Especial

por Ricardo Baesso de Oliveira

Adler y Kardec

Alfred Adler (1870-1937) fue un médico psiquiatra, miembro original del pequeño grupo de médicos que se encontraba en la casa de Freud en las noches del jueves, para discutir temas psicológicos. No obstante, cuando surgieron las diferencias teóricas y personales entre Adler y Freud, Adler abandono el círculo de Freud y estableció una teoría opuesta, la cual se volvió conocida como Psicología individual. En cuanto aun era miembro del círculo restringido de Freud, se convirtió al protestantismo. Sin embargo, aparentemente, él no mantuviese convicciones religiosas profundas, ni se haya referido explicitamente a la dimensión del Espíritu, su teoría se identifica, en gran parte, con los principios espíritas. Por eso, decidimos establecer un diálogo entre sus ideas y el pensamiento kardecista.

En síntesis, la teoría adleriana dice lo siguiente: todas las personas nacen con tendencia innata para la complitud y la totalidad. Incluso los bebés poseen un impulso innato en dirección al crecimiento, a la complitud o al éxito. Las personas, por su naturaleza, son continuamente impulsadas por la necesidad de superar sentimientos de inferioridad y atraídas por el deseo de complitud. El sentimiento de inferioridad, identificado en todas las criaturas, surge derivada de la fragilidad y dependencia del niño al nacer. Las deficiencias físicas, naturales del individuo en los primeros años de vida, activan complejos de inferioridad, que motivan a personas a luchar por la superioridad o por el logro. Individuos que no son psicológicamente saludables procuran el éxito para toda la humanidad.

En su teoría, Adler, por tanto, identificó dos caminos principales para superar el complejo de inferioridad. El primero es el intento socialmente no productivo de obtener superioridad personal; el segundo envuelve interés social y busca al éxito o a la perfección para todos.

Algunas personas luchan por la superioridad con poça o ninguna preocupación por los otros; sus objetivos son personales y sus esfuerzos son motivados, en gran parte, por todo aquello que pueden conseguir para sí mismas. Asesinos, ladrones, estafadores, parásitos familiares o sociales son ejemplos obvios de personas que luchan por el engaño personal. Algunas personas crean disfraces inteligentes para su lucha personal y pueden, de forma consciente o inconsciente, esconder su postura autocentrada por detrás del manto de la preocupación social.

En contraste con las personas que luchan por la ganancia personal, hay aquellos individuos psicológicamente saludables que son motivados por el interés social y por el éxito de toda la humanidad. Esos individuos están preocupados con objetivos que van más allá de sí mismos, son capaces de ayudar a los otros sin exigir o esperar una recompensa y tienen la capacidad de ver a los otros no como oponentes, sino como personas con quien pueden cooperar para el benefícios social. El proprio éxito no es obtenido a costa de los otros, sino es una tendencia natural a moverse en dirección a la complitud y a la perfección.l

Las personas luchan por la superioridad personal o por el éxito colectivo para compensar sentimientos de inferioridad, sin embargo la manera como ellas luchan es resultado de la propia personalidad. La personalidad es construída a partir de materiales brutos ofrecidos por la hereditariedad y por el ambiente. Entre tanto, esas fuerzas no responden de forma absoluta por la manera de pensar, sentir y obrar de las personas. La personalidad es producto de una fuerza creativa, o sea, la capacidad de la persona de moldear libremente su comportamiento y construir la propia personalidad. Incluso que la fuerza creativa sea influenciada por las fuerzas de la hereditariedad y por el ambiente, ella es, en último análisis, responsable por la personalidad de las personas. Las fuerzas de la naturaleza y la educación nunca pueden privar a una persona de poder establecer un objetivo único o escoger un estilo proprio de alcanzar el objetivo. Cada persona usa la hereditariedad y el ambiente como los ladrillos y el cemento para construir la personalidad, pero el proyecto arquitectónico refleja el estilo propio de aquella persona. La fuerza creativa vuelve a cada persona un individuo libre; es un concepto dinámico que implica movimiento, y ese movimiento es la característica más relevante de la vida. Toda la vida psíquica envuelve movimiento en dirección a un objetivo, movimiento con una dirección.

Y, finalmente, un último principio básico de Adler: el valor de toda actividad humana debe ser visto según el punto de vista del interés social. Interés social es la condición natural de la especie humana y la unión que la conecta a la sociedad. La inferioridad natural de los individuos necesita de su unión para formar una sociedad. Sin la protección y la nutrición de un padre o madre, un bebé perecería. Sin protección de la familia o del clan, nuestros ascentrales habrían sido destruídos por animales que eran más fuertes, más feroces o dotados de sentidos más agudizados. El interés social, por tanto, es una necesidad para la perpetuación de la especie humana y del bienestar colectivo.

El interés social fue el criterio de que se valió Adler para medir la salud psicológica. Según él, el interés social es la única escala a ser usada en el juicio del valor de una persona. Los individuos saludables son genuinamente preocupados con las personas y poseen un objetivo de éxito que abarca el bienestar de todos.

Interés social, para Adler, no es sinónimo de caridad y altruísmo, sin embargo actos de la filantropia puedan estar vinculados al interés social. Una mujer, recuerda Adler, puede donar regularmente grandes sumas de dinero para los pobres, no porque ella sienta sintonía con ellos, sino, al contrario, porque ella desea mantener una separación de ellos.

Algunos aspectos pueden ser destacados en el resumen de arriba, por si identificaran, de forma sorprendente, con las ideas espíritas: el atributo de la perfectibilidad, las diferencias básicas en el estilo de vida humano, la presencia del Espíritu en la construcción de la personalidad y el principio de la solidaridad humana como necesidad humana.

