Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: Envidia, orgullo, autoestima


La Margarita y la Rosa


Había un jardín con muchas flores, que era muy bien cuidado por el jardinero. Él se preocupaba en plantar cada especie en el mejor lugar, de acuerdo con su necesidad de sol o de sombra. Regaba adecuadamente, hacía las podas y abonaba de vez en cuando.

El jardinero le gustaba mucho su jardín y quedaba muy contento cuando se daba cuenta de que sus plantas estaban saludables y floridas.

Había en ese jardín un lindo rosal que se llamaba Rosa. Ella aprovechaba todos los recursos que el jardinero le daba y producía muchas rosas rojas, maravillosas. Además del color y de la delicadeza, ellas tenían un perfume delicioso, que el viento esparcía por toda la vecindad. El rosal era muy feliz y hacía al jardinero feliz también.

Pero no todas las plantas de ese jardín eran así. No muy apartada de Rosa, había una Margarita, y esta, al contrario que su vecina, no se desenvolvía bien. No absorbía bien los nutrientes del abono, ni el agua que el jardinero daba. No producía muchas flores y las que producía eran pequeñas y frágiles.

Lo que la Margarita hacía era ver el rosal y decirse siempre de mal humor:  

“¡Qué exagerada! ¡Solo quiere aparecer! Como no bastara tanta extravagancia, incluso quiere esparcir su olor por todas partes. Ese rosal es muy vanidoso y orgulloso, ¡eso sí!”

La Margarita tenía envidia de Rosa, pero también no se esforzaba en mejorar.

Un día, el amigo Búho fue a pasear en el jardín. Él era un pájaro muy simpático y querido por todos. Él visitaba ese jardín de tiempo en tiempo, para volver a ver a los amigos y escuchar las novedades.

El Búho saludó a Margarita, y comenzaron a conversar. Notando que la planta no estaba tan bien como las otras, se interesó en preguntar por su salud, pero ella, contrariada, respondió:

- ¡Sí, estoy bien! ¡No sé por qué todo el mundo me halla mal! – respondió Margarita. - Debe ser porque no soy llamativa como unas y otras – dijo, apuntando con una hija al rosal.

- Perdón, no quise ofender – dijo el Búho. Y continuando la conversación, indagó: - ¿Pero estás hablando de Rosa?

- ¡Sí, de ella misma! ¡Nunca vi tanto orgullo y vanidad! – respondió Margarita.

- ¡Wow! ¡Es extraño escucharte hablar así! Pues yo la hallo hasta muy humilde. Ya conversé muchas veces con Rosa y siempre habla bien de los otros, enaltece lo que cada uno tiene de bueno. También es muy agradecida con el jardinero, que cuida tan bien de todos por aquí. Hasta de tus flores ya comentó, Margarita, diciendo que le gusta mucho la combinación de blanco con amarillo que tú haces, pues son colores muy alegres.

Margarita se sorprendió. En verdad, ella nunca había conversado con Rosa. Apenas se imaginaba que debería ser snob, ya que era tan bonita.

El pájaro continuó la conversación:

- Margarita, ¿será que tú no estás equivocada? No es porque tiene autoestima que es orgullosa. Orgulloso es quien se halla (o quien quiere ser) mejor que los otros. Cada uno de nosotros es diferente, pues Dios nos creó únicos, pero todos somos iguales ante Él. Dios nos ama igualmente y nos dio las mismas oportunidades de evolucionar y ser felices. Si el jardinero solo apreciara las rosas, ¿piensas que te habría plantado y las otras plantas? ¡Él las quiere a todas ustedes! Piensa en eso, amiga mía.

El Búho se despidió y voló, pero dejó a Margarita muy pensativa.

En los días que siguieron, comenzó a mirar a Rosa de una manera diferente y hasta le saludó con un “buenos días” en una mañana. Rosa se quedó muy feliz y le devolvió el saludo con simpatía.

De ahí en adelante, Margarita comenzó a inspirarse en el comportamiento de su vecino y a cuidarse más. Aprovechaba los buenos tratos del jardinero, absorbiendo el agua y los nutrientes del abono. Estiraba sus hojas para tomar el sol y se encaprichaba mucho en hacer sus flores, que fueron quedando cada vez más numerosas, grandes y bellas.

El resultado fue que ella comenzó a sentirse cada vez mejor, más alegre, más bien animada. Elogiaba lo que veía de bueno en los otros y agradecía los elogios que recibía también.

Un día el jardinero se acercó y dijo:

- Margarita mía, ¡qué lindas estás! Adoro tus flores, son tan maravillosas que parecen estar alegres, sonriendo para mí. ¡Estoy muy feliz!

Margarita, entonces, sintió una felicidad que ella nunca había experimentado y mucha gratitud por el jardinero, que tanto le agradaba y que tanta paciencia tuvo hacia ella.

  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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