Especial

por Cláudio Bueno da Silva

El desafio de la simplicidad

Vivir satisfecho con lo que se tiene es un ejercicio saludable de equilibrio y la demostración de que se está próximo a la serenidad.

Situaciones cotidianas, con frecuencia, hacen al individuo sufrir tentaciones y ser atraído por aquello que no posee. Mas si él tuviera fuerza moral no se dejará seducir. Con esfuerzo aprende a dominar los deseos y sobreporse a los conflictos íntimos que ya superó o está cerca de superar. Ve importancia en las cosas más simples que detienen, porque las ve por el lado seguro, exactamente lo contrario de lo que muchos hacen.

La persona satisfecha con lo que tiene desenvolvió una mirada humilde, grata, que hace ver el lado útil de las cosas en su vida. Incluso que algunas tengan valor económico, o un apelo seductor, su visión de ellas no envuelve sentimiento de posesión exclusiva o de autopromoción. Y en cuanto estén bajo su guarda, no las usa para ostentar ni para humilhar. Da el valor que ellas tienen en sí mismas.

Simple en lo poco y en lo mucho

La idea de lo simple está vulgarmente asociada a lo poco. Eso no quiere decir que lo mucho no pueda estar ligado a la simplicidad, principalmente cuando ese mucho no es fruto de ambición desmedida, de acúmulo egoísta.

Ocurre que la Providencia Divina, a veces, encamina abundancia a ciertas personas, no para que acumulen bienes, mas para que hagan la riqueza producir más, y siempre a beneficio general, a beneficio de la vida.

Se puede encontrar, creo, en las multitudes, personas acomodadas que comprenden su misión, su papel en la sociedad. Con todo, la insinuación contenida en el texto evangélico de Mateo, 19:22,23,24, es muy fuerte y yo diría casi excluyente. Según ella, los ricos enfrentan dificultades inmensas para “entrar en el reino de los cielos”.

Todavía, el mal uso, o el abuso de las cosas, no puede ser relacionado solamente a aquel que es rico, acaudalado. Muchas veces el pobre tampoco no valora, desperdicia, ignora lo poco que tiene, sin dejar de ambicionar lo que encuentra que le es debido. Eso debe dificultar también su entrada en aquel reino. En los dos casos, antes de todo, hay pobreza moral.

Lo que se tiene y lo que se es

Estar satisfeito con lo que se tiene, en mi entendimiento, es una derivación de estar satisfecho con lo que se es. En este último caso, hay dos órdenes de ideas:

1 - la persona tiene conciencia de sí misma, conoce sus límites, sabe de sus condiciones y dónde puede o no puede llegar, jamás se aventuraría a emprender algo para lo que no está preparada, no pretenderá ocupar un espacio donde percibe no encajar; 

2 – a pesar de estas constataciones, la persona sabe que la vida es un acto dinámico y sugiere acciones progresivas. No desear poder, riqueza, supremacia, no significa quedar estacionado, inerte e improductivo. Al contrario, la superación de sí misma debe ser una constante, sin que eso implique competir con los otros. Una cosa es no desear lo imposible, otra cosa es quedar de brazos cruzados, sin mover la inteligencia. No discuto aquí el poder de Dios, que puede dar el mundo a un individuo, si quisiera. Hablo de lo que ese individuo puede o debe hacer con lo que Dios ya le concedió.

Para vivir bien

En esa línea de raciocínio, la idea de lo simple está ligada al despojamiento, desprendimiento, desapego, aplicados a una persona responsable, y por consecuencia, libre. Con estas características es casi cierto que el individuo sea también humilde. Tendremos entonces aquel que rechaza lo innecesario, lo superfluo, lo inútil, por entender que no precisa de eso para vivir bien. Tendremos a aquel que aprende a identificar las reales necesidades que atenderá al patrón de vida que le cumple vivir.

Mas, no siempre es fácil tener la conciencia de nuestras reales necesidades. Las elecciones son hechas en función de nuestra capacidad de juzgar lo que es bueno para nosotros. Y ese juzgamiento está siempre listo a satisfacer las exigencias de los defectos morales que poseemos. En la mayoría de las veces el “ego no piensa” en las consecuencias de lo que escoge. De ahí surgen las desilusiones, decepciones y fracasos. Y también los dolores.

Este pensamiento de Kardec hace toda la diferencia

Allan Kardec escribió en El Evangelio según el Espiritismo: “El hombre puede ablandar o aumentar el amargor de sus pruebas, por la manera de encarar la vida terrena” (¹). Ese pensamiento hace toda la diferencia para quien está interesado en ajustarse a las directrices divinas con menos sufrimiento. Kardec explica mejor: “El resultado de la manera espiritual de encarar la vida es la disminución de importancia de las cosas mundanas, la moderación de los deseos humanos, haciendo al hombre contentarse con su posición, sin envidiar la de los otros, y sentir menos sus reveses y decepciones. Él adquiere, así, una calma y una resignación tan útiles a la salud del cuerpo como a la del alma, en cuanto con la envidia, los celos y la ambición, se entrega voluntariamente a la tortura, aumentando las miserias y las angustias de su corta existencia”.

El Espíritu Fénelon, uno de los colaboradores de la constitución de la Doctrina Espírita, dirigió la afirmación de Kardec al decir: “¡Cuántos tormentos, por el contrario, consigue evitar aquel que sabe contentarse con lo que posee, que ve sin envidia lo que no le pertenece, que no procura parecer más de lo que es! (...) Está siempre calmado, porque no inventa necesidades absurdas. ¿La calma en medio de las tormentas de la vida no será una felicidad?”(²)

La simplicidad modifica

La ilusión es una de las mayores enemigas del hombre. Es importante precaverse de todo lo que evade, y de esa forma interrumpir el flujo que mantiene vivo al homem viejo que falló, y que precisa morrir en nosotros. Solo así nacerá el homem renovado, de mente aireada, conciencia limpia, apto a compartir la era del Espíritu.

La simplicidad modifica, crea un modo sabio de ver y de hacer diferente, da una ganancia en la vida de quien quiera ser más y mejor, sin juzgarse más y mejor que nadie.


(1) ESE, capítulo V, ítem 13, Motivos de resignación. 

(2) ESE, capítulo V, ítem 23, Tormentos voluntarios.

Sepa más en: Allan Kardec, El Libro de los Espíritus, libro tercero, Ley de Conservación.

         
 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

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 Revista Semanal de Divulgação Espírita