Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Cuidados del cuerpo físico


El “carro-cuerpo”


Daniel era un niño bueno e inteligente. Pero su papá venía preocupándose por sus hábitos, no siempre saludables.

El niño pasaba muchas horas sentado, con mala postura, distrayéndose en Internet. No le gustaban los deportes e incluso jugar con sus compañeros, al aire libre, era mal visto por el niño. Su única diversión saludable era jugar con su colección de carritos, que él adoraba. Cada carrito tenía nombre y hasta personalidad, en la imaginación de Daniel.

En los refrigerios, él casi no comía. Solo le gustaban las frituras y las pastas. Rechazaba las ensaladas y las frutas. Cuando tenía hambre, buscaba en la despensa los paquetes de galletas rellenas y dulces. Casi no bebía agua. Prefería las gaseosas y jugos artificiales.

A la hora de ir a la ducha, Daniel se escondía. Para cepillarse los dientes, tenía mucha pereza.

Su papá siempre conversaba con él, y le explicaba la necesidad de ayudar a su cuerpo a funcionar bien y mantener la salud.

- Necesitamos tratar bien a nuestro cuerpo para que él nos trate bien – le decía.

Pero Daniel no lo escuchaba. Tenía la impresión de que su padre solo le proponía cosas aburridas, que no le gustaba hacer o comer. Parecía que no comprendía cuán valiosos eran los consejos de su papá.

Una noche, mientras Daniel jugaba en la sala con sus carritos, el papá se acercó y una vez más conversó con él sobre el asunto.

- Hijo, no comiste casi nada en la cena. ¿Sabes que nuestro cuerpo es como un carro?

El niño, al escuchar hablar de carro, tuvo curiosidad:

- ¿Cómo así, papá?

- El cuerpo es el “carro” de nuestro espíritu. Cuando la gente nace aquí en la Tierra es como si ganara un “carro” de Dios. Vamos a todos los lugares y hacemos todo utilizando nuestro cuerpo físico – respondió él. – Solo que nosotros nunca podremos cambiar de “carro”, tenemos que usar siempre el mismo, hasta el fin de la vida. Si tuvieras un carro de verdad, que tuviera que durar toda la vida, ¿cómo lo tratarías? ¿No le pondrías el mejor combustible? ¿No andarías con la velocidad correcta, para mover correctamente el motor y las ruedas? ¿Dejarías tu único carro parado un tiempo, oxidándose?

Daniel nunca había pensado sobre eso y, admirado, escuchaba a su papá, que continuaba diciéndole:

- Y, además, ¿no llevarías tu carro al mecánico, que es el médico de los carros? El mecánico muchas veces receta lubricantes y aditivos. El médico de nuestro cuerpo receta vitaminas o remedios, cuando es necesario. ¿No vale la pena tomarlos para que nuestro “carro-cuerpo” no tenga problemas?

Viendo que Daniel prestaba atención, el papá argumentó, además:

- Ahora, imagina qué malo sería si, en vez de ponerle un buen combustible en tu único y tan importante carro, dejaras el tanque vacío, casi sin gasolina. O peor, si colocaras en el tanque cualquier líquido que pudiera perjudicar el motor. Eso es lo que pasa con nuestro cuerpo cuando ingerimos alimentos o bebidas que perjudican el funcionamiento de nuestros órganos.

Y, finalizando, el papá explicó:

- Es por eso, incluso sabiendo que no te gusta tanto, te pido que hagas ciertas cosas. A ti te gustan tus carritos y sé que los cuidas bien. Y yo también te quiero, por eso también quiero lo mejor para ti, ¿entendiste?

Daniel dijo sí con la cabeza. El papá, entonces, fue a la cocina y el niño volvió a jugar. Pero, ahora, el juego fue un poco diferente.

Daniel hizo que todos los carritos hicieran fila para entrar en el taller de mecánica, que estaba debajo de la silla. Y después, hizo otra fila en el centro de la alfombra para abastecerlos en el puesto que tenía la mejor gasolina de la “ciudad”, que improvisó en la mesita de la sala.

- No quiero – decía Daniel, hablando por uno de sus carritos – esa gasolina no es deliciosa. Prefiero esa que viene en el galón de plástico, que es azul y tiene sabor a tutti-frutti.

- Pero esa va a ser mejor para ti, Veloz. Vas a tener mucha fuerza para correr y vencer en la carrera del domingo – decía el niño, inmerso en su imaginación.

Y, después de abastecer el tanque, los carritos incluso fueron todos al “lavado de carros”, construido con almohadas, para pasar por una limpieza completa.

El papá, desde lejos, podía escuchar los diálogos y el desarrollo del juego. Sonrió satisfecho, con la seguridad de que Daniel había entendido cuán importante era cuidar bien, no solo de los carritos, sino también de su propio “carro-cuerpo”.
  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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