Especial

por Almir Del Prette

Creencia y escepticismo: la posición de Kardec

 

Desde que el ser humano adquirió la capacidad de razonar, el inició una larga trayectoria para comprender el mundo y a sí mismo, como medio de sobrevivir y progresar. Se supone que, al principio, el individuo humano tenía momentos de racionalidad, o sea, apenas ocasionalmente era capaz de utilizar su capacidad de pensar, aun embotada. Delante de los numerosos desafios para sobrevivir en un ambiente bastante hostil, los primeros grupos de hominídeos, fueron poco a poco, capacitándose en el uso del lenguaje y del pensamiento continuo. El pensamiento es condición necesaria, pero no suficiente para dominar el ambiente, una vez que el cúmulo de conocimiento se da gradualmente com avances o retrocesos. La necesidad de entender y explicar los fenómenos de la naturaleza llevó al hombre a formular sistemas de creencias.

Algunos sistemas de creencias, incluso equivocados, pueden predominar en el entendimiento común y demorar mucho tiempo para ser alterados. En general, delante de algún problema, el hombre tiende a buscar cualquier explicación, en vez de esperar hasta encontrar una buena explicación. Por ejemplo, delante de una cuestión difícil en la antiguedad, la de entender la precipitación pluviométrica (lluvia), durante mucho tiempo ese fenómeno fue explicado como siendo efecto de la acción de dioses. Y para entenderse por qué los dioses ahora ocasionaban mucha lluvia ahora no, era “aceptable” afirmar que estos, a veces, se enfadaban y que sus humores dependían de las acciones humanas. Estaba ahí siendo formado un sistema de creencias, que podía ser fortalecido cuando eventualmente las ofrendas a los dioses “hacían” llover, o “interrumpían” la lluvia. Cuando alguien más astuto pedia explicaciones, oía argumentos del tipo: “¿Pero usted no vio que poco tiempo después de la ofrenda la tempestad amainó?” cualquier variación temporal y hasta incluso la magnitud entre la ofrenda y la “gracia” podían ser atribuídas al tipo de práctica realizada. Pasado tanto tiempo, actualmente, incluso un escolar es capaz de responder a preguntas sobre ese fenómeno.

¿En un mundo extraordinariamente desarrollado en varias áreas de conocimiento, el hombre, en general, aun mantiene sistemas de creencias ilógicos? ¿Si sí por qué eso ocurre?

Escepticismo y credulidad

A lo largo del proceso evolutivo, el hombre busca entender cómo y porqué la naturaleza, incluyendo así mismo, funcionan. El cambio de explicaciones unos con los otros es un proceso cultural que propicia un conocimiento sobre el mundo. Elaborar, divulgar, aceptar y rechazar explicaciones son prácticas culturales saludables. Rechazar y aceptar explicaciones son denominados de escepticismo y credulidad.

El escepticismo es indicativo de duda, descreencia, desconfianza, en oposición a la credulidad. El escéptico ha sido considerado también como incrédulo y ateísta, teniendo en su opuesto al crédulo y deísta. Incluso adoptándose esta visión dicotómica, es posible suponer una amplitud inherente a cada una de esas categorias, o sea, entre los escepticos existirían, desde los negadores contumaces hasta, por otro lado, aquellos que no aceptan “verdades”, sin someterlas a la criba de la razón. Una diferencia marcante entre esas posiciones es el beneficio de la duda. En el primer caso, se observa la preferencia por la certeza de la negación, casi siempre peremptória y, en el segundo, se adopta la posición de cautela, seleccionando informaciones y, si es necesario, aguardando datos comprobatorios, o no, que justifiquen negar o aceptar nuevas posiciones. El mismo tipo de razonamiento se puede emplear con relación a la creencia. De un lado tenemos la credulidad ingenua, en que se acepta como hechos verdaderos ideas que no resisten un análisis más criterioso y, de otro, los que adoptan un sistema de creencia es importante para el ajustamiento del individuo al mundo físico y social y, claro, para su salud física y psicológica. Por tanto, nadie está exento de formar un sistema de creencias, ni incluso el escéptico contumaz. En el caso de la negación de la existencia de Dios significa aceptar (creer) que el Universo se generó así mismo. El cambio de un sistema de creencias para otro opuesto y recibe el nombre de conversión.

