Especial

por Maria de Lurdes Duarte

Muchos mundos, muchas moradas en la Casa del Padre

Mundos girando en un carrusel mágico de luces flamantes, por caminos que se cruzan en el espacio insondable. Mundos que deslizan delante de nuestra mirada curiosa y deslumbrada, que desliza por el espacio nocturno, ese espacio inmenso e inmensurable. Por más que la ciencia humana procure sondear sus compartimentos, recorriendo los instrumentos de alta definición, inventados por el ansia de saber y conocer, nuestra mirada continua mal adiestrada para el profundamiento por esos caminos encubiertos por la inmensidad del infinito.

Delante de tal inmensidad que, si no vislumbramos, por lo menos anteviendo por la inteligencia y el raciocinio, estamos forzados a interrogarnos sobre el por qué y la función de toda esa extensión de mundos que se extienden y giran para más allá del espacio y del tiempo por nosotros conocido.

La Tierra, nuestro habitat natural, comprendemos que es un minúsculo granito perdido en esa inmensidad sideral. Y, aun así, es vivero de experiencias sublimes y enriquecedoras, sin las cuales millones de Espíritus reencarnados no tendrían condiciones de evolucionar, rescatando débitos, ensayando pruebas y aprendiendo nuevas etapas que los conducen por el camino del progreso.

La Tierra, planeta bendecido, más tan poco amado, comprendido y protegido por sus habitantes, como alumnos de mal comportamientos y poco estudiosos, olvidados de las sublimes lecciones, nos ofrecen mil enseñanzas de evolución espiritual, si supiesemos bien aprovechar las oportunidades de crecimiento ofrerecidos por el Padre Amado, señor de todo cuanto existe y Padre de Infinita Bondad, que jamás nos falta, incluso cuando no sabemos percibir Su ayuda y protección.

No obstante, no tiene la Tierra toda la trayectoria evolutiva que nos cumple recorrer el camino de la perfección anunciada por el Maestro Jesús. Fue Él mismo quien nos informó acerca de eso, cuando dice que “Hay muchas moradas en la casa de Mi Padre”. ¿Por qué debería haber muchas moradas en casa del Padre, podemos nosotros, muy legitimamente, preguntar, si la Tierra y apenas ella es habitada y ofrece todo lo que hay para viver y aprender?

A la par de la ciencia actual, que en muchas de sus vertientes permanece ya en busca de respuestas, cada vez más convencida de la posibilidad lógica de haber vida en el espacio para más allá de lo que nuestros instrumentos imperfectos alcanzan, desde el siglo 19, con el advenimiento del Espiritismo, Consolador prometido por Jesús, son los Espíritus que nos esclarecen y ayudan a ver la cuestión con más claridad. A la pregunta de Allan Kardec, en la cuestión 55, parte V – Pluralidad de los Mundos – del capítulo III, Creación, de El Libro de los Espíritus“¿Todos los globos que circulan en el espacio son habitados?”, la respuesta es objetiva: “Sí, el homem está bien lejos de ser, como cree, el primero en inteligencia, bondad y perfección. Hay, entre tanto, hombres que se juzgan espíritus fuertes e imaginan que sólo este pequeño globo tienen el privilegio de ser habitado por seres racionales. !Orgullo y vanidad! Creen que Dios creó el Universo solamente para ellos.” Y añade el Codificador “Dios pobló los mundos de seres vivos, y todos concurren para el objetivo final de la Providencia. Creer que los seres vivos sean limitados apenas al punto que habitamos en el Universo, sería poner en duda la sabiduría de Dios, que nada hizo de inútil y debe haber destinado esos mundos a un fin más serio que alegrar nuestros ojos. Nada, además, ni en posición, en el volumen o en la constitución física de la Tierra, puede razonablemente llevarnos a la suposición de que ella tenga el privilegio de ser habitada, con exclusión de tantos millares de mundos semejantes.”

Y podemos nosotros aun añadir: ¿qué decir entonces de tantos y tantos otros mundos que no conseguimos siquiera ver? ¿Si ni el fútil objetivo de servir de deleite a nuestra mirada tiene, cual, al final, la finalidad de su existencia, caso fuésemos nosotros los únicos y solitarios habitantes del espacio?

Somos llevados a cuestionar la improbablemente objetividad de la creencia enraizada en muchas mentes, apenas justificable por la vanidad y orgullo humano, que tiende a no creer de lo que pueda poner en causa a su supremacia.

Más, como todo, nuestra inteligencia ha evolucionado a lo largo de los siglos y milenios, y, con ello, nuestra capacidad de deducir, razonar y concluir, bien como el ansia de cuestionar y buscar más allá de lo que nuestros sentidos físicos consiguen probar. Forma parte del crecimiento espiritual. Sólo dudando encontramos la luz. Por eso, el hombre de hoy ya no se contenta con explicaciones pueriles y vanas que nos apartan del real conocimiento y de nuestra verdadera esencia que es ser Seres Espirituales.

