Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: Historia del Espiritismo


Nacimiento del Espiritismo


Cuando Jesús vivía en la Tierra, dijo que después de morir y retornar al mundo espiritual, enviaría un Consolador, que se quedaría para siempre con los hombres.

Ese Consolador les explicaría todo, recordaría lo que Jesús dijo y diría hasta lo que él no pudo decir porque las personas todavía no lo entenderían.

Fue necesario que pasaran muchos años, e incluso siglos, para que la humanidad evolucionara y tuviera condiciones de comprender otras enseñanzas.

Jesús reunió, entonces, un equipo de espíritus muy evolucionados y les dio la misión de traer el Consolador prometido a la Tierra.

El Consolador no sería una persona, sino un conjunto de ideas, pensamientos y enseñanzas, es decir, una doctrina. Así, podría quedarse para siempre con nosotros, consolándonos, enseñándonos y guiándonos, como Jesús dijo que el Consolador haría.

Con esa finalidad, muchos espíritus fueron conducidos para reencarnar en la Tierra, para ejercer la mediumnidad, que era la capacidad de percibir los espíritus y registrar sus mensajes. Otros espíritus, de gran sabiduría, permanecieron en el mundo espiritual, siendo responsables de la transmisión de las enseñanzas.

El día 3 de octubre de 1804, en una ciudad de Francia llamada Lyon, nació uno de los personajes más importantes de esta historia, que recibió el nombre de Hippolyte Léon Denizard Rivail.

A él le fue dada la importantísima tarea de ser el codificador de la nueva doctrina. Él debería reunir, organizar y explicar las enseñanzas dictadas a los médiums por los espíritus.

Siendo todavía niño, Hippolyte ya demostraba ser muy inteligente. Muy pronto fue enviado por sus padres a estudiar en un famoso instituto dirigido por el gran educador Pestalozzi, en Suiza, donde se quedó por muchos años hasta formarse en pedagogía. Allí se volvió profesor de química, anatomía, física y astronomía. Conocía bien las ciencias y la filosofia. Hablaba muchas lenguas, como francés, inglés, alemán, italiano, holandés y español, y escribió libros sobre educación.

Un día, cuando Hippolyte ya era adulto, casado y profesor, su amigo Fortier lo invitó a participar en una reunión, en casa de otros amigos, donde estaba sucediendo un fenómeno muy interesante que ellos conocían como “mesas giratorias”.

En esas reuniones, las personas se sentaban alrededor de una mesa y colocaban sus manos extendidas sobre ella. Después de un tiempo, la mesa comenzaba a moverse. A veces se balanceaba, se quedaba sobre solo una pata, giraba o se levantaba del suelo, sin percibirse la influencia de ninguna fuerza. También se podían sentir y escuchar golpes en los muebles.

Todos se divertían con eso, pero Hippolyte se quedó muy intrigado. Como investigador, acostumbrado al método de la ciencia, pensaba:

- Todo efecto tiene una causa. ¿Cuál será la causa de que las mesas se muevan?

Empezó, entonces, a frecuentas esas reuniones, pues quería encontrar una explicación para aquello.

Después de algún tiempo, las personas comenzaron a hacer preguntas a las “mesas giratorias” y éstas respondían a través de golpes. Ellos, entonces, establecieron códigos para entender las respuestas. Hablaban, por ejemplo:

- Mesa, si lo que yo digo estuviera en lo correcto, da un golpe. Si estuviera equivocado, da dos golpes.

Al comienzo, hacían preguntas sencillas y les parecía gracioso que la mesa acertara las respuestas.

El profesor Hippolyte Rivail, mientras tanto, presenciaba todo con mucha curiosidad y quedaba cada vez más estimulado a estudiar lo que pasaba.

- ¿Cómo una mesa, que es un simple objeto, sin vida y sin inteligencia, puede entender lo que se le pregunta y aun responder correctamente? ¡Un efecto inteligente tiene que tener una causa inteligente! ¿De dónde viene la inteligencia de esa mesa? – se preguntaba.  

Investigó las condiciones en las que ese extraño fenómeno sucedía y se dio cuenta de que factores como el clima, el horario, la presencia de hombres o mujeres, la cantidad de personas, los lugares en que se sentaban y la posición de las manos no interferían en nada para que los “efectos físicos” ocurrieran. Pero descubrió también que era necesaria la presencia de ciertas personas, que él identificó como médiums. Si los médiums no asistían a la reunión, aunque estuvieran presentes muchas otras personas, no pasaba nada.

Con el tiempo, se establecieron otras formas de comunicación con la mesa. Colocaban sobre ella un disco, con las letras del alfabeto escritas en el borde, además de las palabras “Sí” y “No”. Una aguja se quedaba en el centro y giraba sobre el disco, apuntando las letras, como la aguja de un reloj que gira apuntando los números. De esa forma, anotándose las letras señaladas, era posible formar palabras y frasesLas respuestas ahora podían ser más completas.

Un día, el profesor Rivail preguntó quién estaba provocando esos efectos. Y la respuesta fue sorprendente. Eran los espíritus de los hombres, que ya habían muerto.

Estaba esclarecida la gran duda. ¿Pero ustedes piensan que el profesor Rivail se detuvo ahí? No, pues le surgieron otras preguntas. En verdad, él estaba solo comenzando.

La comunicación con los espíritus mejoró cada vez más, substituyendo las mesas por cestas que escribían, que tenían una pluma acoplada y escribían directamente los mensajes. Después surgieron las comunicaciones de los médiums, que pasaron a escribir o a hablar lo que los espíritus les decían sin necesitar objetos.

El profesor Rivail organizó las preguntas y respuestas dadas por los espíritus e hizo un libro llamado “El Libro de los Espíritus”. Él firmó el libro con el pseudónimo de Allan Kardec, que era un nombre que él tuvo en otra encarnación, y fue así como pasó a ser conocido en el medio espírita.

Con “El Libro de los Espíritus” surgió la Doctrina Espírita, el Consolador prometido por Jesús.

Allan Kardec continuó sus estudios y otros libros fueron escritos con el conocimiento enseñado por los espíritus.

Esa es una historia real y con un final feliz.



Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com
 

 


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O Consolador
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