Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Honestidad, fe en Dios, Providencia divina


La verdadera riqueza


Adalberto había quedado desempleado, y la falta de dinero comenzaba a sentirse en la familia.

Él y su esposa rezaban pidiendo a Dios ayuda para que pronto consiguiera otro trabajo, con el fin de no dejar de pagar las cuentas y que la familia volviera a tener una vida sencilla, pero en paz.

Los hijos sabían de la situación. Un día Alexandre, conversando con Adalberto sobre el asunto, dijo:

- Papá, estoy comenzando a preocuparme. ¿Cómo será si ya no consigues trabajo?

El papá, entonces, con sinceridad, respondió al hijo:

- No te preocupes, Ale. Estoy seguro de que Dios está cuidando nuestra situación. Soy honesto, tengo salud y me gusta trabajar. Pronto este período de necesidades va a terminar.

- Pero, entonces, ¿por qué Dios no resuelve esto pronto? ¿Por qué está esperando que comencemos a preocuparnos y ponernos tristes, sin dinero? – preguntó el niño, angustiado.

- Yo no sé en verdad, hijo. Él puede querer enseñarnos qué difícil es estar sin dinero, para que después tengamos compasión de las personas que están pasando por eso. O puede ser también para que yo le dé valor al nuevo empleo, cuando lo consiga. Sabes, hay personas que se quejan mucho del trabajo, incluso sin tener razón. No se esfuerzan para ser un buen colaborador. No son educados con los compañeros, ni respetuosos con el patrón. Cuando la gente reconoce lo bueno que es tener un empleo, con lo cual la gente puede ser útil e incluso sustentar a la familia, valoramos más la oportunidad que Dios nos da – explicó Adalberto.

Y terminando la conversación, le sonrió y dijo:

- ¡Ve a jugar tranquilo! ¡Dios está cuidando todo y pronto todo va a estar mejor!

Alexandre se sintió confiado con las palabras del padre. Cogió su skate y fue hacia la plaza, cerca de su casa. Ahí, encontró a algunos amigos, con los cuales conversó y se divirtió, intentando maniobras.

Cuando ya se estaba yendo, pasando cerca de una banca de la plaza, se dio cuenta de que había una billetera caída en el piso.

Alexandre se detuvo, cogió la billetera y miró a los lados. No había nadie cerca. Abrió la billetera y vio que en ella había mucho dinero, en billetes de gran valor.

- ¡Oh! ¡Debe ser la billetera de algún rico! ¿Será que es así como Dios nos está proveyendo dinero? ¡Pero yo no puedo quédame con ella, Dios mío! ¡No sería correcto! ¿Y si fuera de alguien que a acababa de recibir todo el salario del mes? – consideró el niño.

Alexandre comenzó a pensar en qué hacer. No le pareció correcto quedarse con la billetera, y tampoco dejarla ahí, pues alguien que no fuera el dueño podría encontrarla y robarla. Entonces, puso la cartera en el bolsillo de su bermuda y se sentó en la banca.

- Voy a esperar un poco. Si el dueño vuelve y se lo devuelvo, o si no puedo entregarla a algún guardia que pase por aquí – pensó.

Y así lo hizo. Pero no necesitó esperar mucho. Pronto vio a un hombre bien vestido, apresurado y con aire afligido, que venía mirando hacia el suelo, buscando algo. Al llegar cerca de Alexandre el hombre dijo:

- ¡Hola, niño! Por favor, perdí mi billetera. Realmente quiero encontrarla. ¿No la has visto?

- ¿Cómo es? – preguntó Alexandre, queriendo confirmar si era el mismo dueño.

El hombre describió la billetera y Alexandre inmediatamente la sacó del bolsillo y la entregó. El hombre suspiró aliviado y se lo agradeció mucho. El niño, entonces, se levantó y, con una sonrisa traviesa, dijo:

- Qué bueno, ahora ya puedo ir a casa. ¡Usted no se demoró nada! Además, incluso a una persona rica no le gusta perder tanto dinero, ¿no?

El hombre, impresionado con la espontaneidad de Alexandre y más aún con su honestidad, respondió:

- ¡Sí, tengo bastante dinero! Pero, el dinero es solo dinero. Hasta un ladrón puede conseguirlo. ¡Yo me esfuerzo para ser realmente rico! ¡Tan rico como tú! Tienes buen carácter. Esa es la verdadera riqueza, que la gente no pierde en el camino ni puede ser robada. ¿Cómo te llamas?

Alexandre respondió y ellos comenzaron a conversar. El niño, un poco avergonzado por el elogio, le contó que quería ser como su padre, que era honesto y trabajador.

El hombre quiso saber lo que su padre hacía, y Alexandre contó la situación actual de su familia. Mientras conversaban, llegó la noche. El hombre se ofreció a acompañar a Alexandre a su casa, para que el niño no volviera solo en la oscuridad.

Adalberto les abrió la puerta. El hombre se presentó y contó lo ocurrido, elogiando una vez más al niño y al padre, que lo había educado tan bien.

Adalberto, emocionado, le dio un abrazo a su hijo, enalteciendo su conducta.

El hombre, entonces, dijo que necesitaba irse. Pero antes de salir, dijo:

- Señor Adalberto, Alexandre me contó que usted está buscando trabajo. ¡Soy dueño de una gran empresa y estaría muy contento si usted pudiera unirse a nosotros! Aquí está mi tarjeta.

Adalberto no podía creerlo. Cogió la tarjeta, agradeció mucho y dijo que iría a buscarlo al día siguiente. Se despidieron y el hombre se fue.

Adalberto cerró la puerta y en seguida abrazó a Alexandre y a la esposa con euforia. Más tarde, con la familia reunida, oró conmovido en agradecimiento a Dios por las enseñanzas que habían tenido y por las providencias del Padre, que nunca los desamparó.


  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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