El atributo de la perfectibilidad

En Obras Póstumas se puede leer el siguiente texto de Kardec:

Desconocemos el origen y el modo de creación de los Espíritus; apenas sabemos que ellos son creados simples e ignorantes, esto es, sin conciencia y sin conocimiento del bien y del mal, sin embargo perfectibles y con igual aptitud para adquirir todo y conocer todo, con el tiempo.

Podemos admitir, por el texto, que el Espíritu es creado con tres atributos: la simplicidad, la ignoracia y la perfectibilidad. Simples, porque es único, formado de una sola parte, homogéneo. Ignorante, porque sin experiencias, sin conocimiento o adquisición. Perfectible, porque dotado de la potencialidad del progreso, de un proyecto íntimo de desarrollo, de un propósito en dirección a más diversidad. Nos parece que Adler, intuitivamente, se reporta al atributo kardecista de la perfectibilidad en admitir una tendencia innata en todas las criaturas a la complitud y a la totalidad. Según él, esa tendencia, identificada, en la infancia, con la fragilidad natural del bebé, hace surgir en él un complejo de inferioridad, que va a guiar su vida psíquica.

Estilos de vida

Adler admite que la forma como el individuo va a lidiar con su complejo de inferioridad va a definir su estilo de vida y la riqueza (o no) de su existencia, proponiendo dos tipos bien distintos: los autocentrados, egoístas, ocupados únicamente con sus intereses y los centrados en el bienestar colectivo, solidarios y altruistas. Esa teoría de dos personalidades en las extremidades de un espectro existencial es vista en Kardec:

El hombre carnal, más preso a la vida corpórea que a la vida espiritual, tiene, en la Tierra, penas y gozos materiales. Su felicidad consiste en la satisfacción fugaz de todos sus deseos. Su alma, constantemente preocupada y angustiada por las vicisitudes de la vida, se conserva en una ansiedad y en una tortura perpetuas. La muerte lo asusta, porque él duda del futuro y porque tiene que dejar en el mundo todos su afectos y esperanzas. El hombre moral, que se colocó por encima de las necesidades fictícias creadas por las pasiones, ya en este mundo experimenta gozos que el hombre material desconoce. La moderación de sus deseos le dan al Espíritu calma y serenidad. Dichoso por el bien que hace, no hay para él decepciones y las contrariedades, que le deslizan por sobre el alma, sin ninguna impresión dolorosa dejaran. (LE, ítem 941)

Hombre carnal y hombre moral, en la denominación de Kardec, pueden ser metaforicamente considerados como las dos puntas de un espectro. Entre ellas se encuentra la gran mayoría de las almas reencarnadas en la Tierra.

Construcción de la personalidad

Adler no definió en que consiste la fuerza creativa, y fue criticado por eso. Según los críticos, la expresión fuerza creativa es especialmente ilusoria, una fuerza mágica que toma los materiales brutos de la hereditariedad y del ambiente y moldea una personalidad única. Tal concepto, según los críticos es simplemente una ficción y no puede ser estudiado en el ámbito científico.

Creemos que el concepto de fuerza creativa se identifica con el mismo concepto de Espíritu, del pensamiento kardecista. Genes y ambiente no consiguen explicar todo aquello que somos. En la estructuración de nuestra personalidad tenemos que considerar la poderosa influencia del Espíritu, que trae para la corporiedad su historia, sus tendencias, gustos e inclinaciones.

Según el codificador del Espiritismo, las diversas facultades de un individuo son manifestaciones de una misma causa que es el alma, o sea, el Espíritu encarnado (LE, ítem 366). Según las cualidades del alma y las del Espíritu encarnado, el hombre de bien es la encarnación de un buen Espíritu y el hombre perverso la de un Espíritu impuro (LE, Introducción, ítem VI). Añade Kardec que la inteligencia igualmente es un atributo esencial del Espíritu y que el Espíritu se refleja en el cuerpo, que es modelado por las cualidades del Espíritu.

Examinando las predisposiciones instintivas, Kardec comenta que la fuente de las facultades innatas está en la individualidad reencarnada, pues el alma trae, uniéndose al cuerpo, lo que adquirió, sus cualidades buenas o malas (RE, 1860, pag. 209). El Alma es el ser inteligente; en ella está la sede de todas las percepciones y de todas las sensaciones; siente y piensa por sí misma; es individual, distinta, perfectible, preexistente y sobreviviente al cuerpo (RE, 1866, pag.21).

Solidaridad humana

La fraternidad y la preocupación como el bienestar colectivo son puntos muy fuertes en el pensamiento kardecista, tal cual pensaba Adler, al presentar el concepto del interés social. Kardec fue enfático en ese particular. El hombre vale por aquello que hace en beneficio del prójimo y de la colectividad. Al indagar de los Espíritus al respecto de la más meritoria de todas las virtudes, recibió de ellos la siguiente respuesta:

Hay virtud siempre que hay resistencia voluntaria al arrastramiento de las malas inclinaciones. La sublimidad de la virtud, sin embargo, está en el sacrificio del interés personal, por el bien del prójimo, sin pensamiento oculto. La más meritoria es la que asienta en la más desinteresada caridad. (LE, ítem 893)
 

Nota del autor:

Las informaciones sobre Alfred Adler fueron extraídas del libro Teorías de la personalidad, de Jess Feist, Gregory Feist y Tomi-Ann Roberts, octaba edición, Artmed, 2015.

 

 

Traducción:

Isabel Porras - isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

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 Revista Semanal de Divulgação Espírita