Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Manos que ayudan


Anastasia, aunque vivía en un barrio humilde en medio de la pobreza, poseía una gran riqueza; un corazón generoso y bondadoso, donde siempre había espacio para acoger y ayudar a alguien.

A pesar de todos sus quehaceres tenía tiempo para oír, aconsejar y consolar a quien la buscara. Era conocida como Doña Anastasia por su figura amable que irradiaba fluidos de paz y de luz, y por donde pasaba dejaba un aura de magia y delicadeza.

Cuando se lastimaban, los niños corrían hasta su casa, pues allá encontraban un aliento cariñoso o un pequeño remedio para curar los dolores. Cuando hacían travesuras de las grandes, los pequeños corrían donde Doña Anastasia y le imploraban que hablara con sus madres para calmarlas y así escapar de un gran castigo.

Las mujeres se aconsejaban sobre algún problema familiar y ella siempre tenía una palabra amiga, un consejo o al menos un oído paciente y discreto para escucharlas.

Hasta los hombres en momentos de mucha aflicción y preocupación la buscaban y, a pesar de su poca instrucción, la benefactora usaba su sabiduría y la bondad de su corazón para ayudarlos.

Cuando Doña Anastasia desencarnó, todo el barrio se sintió huérfano. Las personas perdieron la orientación, se sentían desamparadas y solas. Los vecinos se unían para hablar de su dolor y orar por Doña Anastasia. Cuando necesitaban ayuda, buscaban al vecino con quien tenían más afinidad y en cada rincón fue apareciendo una Doña Anastasia.

Sara se había mudado a otra ciudad y al volver a vivir en el barrio lamentó mucho la muerte de la benefactora y preguntó: ¿Cómo quedaron ustedes?

- Al comienzo fue muy difícil, pero ahora estamos bien. Mi Doña Anastasia es Silva y yo soy la Doña Anastasia de Josefa y…

- Espera un momento, no estoy entendiendo nada – dijo Sara.

- Descubrimos que cualquiera de nosotros puede ser una Doña Anastasia, basta con tener amor, paciencia, discreción y buena voluntad – respondió Mariza.

- ¿Y eso funciona? – quiso saber Sara.

- Nosotras todavía no somos tan buenas como la maestra, pero conseguimos ayudarnos, y eso es bueno – completó Mariza.

- ¡Caramba! Estoy sorprendida. Es un privilegio volver a vivir en un barrio con ustedes, con tantas manos que ayudan. Ven aquí y dame un abrazo, Doña Anastasia – exclamó Sara, emocionada.

 

Texto de Lúcia Noll, de Santo Ângelo (RS).



Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com
 

 


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