Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: Prejuicio; amor a la naturaleza; amor verdadero


Las apariencias engañan


Marcelo vivía en una chacra bonita donde convivía de cerca con los animales y las plantas. Cuando llegaba del colegio, almorzaba e iba a su gran patio a jugar o a descansar, observando la naturaleza.

Un día, Marcelo vio, en una rama baja del árbol de mango, un nido de pájaro, pequeño, bien hecho, en forma de una tacita. No tardó en darse cuenta de que era de una mamá picaflor.

Por la cabeza de Marcelo pasaron mil cosas. Él protegería el nido, ayudando a la mamá picaflor y después, cuando nacieran los polluelos, serían sus amigos, volarían a su alrededor y se posarían en su dedo. Esos pensamientos llenaban a Marcelo de alegría y él ya adoraba a los polluelos mucho antes de que nacieran.

Agarró una tela y la colocó debajo del árbol, rodeando el tronco y protegiendo la rama, para que los perros no pudieran alcanzar el nido. Y pasó a observarlo frecuentemente. Un día, vio dentro de él dos huevitos muy pequeños. Qué alegría, sintió él. Sus amiguitos estaban en camino.

Marcelo pasó a imaginar, entonces, cómo serían. Le gustaría que fueran un macho y una hembra que fueran azules y verdes, brillantes como la madre.

Más de quince días pasaron desde que los huevitos aparecieron. Marcelo continuaba visitando el nido diariamente, a la expectativa de conocer a sus nuevos amiguitos.

Una tarde de domingo, después de un paseo con su familia, el niño fue, como de costumbre, hasta el árbol de mango. ¡Pero qué sorpresa!

En vez de los huevitos, había dentro del nido dos bichos horrorosos, de color ceniciento, con dos bolas grandes en la cabeza, como ojos enormes y feos. Tenían mechones de pelusa por el cuerpo. Y se movían lento, un poco torpes.

Marcelo quedó tan horrorizado que dio un grito y, sin saber qué hacer, fue corriendo al encuentro de su madre.

- ¡Mamá, mamá! ¡Hay unos bichos en el nido! ¡Deben ser lagartos o algo parecido y deben haberse comido los huevitos, porque desaparecieron!

La madre abrazó al hijo y dijo, apenada.

- ¡Qué pena, querido! ¡Lo siento mucho! Justo ahora, que ya estaba tan cerca de que nacieran los polluelitos. Sé cuánto los esperabas.

Marcelo abrazado a su madre lloró desconsolado.

Después de un tiempo la tristeza dio lugar a la rabia y Marcelo volvió al patio decidido a tirar el nido y matar a esos bichos intrusos y asquerosos.

Pero, cuando llegó al lugar, vio a la mamá picaflor cerca del nido. Imaginando que ella misma haría el trabajo, se acercó lento para observarla.

¡Apenas pudo creer, cuando vio que sucedía exactamente lo opuesto de lo que él esperaba! Posada en el borde del nido, la mamá picaflor alimentaba a esos dos seres feos que abrían la boca hacia ella.

Marcelo quedó sorprendido. Comprendió, de repente, que los bichos que él hallaba horrorosos, y que incluso quería arrancar del nido, ¡eran los polluelos tan esperados! Él no sabía, pero los polluelos de pájaros no nacen bonitos como los perros o los gatos. Nacen con el cuerpo pelado, solo con unos pequeños mechones de plumas, con los ojos grandes, la boca enorme y el pico corto.

Se sintió aliviado y feliz al darse cuenta de que los polluelos estaban vivos. Pero al mismo tiempo avergonzado también por haber cometido un gran error. 

Marcelo continuó acompañando y cuidando de esa querida familia. Los polluelos crecieron, se pusieron bonitos y un bello día salieron volando del nido, ¡muy coquetos!

Nunca más en su vida se olvidó de la lección que aprendió con ellos: que las apariencias engañan. Que nuestros juicios apresurados pueden conducirnos a grandes errores. Aprendió además que el amor verdadero debe ser como el de la mamá picaflor, a quien la apariencia de sus polluelos no hacía la menor diferencia. ¡Con paciencia y dedicación, ella proporcionó las condiciones necesarias para que sus polluelos feos y frágiles se volvieran lindos y ágiles picaflores!

  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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