Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: Amistad


Amistad de verdad


Había una hacienda donde vivía una linda cría de murciélago. Tenía el pelo brillante de tan negro que era. Tenía alas largas, con las que cuales volaba muy rápido y hacía maniobras impresionantes.

El murcielaguito era también muy amigable. Siempre estaba alegre y le gustaba la compañía de sus amigos. Casi todas las crías de la hacienda eran muy simpáticas también. Pero entre ellos había una cría de buitre que, después de un tiempo de convivencia, comenzó a burlarse del murciélago. Decía que, además de feo, el murcielaguito era extraño, pues se posaba de cabeza en las ramas, solo le gustaba salir de noche y unas cosas más que no eran problema, pero que el buitre hacía parecer que lo eran.

Los amigos, influenciados por el buitre, poco a poco comenzaron a despreciar al murciélago, sin valorar el gran amigo que era.

El murcielaguito se quedó tan fastidiado con eso que ya no quería salir de su nido. Pasaba las noches ahí dentro, con la mirada triste. Cuando alguien de su familia lo llamaba para volar, decía que estaba cansado y que prefería no ir.

A veces, él intentaba acercarse al buitre y su grupo, creyendo que podrían tratarlo mejor, pero siempre se decepcionaba y volvía a su casa lastimado.

Un día, su mamá quiso conversar sobre lo que estaba pasando y él le contó todo a ella. Toda la familia de murciélagos vivía junta en el tronco hueco de un gran árbol, y uno de sus primos, mayor que él, habiendo escuchado la conversación de los dos, quiso darle su opinión:

- Primo, ya sé lo que puedes hacer. ¡Comienza a hablar de los defectos del buitre! Muéstrale a todo el mundo que, si tú eres feo, ¡él es horroroso! Tiene un pico torcido, es jorobado y encima de eso ¡come comida podrida! ¡Es un asqueroso! Pronto todo el mundo va a ver que tú eres mejor que él y van a ponerse de tu lado en vez de él.

El murcielaguito escuchaba aquello con tristeza. Él tenía un buen corazón. No se sentía bien haciendo eso.

Felizmente, la mamá murciélago tenía más experiencia y era más sabia que el joven primo, y habló confiada:

- No, hijo, no necesitas hacer eso. Debemos hacer a los otros lo que nos gustaría que ellos nos hicieran. Si tú estás enojado con el comportamiento del buitre, no puedes igualarte a él.

- Si esas crías están escuchando al buitre – continuó ella – es porque tienen sintonía con él. Ve a buscar amigos de verdad, que te traten bien y que tengan sintonía con los valores que tú también tienes, como respeto, amistad, alegría, diversión sana… Y mientras esos buenos amigos no aparecen, vas a hacer lo que Dios nos propone a todos nosotros, todos los días: el bien. Haremos nuestro mejor esfuerzo por ser mejores, seremos buenos, cultivaremos alegría y la gratitud en nuestros corazones. Nuestra felicidad no está en las manos de otros. Ella depende solo de nosotros. Es una gran alegría encontrar buenos amigos y ellos van a aparecer si tú consigues estar bien, siempre sirviendo a Dios.

Y para terminar, ella dijo:

- ¡Vamos a salir! Llama a tus hermanos y a tus primos. ¡Vamos a volar! ¡Un paseo te va a hacer bien!

El murcielaguito, entonces, salió a pasear con sus familiares. Comió frutas deliciosas. Voló rápido como le gustaba. Ayudó a su familiar a polinizar un campo enorme de flores perfumadas. Y se divirtió mucho esa noche.

Se dio cuenta, entonces, que podía ser muy feliz siendo como era.

Siguiendo los consejos de su mamá, todos los días buscaba hacer cosas que le gustaban, que le hacían bien a él y a los otros. Con el paso del tiempo, se sintió con más confianza. Volvió a salir a pasear. No interactuaba más con esas crías que todavía no estaban preparadas para ser sus amigos, pero los saludaba con educación cuando los encontraba.

Un día, observando lo bien que volaba y con tanta alegría, la cría de búho quiso volar con él. Los dos eran animales con hábitos nocturnos y pasaron a encontrarse siempre y a sentirse muy bien.

Una vez, pasó una tempestad por la hacienda, con enormes rayos y fuertes truenos. El potrillo se asustó mucho por eso. Salió disparado y corrió tanto que se perdió. Cuando la noche cayó, todavía no había regresado. La lluvia continuaba y el cielo estaba cubierto por muchas nubes. No se veía la luz de la luna o de las estrellas; la oscuridad era total. Los animales, preocupados y sin poder hacer nada, escucharon a la mamá yegua relinchar afligida, llamando a su cría.

Cuando supo lo ocurrido, el murcielaguito no lo pensó dos veces. Salió volando para buscar al potrillo. Él era especialista en volar de noche y en ubicarse en la oscuridad. En pocos minutos, logró encontrar la cría y guiarlo de regreso junto a su mamá. Fue un alivio y una alegría enorme para todos escuchar al potrillo llegando.

Mamá yegua quedó tan agradecida al murciélago que no paraba de elogiarlo.

- ¡Qué bueno fuiste bueno con nosotros! ¡Qué buen corazón! ¡Saliste en plena lluvia para ayudarnos! ¡Qué fantástica manera de localización tienes! Conseguiste lo que ninguno de nosotros conseguiría. ¡Qué capacidad tan maravillosa! ¡Eres increíble, murcielaguito! ¡Muchas gracias!

Después de eso, todos los animales pasaron a ver al murciélago y su familia con más respeto.

La yegua y los animales grandes siempre entablaban conversación cuando él pasaba. El murcielaguito se sentía elogiado y feliz.

El potrillo se volvió su amigo. Aun siendo muy diferentes, se divertían, conversando o jugando. El potrillo no volaba, pero era muy rápido al correr. Ellos paseaban e iban lejos, pero mamá yegua no se preocupaba, pues sabía que con el murciélago su hijo estaría bien.

Fue así, sirviendo a Dios en todas las ocasiones y cultivando los buenos valores que tenía, que el murciélago encontró, además de la felicidad, amigos de verdad.
 

  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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