Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Orgullo


El Fariseo y el Publicano


Cuando Jesús encarnó aquí en la Tierra, nació en el pueblo hebreo.

Entre los hebreos, estaban los fariseos, que eran personas dedicadas a la religión, pero se preocupaban más por las ceremonias y los rituales que por ser buenos de verdad. Porque cumplían las reglas con exactitud, los fariseos eran orgullosos. Se creían mejores que los demás.

En aquel tiempo ocurrían muchas guerras entre los pueblos de la región. Uno quería dominar al otro para hacerlo su esclavo y robar sus riquezas.

El pueblo hebreo había sido dominado por el pueblo romano, pero no fue esclavizado. Los romanos dejaron que vivieran como antes, trabajando y teniendo su religión. Solo que de tiempo en tiempo los hebreos eran obligados a dar mucho dinero a los romanos.

Ese dinero era llamado impuesto, y las personas que cobraban los impuestos eran los publicanos.

A nadie le gustaba pagar esos impuestos, por eso a nadie le gustaba tampoco los publicanos.  

Muchos publicanos eran ricos y eso aumentaba la rabia que los hebreos le tenían, pues decían que los publicanos se enriquecían recogiendo el dinero injustamente.

Jesús, que convivía con ese pueblo y enseñaba las leyes de Dios, un día contó una historia a sus seguidores llamada la Parábola del Fariseo y el Publicano.

La Parábola dice así:

“Dos hombres fueron al templo a orar. Uno era un fariseo y el otro un publicano. El fariseo fue hacia el frente, cerca de altar y se quedó rezando en voz alta, para que las otras personas escucharan:

- Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como los otros hombres que son ladrones, mentirosos o pecadores. ¡Soy muy bueno! Hago las cosas de la religión, como orar, ayunar y pagar el diezmo de todo lo que gano. Y tampoco soy como ese publicano de allá, que es un pecador. ¡Soy mucho mejor que él!

El publicano hizo lo contrario. Rezando allí, conversando con Dios, se arrodilló y golpeándose su pecho, apenas dijo:

- ¡Dios mío, ten piedad de mí, que hice algo equivocado y estoy muy arrepentido!”

Después de contar esa pequeña historia, Jesús enseñó que la oración del fariseo no contenía buenos sentimientos. Aun haciendo algunas cosas correctas, el orgullo que sentía de sí mismo lo hacía alejarse del bien. Si Dios creó a todo el mundo y ama a todos igualmente, nadie es mejor que ninguno. El fariseo no se había dado cuenta de que estaba cometiendo ese error.

Jesús también enseñó que la oración del publicano fue escuchada por Dios. Él ya sabía que había cometido un error y se sentía mal por eso. El publicano hablaba con Dios con humildad, pidiendo ayuda. Con seguridad, Dios, que es bueno, iba a atenderlo y darle otras oportunidades para reparar su error y no repetirlo más.

Por eso, solo en apariencia, el fariseo estaba mejor. En verdad, solo fue el publicano el que volvió a casa con un buen sentimiento en el corazón.

Con esa parábola del Fariseo y el Publicano, Jesús nos enseñó que no es el orgullo, sino la humildad, la que nos acerca a Dios.


  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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