Más entonces, otras cuestiones subyacentes nos pueden acudir a la mente. ¿Si no somos los únicos, por qué no encuentran los científicos que buscan vida extraterrestre mayores señales de la vida existente para más allá de nuestra atmosfera? ¿Si hay tantos y tantos otros mundos sembrados por el Universo, por qué no los conseguimos encontrar? ¿Si, como dicen los Espíritus, ni siquiera somos nosotros los más adelantados, sea en moral, sea intelectualmente, a habitar el espacio, por qué no entran en contacto con nosotros esos seres inteligentes (hasta con la finalidad de compartir conocimientos y valores morales, ayudando en nuestro crecimiento)?

Estas y muchas otras interrogaciones son legítimas. Más es también legítimo que usemos el raciocínio y la inteligencia para discernir lo que es bueno para nosotros y lo que apenas podría constituir más un obstáculo a nuestra evolución.

Consideremos lo siguiente:

1)     Dios, que todo prevé y a todo provee, sabe mucho mejor de lo que nuestra pequeñez permite lo que es bueno y lo que no es bueno, sea para  nuestro progreso personal, sea para el progreso de la Humanidad. Hay un tiempo para todo. Tal como previeron los espíritus, el conocimiento nos es dado de acuerdo con la capacidad de absorvernos. No podemos caer en el error de querer vencer etapas;

2)    La Humanidad progresa y avanza a la medida de su trabajo, del estudio, del empeño. Si nos fuese dado todo de “mano besada”, el conocimiento no transcurriría del esfuerzo y, por eso, no resultaría en el avance de la capacidad intelectual. Más allá de eso, hay que contar con el libre-albedrío. En cuanto el hombre se empeñó en rechazar toda y cualquier hipótesis de existencia fuera del ámbito terreno, no emprendió cualquier esfuerzos en el sentido de la búsqueda. Ahora que la ciencia comienza su búsqueda en ese campo, ciertamente que avances serán hechos, indudablemente bajo el amparo espiritual de que el hombre precise y merezca;

3)   ¿Qué haríamos nosotros, humanos aun tan imperfectos y “amigos” del litígio, de la guerra, del racismo, de la discriminación, inmersos en el ansia del poder, si encontrasemos vida inteligente fuera de la Tierra? ¿Si encontrasemos planetas, habitados o no, que nos ofrecieran recursos más elevados de los que tenemos en nuestro mundo terreno? ¿Nosotros que ni nuestro habitat respetamos, que malbaratamos lo que el Creador colocó a nuestra disposición con tanto amor y cuidado? Podemos imaginar lo que sucedería: deprisa emprenderíamos todos los esfuerzos posibles e imposibles para concretar  nuestras peores ambiciones de colonización, explotación de los recursos encontrados hasta la última posibilidad, esclavitud por la fuerza de quien por allá viniesemos a encontrar… Por eso, una vez más, todo tendrá que venir a su tiempo. Tenemos tal vez aun mucho que madurar, crecer y moralizarnos, hasta tener condiciones y hacer ciertos descubrimientos que ansiamos, pues, si por un lado, no tenemos el derecho de incomodar y perjudicar en su camino a otros seres que pueblen el Universo, los descubrimientos que fuesemos a hacer, sin condiciones para entender y bien usar, serían un mal mucho mayor que un bien;

4)   ¿Por último, y no menos importante, que buscamos nosotros, al final? ¿Qué busca la ciencia en sus exploraciones extraterrestres? ¿Vida semejante a la nuestra? Planetas que ofrezcan condiciones idénticas a las que en la Tierra fueran imprescindibles para el surgimiento y la manutención de la vida en nuestro mundo? Recurrimos, una vez más para que se haga luz en este asunto, a las consideraciones que El Libro de los Espíritus nos ofrece:

Pregunta 56 del capítulo anteriormente referido: “A la constitución física de los diferentes globos es la misma?” Respuesta: “No; ellos absolutamente no se asemejan.”

Pregunta 57: “¿La constitución física de los mundos no siendo la misma para todos los seres que lo habitan tendrán organización diferente?” Respuesta: “Sin duda, como entre vosotros los peces son hechos para vivir en el agua y los pájaros en el aire.” ¿Delante de eso, queda la pregunta: ¿Si encontrarmos vida extraterrestre, tendremos facilidad en la identificación? ¿O quedaremos, en los posibles viajes por el espacio, convencidos de que nada existe porque nuestros sentidos físicos terrestres nada pueden percibir?

Importa concluir con la consideración de que, si es verdad que son muchas las moradas en la casa del Padre, y si no estamos solos en el Universo, para más allá de la búsqueda incesante por el conocimiento que la Humanidad actualmente emprende, es imprescindible que aprendamos a conocer, respetar y cuidar de este granito en el Universo, que es nuestra casa, por ahora. ¿Quién no cuida de su casa, cómo podrá desear visitar otras moradas?

Dios jamás nos abandona. Prueba de eso es la Doctrina Consoladora que, enviada por Jesús nos viene a esclarecer e incentivar al progreso constante. Días vendrán en que tendremos condiciones de habitar otros mundos donde la inteligencia y la moralidad están más avanzadas. Y días, certamente, vendrán  en que, incluso habitando la Tierra, seremos bendecidos por la posibilidad de alargar nuestros horizontes por ese espacio inmensurable e infinito que es la Casa del Padre.

            
Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita