Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
La alfombra


Esa tarde, Jonás no quería hacer su tarea del colegio. Si él se concentrara, terminaría pronto. Pero lo hacía lento, todo lo distraía. Escribía con letra fea, se equivocaba y protestaba por tener que borrar y rehacer.

Su mamá, notando su dificultad, intentó ayudar:

- ¡Vamos, hijo! Si te dedicas y prestas atención, tu letra quedará mucho mejor y lo podrás hacer más rápido y sin errores. Haciendo bien la tarea, vas a aprender mejor.

Pero el hijo, nervioso y con malhumor, reclamaba:

- ¿Y para qué tanto trabajo? ¡No me gusta estudiar estas cosas! ¡Sería mucho mejor si no existiera el colegio!

La mamá, entonces, para calmar la situación, propuso una pausa y después llamó a Jonás para conversar.

- Hijo, sé que no tienes motivos para estudiar, pero quiero contarte una historia:

“Érase una vez un joven llamado José, que vivía con sus papás en una casa muy sencilla en el campo. Ellos tenían una pequeña plantación y criaban algunos animales. Vivían sin lujo, pero tenían lo que necesitaban.

Sin embargo, José tenía ganas de salir de ahí. Quería conocer otros lugares, otras personas. Comenzaba a pensar en formar su familia. Quería también ayudar a sus padres cuando no pudieran trabajar más.

Así, decidió partir en busca de sus sueños. Su viaje sería a pie, largo y agotador. Se alimentaría de las frutas y hojas de encontrara por el camino. Sus padres lo apoyaron a pesar de cierta preocupación.

Su mamá, en la hora de la despedida, enrolló una pequeña alfombra y se lo dio para que lo llevara. Al joven no le gustó la idea. Argumentó que no sería útil, además de ser un peso extra que cargar. Pero la mamá insistió, diciendo:

- Hijo mío, nosotros no podemos dejar que partas a una aventura de esas sin ningún recurso. No sabemos lo que pasará. Quiero que lleves esta alfombra.

El hijo, aún sin estar de acuerdo, aceptó. Se despidió y partió, decidido a deshacerse de ese fardo cuando se cansara de cargarlo.

De hecho, algún tiempo después de caminata, abandonó la alfombra a un lado del camino y continuó su jornada. Sin embargo, el camino por donde andaba se volvió estrecho, cercado por plantas espinosas que comenzaron a lastimarlo y hasta rasgar su ropa.

José se detuvo. Se acordó de la alfombra y volvió para buscarla. No era grande, pero sirvió como capa resistente y el joven pudo atravesar el espinal sin lastimarse.

Al final de ese día, ya muy cansado, el joven escogió un lugar para dormir. Extendió la alfombra y se recostó sobre él. No era una cama blanda, pero protegió su rostro del polvo y de la maleza.  Pudo dormir y descansar toda la noche.

José caminó durante muchos días. Ya no pensaba en deshacerse de la alfombra. Al contrario, se dio cuenta de que era muy útil.

Lo usó cuando tuvo que dormir sobre terrenos pedregosos. Se protegió, con ella, de un enjambre de abejas. Se abrigó con la alfombra en las noches frías. Se protegió del fuerte sol y de la tempestad.

Un día, José llegó a una ciudad. Era allí donde sus sueños se irían a realizar. Pasaba frente a la oficina de su tío cuando se dio cuenta de que había fuego adentro. Sin demora, enrolló la alfombra y golpeó el fuego hasta apagarlo, logrando evitar el incendio.

Su tío quedó tan agradecido que le dio un lugar donde vivir y trabajo en su oficina.

Tiempo más tarde le dio también la mano de su hija, Joana, en matrimonio. José tuvo una familia y también buscó a sus padres para que vivieran cerca de él. ¡Y fueron felices para siempre!”

La mamá terminó la historia y, cuando iba a comenzar a explicarla, Jonás, que era muy despierto, se levantó cogió su cuaderno y dijo resignado:

- ¡Está bien, ya entendí! El colegio es mi “alfombra”, ¿verdad?

Su mamá sonrió satisfecha, dio un beso a Jonás y lo dejó terminar su tarea.



Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com
 

 


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