Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

Tema: Dios y alegría


El regalo


Érase una vez una niña a la que le gustaba mucho comprar cosas. Era de una familia muy rica y su pasatiempo predilecto era pasear por las grandes tiendas, probándose lindos vestidos. Después, desfilaba delante de las vitrinas de las tiendas de juguetes y escogía siempre los más caros y preciosos.

Sus padres, queriendo complacerla, le compraban todo como regalo. Sin embargo, los regalos terminaban guardados. Una vez comprados, la niña perdía el interés en ellos.

Con el tiempo, pasó a sentir que nada le agradaba. Y así, días tras día, la niña fue quedando cada vez más infeliz. Sus padres comenzaron a preocuparse. Ella no quería comer, no quería jugar, no conversaba con nadie. Vivía solitaria, malhumorada por las esquinas de la rica casa en la que vivía.

Un día, la pequeña suspiraba triste al lado de la ventana. De repente, escuchó un sonido muy bajito, una melodía dulce, cantada por alguien que la niña no lograba ver. Intrigada por esa música, la niña salió por la puerta del frente. Miró hacia los dos lados de la calle, buscando la fuente de la melodía que todavía escuchaba. No muy lejos, vio una silueta pequeña, inclinada mirando el suelo.

La niña rica caminó con cuidado en dirección a la figura, para no asustar a quien quiera que fuera. Al acercarse, se dio cuenta de que era una niña, pequeña y delgada, que tenía en sus manos un puñado de lindas flores blancas, que iba recogiendo del suelo, entre las grietas de la calle.

“¡Oh! ¡Hola!” saludó la niña de las flores, con los ojos brillantes y una linda sonrisa en su pequeño rostro delgado.

“Hola... ¿Qué haces por aquí?” preguntó la otra, reparando que su nueva compañera vestía ropas muy sencillas y tal vez sintiera frío, pues se acercaban grandes nubes de lluvia.

“Ya voy camino a casa. Solo me detuve para coger estas lindas flores. ¡Mira qué bellas son! ¡Son un verdadero regalo!”

La niña rica miró sorprendida. Se acordó de todas sus casacas, vestidos, juguetes, zapatos, joyas, todo lo que se amontonaba en su cuarto. “¿Cómo es posible que las flores sean un regalo? ¿Sobre todo estas florcitas blancas, tan simples y sin perfume?”, pensó.

Observando la incredulidad de la recién llegada, la niña de las flores rio. “¿Pues no sabes que las flores son un regalo de Dios?” Y, gesticulando ampliamente con la manita por la lluvia que comenzaba a caer continuó: “¡Así como esta lluvia! ¡Mira qué belleza! ¡Mira cómo las gotas hacen un camino de agua en el piso y el velo de las nubes deja el aire cristalino!”

Acercándose a la niña rica, con una pequeña sonrisa en los labios, la pequeña dijo en voz baja: “Sabes, te voy a contar un secreto. Dios esconde a nuestro alrededor los más bellos regalos, para que recordemos que Él nos ama y que la vida es bella. A veces, estamos muy distraídos para darnos cuenta. Pero no hay problema, porque ellos siempre están ahí. Así que, si prestas atención, verás cuántas maravillas hay al alcance de las manos.”

De su pequeño ramo, la niña escogió algunas flores, blancas como las nubes, y las entregó a la otra. Con una gran sonrisa, se despidió y salió cantando, rumbo a su humilde casa.

Pocos minutos después, la niña rica regresó a su hogar, empapada de la cabeza a los pies. Sus padres, preocupadísimos por la ausencia de la niña, suspiraron de alivio y corrieron para abrazarla.

“!Hija mía¡ ¿A dónde fuiste? ¿Qué pasó? ¡Estás toda mojada! ¡Estábamos tan preocupados!” dijo su mamá, calentándola con una toalla.

Ante los rostros amorosos de los padres, una luz se encendió en el corazón de la niña. Miró las flores salpicadas de agua, pequeñas perlas y diamantes que había recibido, y las extendió con sus dos manos.

“¡Fui a buscar un regalo para ustedes!” En los brazos de sus padres, la niña se dio cuenta de qué grande era el amor que tenía por ellos, qué cómoda era su casa, qué maravillosa era la vida que tenía.  

Desde ese día, la niña rica dejó de estar triste. Se levantaba y veía la belleza del sol, la luz de las sonrisas a su alrededor, la delicadeza de las flores. Donó toda su ropa de exceso. Visitaba casas pobres y llevaba sus antiguos juguetes a los niños. Y cuando caminaba por las calles, con una gran sonrisa cantaba así:

Cuando cae la lluvia,

Quedo tan feliz

Las nubes me visitan,

La tierra se hace flor,

En el corazón trabajador

Nace la flor del amor.

 

Texto de Lívia Seneda.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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