Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: simplicidade y humildad


La llave valiosa


El niño, agitado, iba y venía por la casa. Buscaba por todas partes algo muy importante para él.

Su madre, percibiendo su aflicción, fue a ayudarlo y preguntó, interesada:

- Querido, ¿estás seguro de que no está en la cajita de llaves?

- Seguro, mamá, debería estar ahí, fue el primer lugar donde busqué, pero no la encontré – respondió él.

- Pero no cuesta mirar de nuevo.

El niño, entonces, abrió la caja donde estaban guardadas las llaves de la familia. Las miró a todas con cuidado y exclamó muy triste:

- ¡No, no está aquí mi llave más importante!

Cerró la caja y la colocó de nuevo en su lugar.

Ahí dentro, las llaves podían escuchar la agitación del niño y acompañaban su diálogo con su madre. Percibiendo que el asunto era sobre una de ellas, que había desaparecido, comenzaron a conversar.

La llave de hierro, que trancaba la puerta del frente de la casa y era la más grande de todas, habló:

- ¿Cómo puede esse niño no haberme visto aquí? Debe tener problemas de visión. Él dice que buscaba la llave más importante. ¡De seguro soy yo!

- Oye, no seas boba – retrucó la llave del garaje. – ¡No eres la llave más importante, soy yo! Yo cuido la entrada del garaje y los carros. Antes de que lleguen hasta ustedes, tienen que pasar por mí.

-¿Y eso? – dijo una llave gruesa, pero pequeña y muy bonita. – Yo cierro la caja de los cubiertos de plata. Ustedes pueden ser cambiadas en cualquier momento. Yo, en cambio, voy  quedarme por aquí por muchos años. Por el valor de los objetos que guardo, digamos la verdad: ¿quién es la más importante aquí?

- ¡Ja, ja, ja! – rió, irónicamente, la llave del cofre. - ¡Cuánta pretensión!

Y continuó, dirigiéndose a la llave de los cubiertos:

- ¡Pues tienes que saber que yo guardo las joyas de la familia, los dólares que sobraron del viaje que hicieron, además de los objetos de oro! - Y, casi gritando, concluyó: ¡Yo soy mucho más importante que todas ustedes juntas!

La llave de los cubiertos, que se sintió humillada con los comentarios de su colega, respondió áspera:

- Pues sí, pero parece que hay una llave más importante que todas aquí. Sino el chico ya la habría encontrado.

Las llaves estuvieron de acuerdo, pero no podían imaginar cuál sería la llave más importante. Fue entonces que la lalve del cajón del escritorio se acordó:

- La única de nosotras que no está aquí es esa pequeña y delgadita. ¿Será que es ella? – dijo, tímida.

- ¿Quién? – preguntó la llave de hierro. - No me acuerdo de ninguna llave así aquí en nuestra caja.

- Creo que hay una así – dijo la llave del candado. - Pero claro que no puede ser ella. ¡Es minúscula! ¡Insignificante!

Las llaves todavía estaban conversando cuando escucharon al niño gritar feliz:

- ¡La encontré! ¡La encontré, mamá! Se había caído en la alfombra, donde había movido por última vez mi pequeño baúl.

El niño, muy feliz, abrió la caja de madera rústica. Ahí guardaba sus objetos preferidos: la navaja que le regaló su tío; su foto montando a caballo en la granja de su abuela; una pluma colorida que había encontrado en el paseo por el bosque, con su padre; la medalla que ganó en la competencia de natación. Y otras pequeñas cosas que eran muy importantes para él.

Para que no se perdiera nuevamente, la madre amarró la valiosa llavecita en una linda cinta dorada, y ellos la colgaron en un gancho en la pared, a la vista de todos.

Desde dentro de la caja, las llaves observaban todo en silencio. Pensativas, ahora ninguna de ellas tenía ganas de hablar nada más.
 

  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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