Se puede decir que los dos extremos, escepticismo y credulidad absolutos, serían perjudiciales tanto al progreso personal como al colectivo. El creer ha sido enaltecido como una virtud y el escepticismo como un fallo de carácter y sinónimo de arrogancia. Recordando que la historia preservó las dudas de Tomás, el Dídimo, como un trazo negativo de su personalidad, una especie de escepticismo a ser combatido. Es bien evidente, que el énfasi de la narración histórica sobre algunos hechos, más que los otros, puede tener diferentes motivaciones. Recurriéndose al texto sobre Tomás1, todo parece indicar que él mismo pretendia certificarse de que la aparición era realmente Jesús que volvia.Considerando que el proprio Jesús había pedido cautela, porque muchos se presentarían como siendo el Mesías parece, pues, justificable su duda. Jesús pacientemente se sometió a la inspección del discípulo escéptico. Finalmente el Maestro habría dicho “Bendito los que no vieron y creyeron”. ¿Estaría Jesús enalteciendo la aceptación sin examen? Aparentemente sí, pero también podemos pensar que la frase muestra que no siempre los sentidos son suficientes para la comprobación de hechos y obtención del conocimiento. Ver a Jesús y palpar sus heridas no eran condiciones suficientes para aceptar su aparición como real, pero sí sus acciones e ideas de allí en adelante. La pregunta constructiva sería: ¿se trataba de la misma personalidad o un mero simulacro?

Escepticismo creativo

El término se refiere a una negación de aceptar una explicación sobre algún fenómeno, cuando este es incompleto o falla en algunos puntos principales. Tal negativa puede ocurrir incluso que no se disponga momentaneamente de otra explicación. Por tanto, ese concepto está basado en dos remates. El primero es el de que la negación sea acompañada de alguna razón y el segundo es que una posible explicación, mejor para una determinada afirmación, puede ser intentada o esperada.

En ese sentido, el escepticismo sería creativo, pudiendo volverse un impulso para el progreso, vía adquisición de conocimiento. Tomemos como ilustración dos paradigmas que durante mucho tiempo influenciaron las organizaciones sociales y los comportamientos. El primero, llamado de geocéntrico, postulaba que la Tierra era el centro del universo. Siendo el centro del Universo, todo lo demás giraba en torno de ella y, por extensión, la vida solamente podría ocurrir aquí. Muchas teorías fueron elaboradas con base en ese paradigma. No aceptar esa posición parecía herir el buen sentido, una vez que cualquier persona podía observar el Sol “haciendo una vuelta en torno de nuestro planeta”. Los avances de la cartografia ilustraban de forma notable las varias posiciones que el Sol adoptaba “en su orbita” alrededor de nuestro mundo. Los teólogos aprovecharon ese “conocimiento científico” para localizar los varios cielos y la morada de Dios.

Entre tanto había los que negaban... Surgieron objecciones y, poco a poco, el paradigma como un todo comenzó a ser cuestionado. Experimentos simples fueron ensayados, el espacio pasó a ser escrutado por medio de nuevos recursos. Tales instrumentos, aunque precarios, fueron los embriones de los colosales observatorios modernos y permitieron explorar los cielos, identificar movimientos de astros y describir trayectorias... El paradigma geocéntrico, y con el todo un sistema de creencias, comenzó a presentar fisuras no factibles de ser completadas. Un nuevo paradigma fue siendo gestado... Parece claro que no fueron los creyentes fervorosos, ni los negadores contumaces que avanzaron en el conocimiento, sino aquellos que dudaron y, en la perspectiva de un escepticismo creativo, pacientemente formularon explicaciones alternativas, sometiéndolas, tanto como posible, a verificaciones.

