Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: Fuerza de voluntad


Querer es poder


Los dos hermanos, Marcos y Miguel, estaban jugando Ludo. En ese juego, cada jugador tiene que avanzar los casilleros del tablero con sus cuatro piezas, conforme el número que saliera en el dado. Quien llegue con todas las piezas al lugar indicado, gana.

Era el turno de Marcos. Estaba molesto, pues hacía ya varias jugadas que solo lograba lanzar números bajos. Miguel tenía más suerte, lanzaba varias veces, 6 o 5, y por eso iba ganando. Marcos sacudió mucho el dado y lanzó, esperanzado, pero el número que salió fue 1.

Fue entonces que el niño, nervioso, tiró el dado lejos y gritó:

- ¡Porquería de dado!

Enseguida, revolvió todas las piezas del tablero y encima dijo a gritos:

- ¡No quiero jugar más! ¡Este juego es muy aburrido!

- ¿Por qué hiciste eso, Marcos? ¡Eres aburrido! ¡Solo porque yo estaba ganando! ¡No se puede jugar contigo! – dijo Miguel, molesto con el comportamiento de su hermano.

La mamá de los dos, viendo lo que pasaba, les ordenó que guardaran el juego, calmó a Miguel y, después de un tiempo, llamó a Marcos para conversar:

- Hijo, ¿por qué estropeaste el juego? Cuando comenzaste a jugar, sabías que podrías ganar o perder. ¿Te gustaría si Miguel hiciera eso cuando tú casi estuvieras ganando?

- ¡Sé que me equivoqué, mamá! – dijo Marcos. – Pero me pongo muy nervioso cuando pierdo.

- Pues creo que sería bueno si te controlaras, ¡sino él no va a querer jugar más contigo! – dijo la mamá.

Esa misma semana, Marcos estaba en la pequeña plaza jugando futbol con sus amigos cuando su equipo perdió un gol. Él puso tan furioso que dio una patada muy fuerte a la pelota, haciéndola caer en la avenida, entre dos carros que pasaban. Los niños, fastidiados, le dijeron que fuera a buscar la pelota. Pero Marcos no quiso escucharlos e, irritado con todo, se fue a su casa, despotricando.

Muchas situaciones semejantes se repitieron hasta que un día Marcos, triste, quiso hablar con su mamá.

- ¿Qué pasa, querido? – preguntó ella.

- Es que mis amigos ya no quieren jugar conmigo. Ellos no me dejan entrar en el equipo y aun cuando soy yo quien los invita, ellos no quieren jugar. Sé que es porque a veces me pongo nervioso, pero no puedo hacer nada, no puedo controlarme.

- Hijo, ¡qué bueno que ya te diste cuenta del motivo! Eso ya es un paso importante. Pero te estás engañando sobre no poder controlarte. Quiero contarte una cosa que aprendí leyendo “El Libro de los Espíritus”.  

La mamá de Marcos era espírita y muy estudiosa. Ella, entonces, le explicó que las personas nunca están destinadas a cometer el mal. Ellas pueden tener malas tendencias, pero siempre tienen el libre albedrío para escoger si van a ceder a esas malas inclinaciones o no.

- ¿Cómo así? – preguntó a Marcos sin entender bien.

La mamá continuó explicando:

- Cada uno de nosotros tienen imperfecciones morales. Nosotros reencarnamos para mejorar espiritualmente y evolucionar. Pero tenemos la libre elección, es decir, el libre albedrío, que es la capacidad de escoger lo que vamos a hacer. Sucede que, muchas veces, todavía no tenemos fuerza de voluntad suficiente para hacer lo que es lo correcto, y continuamos con nuestro comportamiento de siempre. Si nosotros queremos mejorar realmente, siempre recibiremos de Dios los recursos necesarios y la ayuda de los buenos espíritus también. Por tanto, Marcos, tú dices que no puedes, pero en verdad no quieres controlarte realmente.  

Marcos ahora había entendido. Se dio cuenta de que para cambiar tenía que esforzarse. Ellos continuaron conversando un poco más y la mamá lo ayudó a hacer una lista de actitudes que podrían ayudarlo.

El niño pasó unos días más sin ser aceptado en los juegos y bromas, pero, después de un tiempo, las oportunidades fueron surgiendo. Él comenzó a jugar con nuevos amigos y quedó muy contento con eso.

Su mamá siempre le recordaba su propuesta. Decía que necesitaba estar preparado para la posibilidad de perder, y que lo más importante era tener amigos y divertirse. También le decía que contara hasta diez antes de tomar una actitud equivocada. Si él se quedaba demasiado nervioso, podría salir del juego por unos minutos. Ellos incluso oraban juntos, pidiendo al ángel de la guarda de Marcos que lo ayudara.

Después de algún tiempo, Miguel estuvo de acuerdo en volver a jugar con su hermano. Ellos jugaron juegos de mesa, básquet, fútbol, apostaban en carreras y mucho más.

En muchos momentos, Marcos se ponía nervioso como antes, pero se acordaba de los recursos que tenían y los usaba. Al comienzo fue difícil, pero en poco tiempo se acostumbró a sus nuevas actitudes y se dio cuenta de que éstas valían la pena. El esfuerzo que hacía era mucho menor que la satisfacción que sentía por controlarse. Se sentía feliz por tener amigos a quienes les gustaba jugar con él y, principalmente, por haber aprendido que, cuando se trata de mejorar, querer es poder.
 

  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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