Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Ley del Trabajo


Un día sin hacer nada


Juan se despertó, pero continuó echado. Era una bella mañana de sábado - el primer día de vacaciones – y él había decidido que no quería hacer nada. No porque estuviera cansado, enfermo o necesitando de reposo. Al contrario, era un niño saludable, lleno de energía, que tenía una rutina muy equilibrada con sus tareas del colegio, el deporte y sus actividades de ocio.

Pero para Juan no había nada mejor que no tener nada que hacer, no tener compromisos, horarios o tareas. Cuando estuvo cerca de la hora del almuerzo, Juan decidió levantarse. El sol ya estaba fuerte ahí afuera, y su cuarto estaba muy caliente.

Llegó en pijama a la cocina. Sentía el cuerpo un poco torpe, por haber estado tantas horas echado, y la luz fuerte del día lo cegaba. Su madre ya estaba preparando el almuerzo.

- ¡Buenos días, querido! ¿Recién te levantas? ¿Estás bien? Hasta pensé que ya habías salido. Tu hermano ya fue a jugar con los vecinos hace rato.

- ¡Estoy bien! Solo decidí disfrutar de mis vacaciones. ¡Quiero quedarme todo el tiempo que pueda sin hacer nada!

La madre, sorprendida, miró a su hijo:

- Pero ¿quién dice que no hacer nada es bueno, Juan? ¿De dónde sacaste esa idea?

- Ay mamá, todo el mundo sabe eso. Por eso a las personas les gusta los feriados y fines de semana.

- Pienso que les gusta tener tiempo para hacer cosas diferentes. O descansar cuando lo necesitan. Es una bendición de Dios poder hacer cosas, hijo.

- ¡Pues yo no lo creo! ¡Me gusta estar sin hacer nada! – respondió el joven, cogiendo un vaso de leche y un paquete de galletas.

- Entonces, cuidado, hijo mío, pues cuando no hacemos nada nuestra mente también y la tendencia es pensar en tonterías o hasta en cosas negativas. Es muy difícil estar con el cuerpo quieto y con la mente feliz. Las ocupaciones saludables y útiles nos ayudan más de lo que pensamos.

Juan no entendió mucho lo que su mamá dijo, pero tampoco se preocupó en entenderlo. Terminó de comer, puso su vaso sucio en el lavadero y fue a la sala, donde se echó en el sofá.

Poco después, la mamá llamó a la familia a almorzar, pero Juan no tenía hambre, pues había acabado de comer.

Su hermano, al contrario, entró a la casa con mucha hambre, sudoroso y con la pelota de fútbol debajo del brazo. Sonriendo, habló entusiasmado del gol que hizo y de cómo su equipo había ganado remontando el marcador. Quedó sorprendido al ver a Juan en el sofá:

- Juan, ¿sigues en pijama? Pensé que ibas a jugar con nosotros. Todo el mundo estaba allá, hasta el primo de Dudu. ¡Él juega mucho! Nos enseñó unas jugadas.

A Juan le gustaba mucho jugar pelota, incluso más con un equipo grande. Pero, manteniendo su propuesta, dijo a su hermano:

- ¡No, hoy no! Quiero descansar un poco.

Después del almuerzo, su hermano quiso preparar un pastel. Había quedado en tomar la merienda con sus amigos y cada uno debía llevar algo delicioso. Con la ayuda de mamá, hizo un pastel con cobertura de chocolate.

El olor delicioso del pastel se esparció por toda la casa, y Juan quiso comer un pedazo.

- De ninguna manera. Pudiste haber ayudado a hacerlo, o al menos ir conmigo. Pero preferiste quedarte ahí descansando – dijo el hermano, saliendo contento con el pastel.

A la mitad de la tarde, Juan tuvo hambre. Calentó la comida de la refrigeradora y comió solo en la cocina. Se dio cuenta de que todavía no se había cambiado de ropa ni se había cepillado los dientes. Entonces, decidió hacerlo. Sin prisa, fue hacia su cuarto.

Pero, al llegar, se acostó nuevamente en la cama. Se quedó pensando que su hermano había sido egoísta por no haberle dado un pedazo de pastel. Comenzó a recordar también otras ocasiones que lo molestaban y sintió rabia de su hermano.

Después de un buen tiempo, Juan finalmente se cambió de ropa y regresó a la sala. Se olvidó de cepillarse los dientes. Pasó el resto de la tarde echado o sentado. Vio un poco de TV, se quedó un largo tiempo en internet, no hizo nada útil en todo el día. Cuando se dio cuenta, ya estaba anocheciendo.

Cuando su hermano volvió de la casa de sus amigos, contó las bromas y juegos que los chicos habían hecho. Juan se divirtió de solo escucharlo.

Su hermano tomó un baño, cenó y fue a dormir temprano, cansado, pero feliz.  

Juan, por su parte, después de cenar, quiso conversar con su madre, pues estaba molesto.

- Fue un asco mi primer día de vacaciones. Yo esperaba que fuera muy diferente – dijo Juan, decepcionado. – Pensé que estaría feliz sin hacer nada, ¡pero fue muy aburrido!

- No estés triste, hijo. Por lo menos sirvió para que aprendieras que no se puede ser feliz sin actividades útiles. Eso es una lección de Dios. Pero no te preocupes. Dios es tan bueno que siempre nos da nuevas oportunidades. Mañana tendrás un día entero, de nuevo, y puedes aprovecharlo bien.

Juan se animó con esa idea. Lleno de planes, mostro una sonrisa y dijo:

- ¡Entonces, buenas noches, mamá! Quiero dormir pronto y despertar temprano. ¡Mañana, espera por mí! ¡Va a ser un gran día en que voy a hacer muchas cosas!

La mamá sonrió también, le dio un beso a Juan y se fueron a dormir.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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