Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Desarrollo de las potenciales


Tú puedes más


Había un campo muy bonito donde la naturaleza estaba llena da variadas formas de vida.


Para cada ser vivo, fuese animal o vegetal, Dios le había dado características maravillosas, con las cuales Él esperaba que colaboraran en la edificación de un mundo bueno y feliz. Sin embargo, en ese campo algunas cosas no estaban yendo como deberían.

Había una semilla que había caído en tierra fértil. Traía en sí el potencial para volverse un gran árbol. Pero ella, muy tímida, prefería permanecer escondida entre las hojas caídas, sin llamar la atención.

El potrillo había nacido saludable y con piernas largas. Podría correr por el pasto, ejercitando la musculatura para volverse un animal grande y fuerte. Sin embargo, miedoso, no quería arriesgarse a caer o perderse. La mayor parte del tiempo se quedaba parado, esperando que el tiempo pasara.

Sucedía algo parecido con el pajarito hornero. Él tenía el instinto y la capacidad de construir su casa y formar su familia. Pero, sin querer dedicar los esfuerzos necesarios para cargar el barro y moldear su morada, posponía el inicio de sus tareas.

La semilla, el potrillo y el pajarito creían que sus actitudes les traían tranquilidad. El problema es que, al contrario de sentirse bien con la decisión que tomaron, se sentían mal.

La semilla pasaba los días como si fuese una piedrita del suelo, pero ella no era eso. El comportamiento del potrillo se asemejaba al de un animal enfermo. Pero él estaba sano. El pajarito no asumía las tareas que le daba a su especie el reconocimiento de ser uno de los mejores constructores de la naturaleza. Era como si hubiera nacido sin la habilidad que poseía.

El tiempo pasaba, y ellos se sentían cada vez peor. Incluso comenzaban a dudar de sus capacidades. A veces, veían a alguien haciendo lo que ellos también podrían realizar y se quedaban incómodos, avergonzados. Buscaban disculpas para aliviar sus conciencias, pero no se convencían a sí mismos.

Algunas veces, el viento soplaba haciendo un pequeño ruido que ellos oían como un pedido de la naturaleza, diciéndoles: “¡Tú puedes más!”.

Un día, una familia fue a pasar por ese campo. Una de las personas de esa familia era una niña linda y llena de energía. Curiosa, jugaba y corría por todas partes, queriendo aprovechar al máximo esa oportunidad.

La niña, tan pronto vio al potrillo, salió corriendo para acercarse. Él se asustó y, con miedo de ella, salió corriendo. La niña alegremente continuó corriendo, y pronto era como si los dos estuvieran jugando a perseguirse. Corrían y se detenían, cansados. Después, uno de los dos volvía a correr y el otro acompañaba. Olvidando sus miedos, el potrillo hasta saltaba durante la carrera, divirtiéndose como nunca. Deseó tener piernas más fuertes para poder correr más rápido y reconoció que nunca había experimentado una sensación tan buena. Su miedo a correr se fue.

Más tarde, la niña fue hasta un pequeño árbol y se sentó en una de las ramas, balanceando su cuerpito en el aire. La familia se sentó a la sombra que éste hacía para descansar y comer una merienda. La semilla deseó ser ese árbol en el cual la niña jugaba. Imaginó que podría hacer una sombra aún más grande que esa. Se quedó tan entusiasmada con esa idea que su voluntad de desarrollarse se volvió más grande que su timidez.

El hornero, admirando esa familia feliz, sintió ganas de tener también su propia familia y pensó que todos sus esfuerzos valdrían la pena para eso.

En poco tiempo, las cosas cambiaron en ese campo.

La semilla creció y se transformó en un árbol enorme, capaz de ser visto de lejos. Los pájaros venían a comer sus frutos y se abrigaban en sus ramas. Incluso hacía una gran sombra que aliviaba el calor de todos a su alrededor. La semilla, ahora árbol, sentía su autoestima renovada.

El potrillo pasó a ejercitarse, corriendo solo o con otros animales. Se volvió un caballo imponente que daba ejemplo de fuerza y coraje a quien lo viera. Comenzó a sentir mucha confianza.

El hornero encontró motivación para comenzar su trabajo y, siguiendo la tradición de su especie, construyó un nido admirable donde él y su esposa tuvieron sus polluelos. Cada día, al volver a casa y encontrar su familia, se sentía realizado.

Y fue así como, cumpliendo la programación de Dios y desarrollando sus potenciales, todos fueron muy felices.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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