elevada posibilitará la resolución del mal, disolviéndolo en el bien y en la práctica de la caridad.

El camino más eficaz para el control de la agresividad es el de la educación íntima: la búsqueda de conocimientos para el superior entendimiento de la propia personalidad, así como el cultivo de la religiosidad y de la espiritualidad que buscan un mejor direccionamiento de los ímpetus e impulsos y una mayor concienciación de nuestras responsabilidades delante de nuestra caminata terrena.

Con los postulados Espíritas la educación moral espiritual se destaca, pues su principal objetivo es el perfeccionamiento del Espíritu por medio de la conquista de níveles más elevados de conciencia. En el comentario de Allan Kardec, en El Libro de los Espíritus sobre la cuestión 964, entendemos que: (...) “todas  nuestras acciones son sometidas a las Leyes de Dios, no hay ninguna de ellas, por más insignificante que nos parezca, que no pueda ser una violación de esas leyes. Si sufrimos las consecuencias de esa violación, no nos debemos quejar sino de nosotros mismos, que nos hacemos así los artífices de nuestra felicidad o de nuestra infelicidad futura”.

Nos compete, de esta forma, la obligación de reconocer que nosotros, Espíritus encarnados y desencarnados que hoy nos dedicamos al Evangelio explicado por la codificación, guardamos esclarecimientos en torno de las realidades esenciales de la vida y del Universo. Esclarecimientos y convicción que la mayoría de los que profesan en muchas escuelas religiosas de la Tierra están lejos, aun, de alcanzar.

¿Es razonable concluir que si nosotros que sabemos tanto de la “verdad”, aun ofendemos a otros sin percibir, como ejercer demasiada severidad delante de aquellos hermanos que nada reciben de lo mucho que conocemos y recibimos? Reflexionemos en eso y abramos el corazón al entendimiento y a la misericordia, pues solamente así encontraremos en nosotros mismos la fuerza del amor capaz de garantizarnos la construcción del reino de Dios.

Aceptémonos como somos: débiles, imperfectos, rebeldes o reincidentes en el mal, mirándonos en el espejo de la razón pura, razonando, observando los puntos vulnerables en torno de los cuales nuestras faltas reaparecen. Así, desacertando, reacertaremos; errando, abrazaremos la corrección y estaremos, de este modo, convencidos ante la misericordia de Dios de que todo día es tiempo de progresar, aprender, mejorar y renovar.

 

Bibliografia:

1. KARDEC, Allan – O Céu e O Inferno – 38ª edição – Editora FEESP –São Paulo/SP – 1ª parte – capítulo 7- parágrafo 27 – 1992.

2. XAVIER, Francisco Cândido – Justiça Divina – ditado pelo Espírito Emmanuel – 14ª edição – editora FEB – Brasília/DF – lição 6 – 2018.

3. XAVIER, Francisco Cândido – Religião dos Espíritos – ditado pelo Espírito Emmanuel – 22ª edição –editora FEB – Brasília/DF – lições 20 e 69 – 2013.

4. XAVIER, Francisco Cândido -  Encontro Marcado – ditado pelo Espírito Emmanuel – 14ª edição – editora FEB – Brasília/DF – lições 4, 13, 14 e 15 – 2013.

 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita