Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Autoestima, autoconocimiento, comparación


La platanera que quería dar manzanas


Había un gran patio, con muchas plantas y árboles frutales. Desde lejos, la platanera observaba al manzano y lo admiraba mucho.

La platanera escuchaba siempre los comentarios de la mujer que venía a recoger las manzanas. A veces, venía acompañada de la vecina a quien le gustaba regalar frutas y solía decir así:

- ¡Ese manzano es muy especial! Su copa es linda y las manzanas deliciosas, bien rojas, suculentas y dulces. ¡Cualquier receta con estas manzanas queda bien, vas a ver!

Y diciendo esto, cogía, orgullosa, varias manzanas, que eran recibidas con alegría por la amiga.

Algunas veces, ellas cogían también otras frutas, pero al pasar por la platanera, nunca cogían nada. La mujer muchas veces incluso comentaba:

- ¡Qué pena! ¡Mira los plátanos de esta platanera! ¡No se puede aprovechar ninguno!

Y la otra estaba de acuerdo:

- ¡Sí! ¡Qué color extraño! ¿No será que están enfermos?

Cuando escuchaba esos comentarios, la platanera se entristecía mucho. Pasaba varios días deprimida. Pensaba en no dar frutos nunca más. Se comparaba de nuevo con el manzano, que tenía hojas pequeñas y bonitas, y sentía que las suyas eran grandes y descuidadas. Las hojas se balanceaban con el viento, quedando con las puntas rasgadas.

La platanera veía los frutos del manzano esparcidos por la copa, mientras que los suyos, a pesar del esfuerzo, acababan naciendo todos juntos, en una penca. Sus frutos, por más que lo intentase, nunca quedaban rojos, mucho menos suculentos. Quedaban, como mucho, anaranjados. Hasta su forma era extraña. Cuando comenzaban a crecer, la platanera hacía un enorme esfuerzo para dejarlos redondos, pero siempre acababan quedando alargados. Era un desastre total. La platanera se sentía fea, cansada y fracasada.

Un día, la mujer fue a su jardín para recoger algunas frutas y se dio cuenta de que el limonero que había plantado ya estaba dando limones. Acercándose para cogerlos, dijo animada:

- ¡Qué bonitos limones! ¡Bien verdes y grandes! ¡Voy a hacer una limonada para refrescarme de este calor! ¡Y voy a llevar uno más también para sazonar el pescado y la ensalada! ¡Hoy el almuerzo va a quedar más delicioso!

La platanera, escuchando aquello, se admiró y, sin aguantar su curiosidad, se volteó hacia el limonero y preguntó:

- ¿Cómo hiciste para producir esos limones que agradan tanto a la mujer? De hecho, son muy bonitos, bien redondos, esparcidos por tu copa. Y no importa que no hayas podido hacerlos rojos. De seguro deben tener un jugo muy dulce, pues ella dijo que iba a hacer varias cosas con él.

- Bueno, a decir verdad, no sé. Traté de hacer los mejores frutos que pude, de la mejor manera que puedo. Nunca me preocupe por dejarlos rojos. Mi vocación es hacerlos verdes, entonces me esmeré en el verde. Y sí tienen jugo, pero no es dulce, ¡al contrario, es ácido! ¡Muy ácido! ¡Casi que ni yo aguanto con tanta acidez! – respondió, con espontaneidad, el limonero.

- Sabes, amiga platanera – continuó – yo pienso que cada árbol de este patio tiene un trabajo, una vocación. Cada una puede ser útil a su manera. Y según parece, la mujer sabe aprovechar cada uno de los frutos que producimos para una receta.

- ¡Exacto! – dijo el árbol de mango, que era el más grande y más antiguo árbol del patio - ¡el limonero está en lo cierto! Tú eres muy diferente a nosotros, platanera, pero eso no quiere decir que eres la peor ni que solo nuestro don es bueno. Intenta darte cuenta de cuál es tu don y trata de hacer los mejores frutos que puedas lograr, con tu modo de ser.

La platanera nunca había pensado así. Quería ser útil y trabajaba bastante en eso, pero tal vez estaba esforzándose de la manera equivocada. Esos nuevos pensamientos la llenaron de esperanza. Sintió ganas de producir más frutos, y esta vez dejó que se quedaran todos juntos. Se esmeró con el amarillo y permitió que se crecieran muy alargados. Y aunque no tenían jugo, trató de hacerlas un poco dulces. Fue mucho más fácil que antes y a la misma platanera le gustó mucho el resultado.

Un bello día, la mujer fue hacia el patio. Viendo aquel racimo de plátanos, dijo feliz:

- ¡Al fin! ¡Qué bellísimos plátanos!

La mujer entonces recogió, peló y comió ahí mismo uno de los plátanos, comentando enseguida:

- ¡Qué delicia! ¡Adoro los plátanos! Voy a hacer pasteles, tortas, migajas, además de comerlos con avena y miel, helado, azúcar y canela. ¡Voy a comer mis plátanos todos los días!

La platanera no cabía en sí de tanta felicidad. Miró, sonriendo, al limonero y al árbol de mangos, que le sonreían también.

Finalmente, había comprendido que cada ser es único en el universo y eso hace de cada uno de ellos un ser especial, que puede servir a Dios a su manera.

Desde entonces, la platanera se dedicó a hacer cada vez mejores plátanos. Cuando hacía un viento fuerte, dejaba que sus grandes hojas se balancearan, danzando y celebrando. Ella era feliz porque ya no se obligaba a dar manzanas, por haber descubierto su esencia y poder producir, en paz, sus maravillosos plátanos.


  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


Material de apoio para evangelizadores:

Clique para baixar: Atividades

marcelapradacontato@gmail.com




 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita