Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Orgullo y prejuicio


Los helados


Había una heladería donde se vendían varios sabores de helado. Todos eran deliciosos y apreciados por los clientes.

El dueño de la heladería era muy caprichoso y fabricada sus productos con cariño para que quedaran perfectos. Todos los helados eran producidos de la misma manera y con los mismos ingredientes. Tenían las mismas características de consistencia, textura, etc.

Solo al finalizar, los helados se diferenciaban cuando eran separados en diferentes porciones de masa y se les agregaba a cada uno diversas esencias y colorantes. Así, se producían helados de misma naturaleza, pero con colores y sabores diferentes.

Aun siendo tan semejantes en su inicio, dentro de la congeladora los helados se sentían extraños entre sí.

Muy pegado a las apariencias y con actitudes de arrogancia y orgullo, era común que el helado de chocolate dijera:

- Yo soy el mejor helado de la heladería. Debería estar en un lugar destacado, y no aquí al lado del helado de fresa, que todo el mundo sabe que es inferior.

Otras veces, incluso decía:

- Qué feo es ese helado de fresa… Pálido, rosado, casi sin color. ¡Por Dios! ¡Me alegro de no ser así!

El helado de fresa se molestaba por ser tratado de esa manera. Él era muy apreciado por varios clientes, incluso el preferido de algunos. También era usado siempre en tazas con sabores variados, haciendo una combinación deliciosa con otros helados.

Pero eso no era suficiente para consolarlo de las ofensas del helado de chocolate. A veces se defendía, explicando sus cualidades. Otras veces, se enojaba y devolvía las ofensas del compañero. Pero de nada servía y, poco a poco, el helado de chocolate iba convenciendo a todo el mundo de que él era superior.

Una vez, un hecho importante sucedió en la heladería. Uno de los trabajadores, al hacer la limpieza del piso, se chocó con el enchufe de la congeladora y se desconectó del tomacorriente sin que se diera cuenta.

La energía se interrumpió y la congeladora se apagó inmediatamente.

Apenas unos minutos después los helados comenzaron a sentirse mal. Como la congeladora no estaba funcionando, la temperatura comenzó a subir.

Ninguno de los helados sabía lo que estaba pasando, pero todos empezaron a reclamar. Incómodos e impacientes, decían:

- ¡Es difícil hoy aquí! ¿Alguien puede hacer algo?

- ¡Quédate quieto! ¡Solo con aguantarte ya estoy haciendo mucho!

Pero el tiempo fue pasando y la situación empeorando. Los helados se sentían cansados, blandos, sin fuerzas para nada. Comenzaron a darse cuenta de que la situación era grave. Pasaron a estar callados y asustados. Uno de ellos habló, casi llorando:

- ¡Dios mío! ¡Creo que nos estamos echando a perder! ¡Mañana nos botarán a todos a la basura! Por favor, helado de chocolate, ¡haz algo! Eres el mejor de nosotros. ¡Te necesitamos, más que nunca!

El helado de chocolate miró hacia los lados y vio a sus compañeros sufriendo. Tuvo pena de ellos, hasta del helado de fresa. Él se daba cuenta de su malestar y sabía cómo era, pues él también sentía lo mismo.

En ese momento, el helado de chocolate se sintió igual a los demás. Las apariencias de cada uno ya no importaban. En su interior, se dio cuenta de que no era superior a nadie. Se sentía incapaz de ayudarlos y estaba sufriendo exactamente como ellos.

- Amigos míos, discúlpenme, pero no sé qué hacer. No sé ni lo que está pasando o qué será de nosotros – dijo el helado de chocolate con humildad. – Soy solo un helado común, como cada uno de ustedes.

- Vamos a estar unidos – dijo el helado de crema. – Tengo la impresión de que, uno cerca del otro, conseguiremos mantenernos congelados por más tiempo.

Los helados, entonces, se agruparon con sus vecinos. El helado de chocolate estaba muy cerca del helado de fresa y sintió un poco de alivio con el frío que venía de él.

El trabajador de la heladería había terminado su tarea y se había ido.

Pero el dueño de la heladería, cuidadoso como siempre, fue a verificar que todo estuviera en orden antes de cerrar el local e ir a casa. Fue entonces que se dio cuenta del enchufe desconectado. Inmediatamente, lo conectó de nuevo y la congeladora volvió a funcionar. En pocos minutos, los helados sintieron un gran alivio y no demoraron mucho en restablecerse completamente. Todos estaban a salvo y felices.

Al día siguiente, la vida continuó normalmente en la heladería. Pero algo había cambiado. La arrogancia y el orgullo del helado de chocolate había desaparecido para siempre. Pasó a elogiar a los compañeros y a tratar con respeto al helado de fresa. Ahora él sabía que todos eran importantes en la heladería.

Con esa experiencia tan importante, el helado de chocolate aprendió que, detrás de las apariencias, todos eran iguales.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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