Kardec: un escéptico

Muchos siglos pasaron después de la adopción del paradigma heliocéntrico, que posibilitó avances en diferentes campos del conocimiento. Con todo, ya en el siglo XIX, en medio de imnumerables problemas sociales, Europa, y en particular Francia, vivía un periodo de turbulencia, inclusive con nuevas y no siempre bien exitosas experiencias de alternativas de poder político y administrativo. En ese escenario, muy bien descrito por Figueiredo2, vivía el profesor Hippolyte Léon Denizard Rivail, discípulo de Pestalozzi. Rivail, ya con relevantes servicios prestados a la Educación en Francia, era un hombre conocido, con monografias y libros publicados.

En una ocasión, el profesor se encontró casualmente con un amigo, señor Fortier, especialista en hipnosis que le relato el conocido fenómeno de las mesas giratorias proponiendo, aun, que las mesas producían respuestas inteligentes. A lo que el profesor habría respondido: “Sólo creeré si me probaran que una mesa tiene cerebro para pensar y nervios para sentir3. En esa conversación, aparentemente banal, quedo evidente la característica marcada de aquel intelectual: el escepticismo creativo. No se trata de la negación por la negación, sino de la obtención de evidencia, de comprobación, de argumentación lógica y objetiva. Se puede decir que su formación inicial, junto a Pestalozzi, se perfeccionó de tal forma en su trabajo de educador, que el profesor estaba preparado para la árdua tarea que tendría al frente, la de ofrecer al mundo la doctrina de los espíritus. Numerosos son los ejemplos marcados de esa característica de su escepticismo creativo.

Su bandera “La fe verdadera es aquella que puede enfrentar la razón en cualquier época de la humanidad” y la posición de que es preferible rechazar muchas verdades a aceptar una única mentira fueron seguidas a riesgo en su incansable trabajo como líder de un gran movimiento de cambio paradigmático del conocimiento sobre la vida, más allá del cuerpo físico. Entre numerosos ejemplos, el lector debe recordarse  de la teoría de la incrustación de la Tierra. Tal teoría, aunque presentada por muchos espíritus en diferentes lugares no pasó por la criba del análisis de Kardec que prefirió mantenerla indefinida aguardando conocimientos científicos. Esperar una buena explicación es una característica del escéptico creativo.

Otro acontecimiento, aparentemente trivial, fue la consulta que Kardec hace a seis médiums independientes sobre la supuesta posición de Jobard (espíritu) para una médium aceptar “pago por su trabajo de atendimiento”4, justificado por la distribución a los más necesitados. Kardec ya tenía una posición contraria en cuanto a recibir beneficios materiales directos o indirectos por el ejercicio de la mediumnidad, entre tanto aprovechó el episodio para una vez más probar su método de verificación de las comunidades. Jobard (espíritu) se comunicó por los seis médiums, manteniendo el mismo contenido contrario al recibimiento del beneficio, variando el mensaje en la extensión y en la forma.

Cerrando esas consideraciones con énfasis en la característica del escepticismo creativo de Kardec, lo que no es ninguna novedad para los estudiosos de la vida y de la obra del codificador, queda, sin embargo, la constatación que aun tenemos mucho que estudiar de las obras básicas y sobre ese extraordinario discípulo de Jesús.

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[1] Juan: 20:24/29

[2] Ver Figueiredo, Paulo Henrique de. Revolución espírita: la teoría olvidad de Allan KardecSão Paulo: MAAT, 2016.

[3] Ver Souto Mayor, Marcel, Kardec: La biografíaRio de Janeiro: RECORD, 2014.

[4] Ver Figueiredo (p. 58, 59), ya citado.

                  
Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita