Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Humildad/ Acción y Reacción/ Gratitud/ Auxilio


El León y el Ratoncito


El León, Rey de los Animales, paseaba tranquilamente por su reino, el reino de la selva. Todos los animales lo conocían y lo respetaban. Por donde él pasaba era observado. Algunos dejaban lo que estaban haciendo para saludarlo o para admirarlo. El León era imponente, fuerte, grande, ágil y por encima de todo hermoso.

De vez en cuando, soltaba un rugido impresionante, que parecía hacer recordar a todos cuán poderoso era.

Esa tarde calurosa, el León andaba despacio. El calor aumentaba la modorra y el sueño que solía sentir después del almuerzo. Caminaba y buscaba el lugar ideal para acostarse, donde la sombra y el silencio pudieran preparar la buena siesta que pretendía tener. Los árboles del bosque le parecieron perfectos y fue en dirección a ellos.

Pero, en el camino hacia allá, el León comenzó a escuchar algo diferente. Era una voz finita y débil, que apenas se oía.

Al poco rato, con los grandes pasos del León, la voz se fue acercando y él pudo oírla mejor:

- ¡Socorro, que alguien me ayude! ¡Por el amor de Dios! ¡Alguien que me ayude!

El León, entonces, sin dificultad, descubrió lo que pasaba.

Era sólo un ratón en un agujero. Se debió haber caído y no podía salir.

El León miró la situación por unos segundos. Sin ninguna disposición de retrasar su deseado descanso, principalmente debido a un minúsculo y prácticamente despreciable ratón, giró el cuerpo hacia los árboles y volvió a caminar.

El ratoncito, sin embargo, viendo que el León se alejaba, gritó afligido:

- Sálveme, Rey León, ¡por amor a Dios, sálveme!

El León casi se conmovió con las súplicas del ratón, pero para calmar su conciencia se decía a sí mismo:

- El agujero no es tan profundo. Que se esfuerce más. Además de ser un ratón, debe ser perezoso.

Quería convencerse de que no tenía que hacer nada. Pero parecía oír una voz que decía:

- ¡Qué crueldad! A usted no le cuesta nada. Su ayuda puede ser la única oportunidad que él tiene.

Y esa voz seguía argumentando, a cada paso que él daba, alejándose.

El León, con sueño, quería mucho ir a dormir pronto, pero sentía que debía salvar al ratoncito. Contrariado, argumentaba consigo mismo:

- Suerte del ratón, ¿quién lo mandó a no mirar por dónde anda? ¡No tengo nada que ver con eso!

Pero no logró convencer a su conciencia y finalmente decidió:

- ¡Mejor sacaré a este ratón de allí, de una vez! Si no, va a entorpecer mi sueño, pensar en él allí, muriendo de hambre y de sed, mientras yo descanso tranquilo.

Y así, queriendo resolver pronto el asunto, retrocedió algunos pasos, gruñó medio contrariado y metió su enorme pata en el agujero. Sacó al ratón de allí en un segundo.

El animalito, aliviado, agradecía al León. Repetía mil veces palabras de gratitud y de fidelidad. Pedía a Dios que lo bendijera y hablaba tanto que el León no quiso quedarse más tiempo oyéndolo.

Recomendó al ratoncito que tuviera cuidado de allí hacia adelante y retomó su camino, hacia las frescas sombras de los árboles.

- ¡Qué bueno, - pensaba el León - ahora sí! Me voy a acostar en un pasto bien suave. ¡Quiero la sombra más grande, la del árbol más grande!

Y, buscando el lugar ideal, caminaba debajo de los árboles, sobre algunas hojas secas. De repente ... sin que él se diera cuenta de lo que ocurría, sintió un movimiento muy rápido, un ruido diferente y una fuerza que lo envolvió todo. En un segundo, estaba echado del suelo, atrapado en una red, atada por una cuerda a ese gran árbol.

Sintió un gran susto y luego rabia. Se quedó furioso con el atrevimiento de los hombres. Esa trampa no podía vencerlo. Luchó, forzó, intentó soltarse. Hizo tanta fuerza como pudo, pero no consiguió nada. Las horas pasaron. El León, ya exhausto, seguía tratando de salvarse.

El hombre es un animal experto. Sus trampas son muy peligrosas. La rabia del león comenzó a dar lugar al miedo. ¿Qué pasaría cuando los hombres llegaran? ¿Lo matarían? ¿O lo sacarían de su reino para vivir enjaulado?

Desesperado, soltó un gran rugido. Probablemente todo el reino pudo escucharlo. Pronto dio otro rugido y después uno más.

Eso llamó la atención. Algunos animales pequeños llegaron pronto. Vieron al León preso y fueron corriendo a esparcir la noticia. En poco tiempo, empezaron a llegar a los animales más grandes, y los amigos intentaban encontrar una manera de ayudarle.

Pero la situación era difícil. Nadie sabía cómo desarmar la red. La angustia empezó a apoderarse de todos. Nunca podrían imaginar ver justamente al Rey León en aquella triste condición.

Otros animales iban llegando y aglomerándose en el lugar. El ratoncito vino también. Se tardó un poco en llegar, por ser pequeño, pero vino lo más rápido que pudo, apenas supo la noticia.

El ratoncito pasó entre los animales grandes, logrando acercarse y ver toda la escena. Evaluó rápidamente la situación e inmediatamente se puso a actuar. Subió por el tronco del árbol, descendió por la cuerda y llegó hasta la red. Sólo entonces fue tomado en cuenta por los otros animales, que se preguntaban qué estaría haciendo él allí.

El ratoncito era pequeño, pero tenía diente afilados, hechos para roer. Era muy rápido, y sorprendió a todos cuando royó la primera cuerda de la red y ésta se rompió. Y continuó royendo hasta abrir un agujero bien grande por el cual el León logró salir, cayendo de pie, victorioso, en medio de los animales.

Hubo una explosión de alegría. Se escucharon chillidos, aullidos, graznidos, gruñidos, balidos y rugidos, todos en la misma celebración.

El León, aliviado, miró al ratoncito, que le sonría feliz. Era su turno de agradecer. En sus corazones había emociones que los otros animales ni imaginaban. Solo los dos sabían de las grandes lecciones que la vida les había traído, en ese día inolvidable. (*)


(*)
 Libre adaptación de una fábula de La Fontaine.


Traducción:

Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com


 

 


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